martes, 28 de octubre de 2014

LOS DISCÍPULOS DE JESÚS



Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios.

Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles: Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote, Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor.

Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo y hacerse sanar de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban sanos; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.

Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


Jesús subió a la montaña, subió a orar, a estar con su Padre. La montaña y la noche están acostumbradas a escuchar las confidencias de Jesús y el Padre. Seguir a Jesús es también orar, crecer en la amistad personal de Dios. ¿Qué dices a Dios?

Jesús busca colaboradores para su misión. Dios busca la cooperación de las personas. Dios pide tu ayuda. ¿Para qué? Para predicar, es decir, para anunciar a las personas el amor de Dios; también para expulsar demonios, es decir, para luchar contra la injusticia, la mentira, el pecado... Para ser sacerdotes, laicos comprometidos, religiosos… ¿Qué dices a Dios?


Jesús marca un estilo de actuar. Podría haber actuado él solo, sin colaboradores, pero prefiere llevar adelante su misión en comunidad. ¿Soy persona de comunidad o tiendo al individualismo? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?


Señor, tú llamaste a Abraham, a Moisés, a Samuel, a Jeremías... a cada uno lo llamaste por su nombre.

Jesús, tú también llamaste a tus apóstoles por su nombre.



Y a mí también me llamas por mi nombre.

Dejo que resuene la voz de Dios en mi corazón, llamándome por mi nombre.

Me llamas por mi nombre, porque me conoces, me conoces mejor que yo mismo.

Conoces mi capacidad de amar, de trabajar, de entregarme, de escuchar y compartir; esas capacidades que tú me diste y me ayudas a desarrollar, esas virtudes que alegran tu corazón.


Conoces también mis miserias, mis egoísmos, mi individualismo, el orgullo que me aparta de ti y los hermanos.

Conoces mi pobreza ¿y me sigues llamando?


Sí. Me amas tal como soy y cuentas conmigo.

Y me repites lo mismo que dijiste a San Pablo: tu fuerza se muestra perfecta en mi debilidad.

A través de mi pobreza se hace presente la grandeza de tu amor.


Señor, ayúdame conocerme y amarme.

Dame fuerza para responder a tu llamada. Amén.

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