martes, 5 de agosto de 2014

HOMBRE DE POCA FE



“Después de la multiplicación de los panes, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.

La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.

Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy Yo; no teman».

Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres Tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua».

«Ven», le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»

En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante Él, diciendo: «Verdaderamente, Tú eres el Hijo de Dios».

Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron sanados”


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?



El Evangelio nos cuenta como Jesús deja a la gente y a los discípulos y marcha a la montaña a orar. Nos fijamos en dos detalles significativos:

     
     Jesús ora y ora largamente y a menudo. Es tan natural, que el Evangelio nos lo comenta de pasada.

     Jesús ora en la montaña. Hubiera podido rezar en casa. Pero parece que la montaña le ayuda más a estar con su Padre.

Sin embargo, la experiencia de muchos cristianos es que rezamos poco y forzadamente. Y además, en muchos momentos oramos de cualquier manera, en el lugar menos apropiado.


¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?



El mar es símbolo de peligro. Jesús anda sobre el mar, está por encima de cualquier inseguridad. Y nosotros, con la fuerza del Espíritu, podemos andar con firmeza sobre el mar de la vida. Y si en algún momento falla nuestra fe, pidamos ayuda al Señor y agarremos su mano tendida para poder seguir caminando.

 “Señor, dame seguridad para avanzar en medio del mar del mundo”

 “Gracias por la fuerza de tu Espíritu”

 “Perdona y cura nuestra falta de fe”

 “Dame humildad para pedirte ayuda y agarrar tu mano”



“Señor y Dios mío, estoy tan convencido de que velas sobre los que en ti esperan y de que nada puede faltar a quienes todo lo esperan de ti, que he decidido vivir en adelante sin preocupación alguna y depositar en ti todas mis cuitas.


Pueden despojarme los hombres de todos los bienes; pueden las enfermedades privarme de las fuerzas para servirte, por el pecado puedo perder incluso la gracia, pero no perderé jamás mi confianza en ti.


La mantendré hasta el último instante de mi vida y nada ni nadie logrará arrancármela.


Esperen otros la felicidad de sus riquezas y de su ingenio, confíen en la inocencia de su vida, en el rigor de su penitencia, en sus muchas buenas obras o en el fervor de sus oraciones.


Mi única confianza es esta confianza en ti que nunca ha defraudado a nadie.

Por eso precisamente, estoy cierto de que seré eternamente feliz”

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