miércoles, 15 de octubre de 2014

AY DE USTEDES, FARISEOS



Jesús dijo a los fariseos:

«¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello.

¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas!

¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!»

Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: «Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros».

Él le respondió: «¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!»

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


Qué fácil es decirle a alguien que es gente de Iglesia porque desembolsa grandes cantidades de dinero en favor de la misma, o porque paga puntualmente sus contribuciones a la Iglesia, o porque imparte pláticas y cursos como un gran experto en la fe. Mientras todos estos actos sólo sean una especie de paliativos a la conciencia para tratar de redimir con eso una vida desordenada o degenerada, que no quiere abandonarse, las alabanzas y sonrisas y agradecimientos que se reciban no servirán realmente de nada en la presencia de Dios.

El Señor, además de las obras de caridad nos pide que no nos olvidemos de la justicia y del amor de Dios. Que no sólo hablemos hermosa e ilustradamente acerca de la fe para hacer comprender a los demás sus compromisos de fe y de amor e invitarlos y obligarlos a amoldar su vida a ellos, sino que seamos nosotros los primeros en asumir nuestras responsabilidades en la fidelidad a la fe y al amor que proclamamos; de lo contrario seríamos cristianos de fachada, hipócritas, sepulcros blanqueados, aparentemente bellos, pero sólo por fuera, pues nuestro interior estaría lleno de carroña y podredumbre.

Vivamos con lealtad nuestra fe en Cristo haciendo nuestros su Vida y su Espíritu, y no nos conformemos pensando que ya estamos salvados por haber ayudado a nuestro prójimo, o por haber anunciado el Nombre del Señor.

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