sábado, 30 de agosto de 2014

EL TESORO ESCONDIDO



Jesús dijo a la multitud:

El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.


El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.

Palabra del Señor.

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?



Sólo quien posee la Sabiduría que procede de Dios podrá valorar adecuadamente el Evangelio y la Vida que Dios le ofrece.


Nadie vendrá a Cristo si no lo llama el Padre; nadie entenderá a Cristo si no es conducido por el Espíritu Santo. No basta descubrir, comprender a Cristo como el Camino, la Verdad y la Vida. A aquel Escriba que le dice a Jesús: Muy bien, Maestro. Tienes razón al afirmar que Dios es único y que no hay otro fuera de Él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios, Jesús le indica: No estás lejos del Reino de Dios.


Mientras no seamos capaces de renunciar a todo y centrar, realmente, nuestra vida en sólo Dios, estaremos, permaneceremos, cerca del Reino de Dios, pero no entraremos en Él.


El Señor nos pide que seamos capaces de dejarlo todo y pertenecerle únicamente a Él; porque, de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final pierde su vida.

¿Qué me quieres decir Señor?

¿Qué quieres que yo haga?

viernes, 29 de agosto de 2014

QUIERO QUE ME TRAIGAS LA CABEZA DE JUAN



En aquel tiempo:

Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano». Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía, quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto.

Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. Su hija, también llamada Herodías, salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le aseguró bajo juramento: «Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino». Ella fue a preguntar a su madre: «¿Qué debo pedirle?» «La cabeza de Juan el Bautista», respondió ésta.

La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: «Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista».

El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y ésta se la dio a su madre.

Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

Palabra del Señor.



¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Te pueden ayudar estas ideas:



Podemos poner a Herodes como un caso adelantado del juego de lo "políticamente correcto". Tenía que quedar bien. Había dado una absurda palabra en público. No quiso desairar a su corte. Y acabó haciendo algo que, en el fondo, no quería. !Qué triste vivir en desacuerdo con uno mismo!



Como contrapunto, Juan. Intento regir su vida desde la verdad. Hay una verdad de las cosas y una verdad sobre cada uno de nosotros. En lo profundo del corazón conocemos qué podemos ser, qué nos pide Dios, cuáles son las cosas por la que debemos luchar... incluso hasta poner en juego prestigio, tiempo, reputación, algo de dinero o... la vida?


Este evangelio nos enfrenta ante la coherencia de nuestras opciones, ante el valor con que defendemos la verdad, ante el testimonio que damos frente a los amigos y ante la denuncia que nos pide Jesús para desenmascarar la hipocresía de una sociedad de la imagen y la competencia. Que este evangelio nos despierte.

jueves, 28 de agosto de 2014

ESTÉN PREPARADOS



Jesús habló diciendo:

Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.

¿Cuál es, entonces, el servidor fiel y previsor, a quien el Señor ha puesto al frente de su personal, para distribuir el alimento en el momento oportuno? Feliz aquel servidor a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo. Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si es un mal servidor que piensa: "Mi señor tardará”, y se dedica a golpear a sus compañeros, a comer y a beber con los borrachos, su señor llegará el día y la hora menos pensada, y lo castigará. Entonces él correrá la misma suerte que los hipócritas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


El Evangelio nos llama a estar en vela, con los ojos abiertos, con la fe despierta, para descubrir al Señor que nos trae la salvación, la paz...

Velar significa orar, estar atentos a las necesidades de las personas, atender a los sentimientos del corazón...

¿Qué te dice Dios?

¿Qué le dices?



Somos administradores de los bienes de la tierra. No son nuestros. Son de Dios y no son sólo para nosotros, son para todos. Estamos llamados a distribuir la comida y todos los bienes recibidos.


Esta tarea no pertenece sólo a los grandes de la tierra. Todos podemos hacer algo, aunque sea poco. Podemos compartir, podemos colaborar en organizaciones que trabajen por unas relaciones justas entre todos los hombres y los pueblos, podemos presionar con el voto a los gobernantes para que solucionen problemas tan graves y vergonzosos como el hambre en el mundo...




miércoles, 27 de agosto de 2014

AY DE VOSOTROS, ESCRIBAS Y FARISEOS HIPÓCRITAS



Jesús habló diciendo:

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados:, hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad.

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los justos, diciendo: «Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas»! De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmen entonces la medida de sus padres!

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?



Sepulcros blanqueados. Muy bonitos por fuera y llenos de podredumbre por dentro. Parecéis justos, pero estáis repletos de hipocresía y crímenes. Estas palabras también están dirigidas a cada uno de nosotros, que dedicamos mucho tiempo a cuidar nuestro aspecto y poco nuestro corazón, que buscamos más la belleza del cuerpo que la bondad del alma.

“Señor, ayúdanos a reconocer nuestra hipocresía a descubrir la verdad de nosotros mismos. Perdónanos y cúranos”



Asesinos de los profetas. Los profetas son testigos de la verdad, de una verdad que en muchas ocasiones nos resulta incómoda. Los profetas denuncian nuestro pecado. Resultan insoportables para nuestro orgullo.

Hay muchas formas de matar a los profetas. Se les puede condenar al silencio, se les puede acusar de reaccionarios o de revolucionarios.

martes, 26 de agosto de 2014

LIMPIA LA COPA POR DENTRO



Jesús habló diciendo:

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello!

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno! ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así también quedará limpia por fuera.

Palabra del Señor.



¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?



Los fariseos cumplen los preceptos más pequeños y descuidan los más grandes, filtran el mosquito y se tragan el camello. Otras personas dicen cumplir las importantes y descuidan las pequeñas, buscan la justicia y la paz en el mundo y sin embargo no cuidan los detalles sencillos que hacen la vida agradable a los demás.

¿En qué grupo te encuentras?



¿Cómo cuidamos nosotros el derecho, la compasión y la sinceridad?



Estemos en cualquiera de estos dos grupos, Jesús nos dirige las mismas palabras, llenas de sabiduría: “Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello”

¿Qué te dice Dios?

¿Qué le dices?

sábado, 9 de agosto de 2014

JESUS SANA A UN EPILEPTICO



Un hombre se acercó a Jesús y, cayendo de rodillas, le dijo: «Señor, ten piedad de mi hijo, que es epiléptico y está muy mal: frecuentemente cae en el fuego y también en el agua. Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron sanar». 

Jesús respondió: «¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo aquí». Jesús increpó al demonio, y éste salió del niño, que desde aquel momento, quedó sano.

Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le preguntaron en privado: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?»

«Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: "Trasládate de aquí a allá", y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes».


Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


Fe, fe transformante, fe que nos identifica con Cristo, fe que nos lleva a hacer nuestra la misma Misión de Cristo. Mientras no tengamos esa fe será imposible darle un nuevo rumbo a nuestra historia desde nuestras simples elucubraciones personales, o desde los puros criterios humanos, o desde nuestra ciencia y técnica humanas.

Tal vez luchemos y concibamos planes demasiado bien estructurados, pero al final, si no es el Señor el que realice su Obra de salvación, sólo daremos a luz el viento y no hijos, pues no somos nosotros sino Cristo el que murió por nosotros.

Tener fe no es sólo creer que sucederán las cosas que decimos; creer es dejarnos transformar en Cristo para que nuestras palabras sean capaces de mover cualquier obstáculo, cualquier montaña que nos impida alcanzar la Vida eterna.

Si nuestra fe nos ha unido al Señor entonces nada nos será imposible, pues Dios mismo vivirá en nosotros y por medio nuestro hará que su amor salvador llegue a la humanidad entera.

En la Eucaristía celebramos nuestra fe en Cristo. En ella volvemos a aceptar el compromiso de darle un nuevo rumbo a nuestra historia. En ella recibimos la misma vida de Dios y su Espíritu para que vayamos y trabajemos por el Reino de Dios, iniciándolo ya desde ahora entre nosotros.

Nosotros no somos cualquier cosa en las manos de Dios. Ante Él tenemos el valor de la Sangre derramada por su propio Hijo. Hasta allá ha llegado el amor que nos tiene. Y hoy venimos como hijos suyos, reconociéndonos pecadores en su presencia, pero con el corazón contrito y humillado; venimos para ser perdonados y para recibir nuevamente su Gracia para no sólo llamarnos hijos suyos, sino para serlo en verdad.

viernes, 8 de agosto de 2014

TOMEN SU CRUZ Y SÍGANME



Jesús dijo a sus discípulos:

“El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?

Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino”

Palabra del Señor.

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús se da cuenta de que muchos le siguen por interés, por las curaciones, porque es alimenta el hambre de sus estómagos, sin embargo, pocos quieren seguir el nuevo estilo de vida que él propone. Y nosotros ¿por qué seguimos a Jesús? ¿Por qué rezamos? ¿Qué le dices a Jesús?

Dar la vida, tomar la cruz. Éste es el nuevo estilo de vida que nos plantea Jesús. Hace 2000 años este camino parecería difícil de recorrer. A nosotros, instalados en la sociedad del confort, se nos antoja casi imposible.   

"Señor, ¿cómo debo dar la vida y tomar la cruz?"
"Dame la fuerza de tu Espíritu y de los hermanos para seguir tu camino"

¿Dar la vida? ¿Tomar la cruz? ¿Para qué? ¿Por capricho? ¿Para machacarnos?

No. Cristo dio la vida para que todos tuviéramos más vida, para recuperarla multiplicada. Cristo tomó la cruz para que todos pudiésemos gozar de la resurrección.
   
"Gracias Jesús por dar la vida, para que tengamos vida"

"Gracias por las personas que siguen tu ejemplo"

"Ayúdanos a creer y a experimentar que sólo vivimos cuando damos la vida"


jueves, 7 de agosto de 2014

FELIZ DE TI SIMÓN, HIJO DE JONÁS



Al llegar a la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»

Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas».

«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?» Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».

Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y Yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo».

Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías.

Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá».

Pero Él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Palabra del Señor.



¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?



Pedro es la imagen de cada uno de nosotros. Podemos tener las palabras más desafortunadas, después de la respuesta más acertada. Somos capaces de arriesgar la vida en el monte de los Olivos y negar al maestro en la ciudad. Y ante esta realidad, tenemos que alejar dos peligros:

     Por un lado, dejarnos llevar por la mediocridad. Este camino nos conduciría a una vida cada vez más pobre, menos humana.

      Por otro, castigarnos continuamente cada vez que hacemos una cosa mal. Este camino nos lleva irremediablemente a la tristeza permanente y nos va destruyendo.

La actitud más humana y más cristiana es reconocer tanto lo positivo como lo negativo, dar gracias a Dios por lo primero e intentar descubrir el camino para superar lo segundo.

¿Cómo te sitúas? ¿Qué le dices a Dios?



Este evangelio nos da la ocasión de responder la pregunta que Jesús plantea a los discípulos. Pero no respondamos desde la teoría.

¿Quién ha sido hoy Jesús para ti?

¿Quién quieres que sea?

¿Cómo puedes avanzar en ese camino?

¿Qué dices a Dios?

miércoles, 6 de agosto de 2014

ESTE ES MI HIJO MUY QUERIDO, EN QUIEN TENGO PUESTA MI PREDILECCIÓN



Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.

Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Éste es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo».

Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo».

Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Camino de Jerusalén, Jesús va preparando a sus discípulos, les advierte repetidamente que va a ser arrestado y crucificado, para resucitar al tercer día. Ante el panorama que describe Jesús, los discípulos se entristecen. En este contexto tiene lugar la transfiguración. Es una experiencia que marcará sus vidas. La transfiguración no anula la cruz y la muerte cercanas, pero ayudará a los discípulos a vivirlas con más esperanza.

El Señor está atento a cada uno de nosotros. Y cuando ve que nuestra fe flaquea también nos regala experiencias de transfiguración: en la celebración de la Eucaristía, en un momento de oración, en la conversación con un buen amigo, de la manera más insospechada. Damos gracias a Dios por todas esas experiencias a través de las cuales Dios levanta nuestra esperanza y nos ayuda a asumir las cruces de cada día.

MI ORACIÓN

Señor, te damos gracias porque nos miras con amor,
conoces nuestras debilidades y malos momentos,
y nos ofreces siempre la luz de la esperanza.
Ilumina, Señor, nuestras tinieblas,
Tú, que, antes de entregarte a la pasión,
quisiste manifestar en tu cuerpo transfigurado
la gloria de la resurrección futura.

Te pedimos por los cristianos que sufren:
para que, en medio de las dificultades del mundo,
vivan transfigurados por la esperanza de tu victoria.
Te pedimos por todas las personas que sufren,
para que a nadie le falte, Señor, la luz de la esperanza.

Gracias, Señor, por todas las personas,
por todos los momentos y lugares,
por todas las oraciones y celebraciones
que transfiguran nuestro corazón y nuestro rostro,
que nos devuelven la esperanza y la paz,
que dificultades y pecados nos quitan.

Señor, que también nosotros estemos atentos
para descubrir a todas las personas desanimadas,
para compartir con ellas el amor y la esperanza
que cada día Tú nos ofreces a manos llenas. Amén.