viernes, 31 de julio de 2015

EL REINO DE LOS CIELOS, ES COMO UNA RED QUE SE ECHA AL MAR



Jesús dijo a la multitud: «El Reino de los Cielos se parece a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.


Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto?»


«Sí», le respondieron.


Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo».

Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús nos anuncia una buena noticia, una noticia cargada de esperanza para todos los hombres, pero también nos advierte de las consecuencias de una existencia vivida desde el egoísmo, desde la mentira, desde el pecado. Si vivimos así, sufriremos el horno encendido del sinsentido, de la desesperanza, de la tristeza...

Dices que soy manantial y no vienes a beber.

Dices que soy vino gran reserva y no te embriagas.

Dices que soy suave brisa y no abres tus ventanas.

Dices que soy luz y sigues entre tinieblas.

Dices que soy aceite perfumado y no te unges.

Dices que soy música y no te oigo cantar.

Dices que soy fuego y sigues con frío.

Dices que soy fuerza divina y estás muy débil.

Dices que soy abogado y no me dejas defenderte.

Dices que soy consolador y no me cuentas tus penas.

Dices que soy don y no me abres tus manos.

Dices que soy paz y no escuchas el son de mi flauta.

Dices que soy viento recio y sigues sin moverte.

Dices que soy defensor de los pobres y tú te apartas de ellos.

Dices que soy libertad y no me dejas que te empuje.

Dices que soy océano y no quieres sumergirte.

Dices que soy amor y no me dejas amarte.

Dices que soy testigo y no me preguntas.

Dices que soy sabiduría y no quieres aprender.

Dices que soy seductor y no te dejas seducir.

Dices que soy médico y no me llamas para curarte.

Dices que soy huésped y no quieres que entre.

Dices que soy fresca sombra y no te cobijas bajo mis alas.

Dices que soy fruto y no me pruebas.


Un letrado que acoge el mensaje de Jesús, no desprecia todo lo anterior, ni se refugia en el pasado, temiendo cualquier novedad. Pidamos a Dios que en nuestros pueblos, en nuestras familias y en nuestra propia vida, llevemos adelante esta filosofía: valorar el pasado crítica y agradecidamente y afrontar la novedad del futuro con confianza y prudencia.

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Amén

miércoles, 29 de julio de 2015

EL REINO DE DIOS ES SEMEJANTE A UN TESORO ESCONDIDO



Jesús dijo a la multitud:

El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.

El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

"En Cristo hemos recibido la herencia más grande que Dios podría dar, gratuitamente, a quienes nos ha llamado para hacernos hijos suyos.

Muchos van por el mundo tratando de encontrar aquello que sea, en verdad, lo más valioso tanto para uno mismo como para toda la humanidad.

El Señor nos ha indicado en otra ocasión: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final pierde la vida? Quienes creemos en Cristo vivimos en una tensión constante hacia la posesión de la Patria eterna; hacia allá jalona nuestra vida personal, a la par que la vida de la Iglesia en su caminar histórico.

El Señor nos ha enviado a proclamar el Evangelio; nos ha confiado la construcción de su Reino entre nosotros; Él no se ha alejado para olvidarse de nosotros; la escritura nos dice que está sentado a la diestra de Dios Padre para interceder por nosotros; Él mismo nos dice que está y estará con nosotros todos los días hasta el fin del tiempo; siempre será el Dios-con-nosotros.

Mientras llega el momento del retorno del Señor, a nosotros corresponde hacer nuestro ese Reino a cualquier costo; aun cuando para ello tengamos que renunciar a todo con tal de que lo alcancemos y no lo perdamos.

Amén

martes, 28 de julio de 2015

EL QUE SIEMBRA LA BUENA SEMILLA, ES EL HIJO DEL HOMBRE



Dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo».


Él les respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles.


Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y éstos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre.


¡El que tenga oídos, que oiga!»


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

A los discípulos más cercanos les cuesta entender a Jesús. Cuando se van a casa preguntan las dudas y Jesús les explica con paciencia.

Es normal que también nosotros tengamos dudas a la hora de entender algunas páginas del Evangelio y tenemos que buscar los medios para poder aclararlas.

Jesús no mantiene con todos la misma relación. Predica a la gente, a la multitud. Comparte momentos de más intimidad con sus discípulos y ellos le preguntan en privado lo que no han entendido. Es más con Juan, Pedro y Santiago mantiene una amistad especial.

No estamos a ser discípulos del montón. Nuestra relación con Jesús ha de crecer cada día en profundidad.

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Jesús nos recuerda el efecto del pecado: la tristeza y la muerte en esta tierra y por toda la eternidad; y el destino de los que cumplen la voluntad de Dios: la vida junto a Dios.

Es una llamada a la conversión para vivir más felices, más plenamente.

Señor, me impresiona la paciencia que tienes conmigo y con todos tus hijos.

Cuando te acercas y yo me alejo, Tú esperas y alientas mi regreso.

Cuando me enfado contigo y con los hermanos, Tú esperas y sigues ofreciéndome tu mejor sonrisa.

Cuando me hablas y no te contesto, Tú esperas y sigues ofreciéndome tu palabra.

Cuando no me atrevo a elegir y a renunciar, Tú esperas y sigues dándome luz y valor.

Cuando me cuesta servir y entregarme, Tú esperas y das tu vida por mi, sin reservarte nada.

Cuando soy egoísta y no doy buenos frutos, Tú esperas, me riegas y me abonas.

Cuando me amas y yo no correspondo, Tú esperas y multiplicas tus gestos de cariño.

En tu paciencia se esconden mis posibilidades de mejorar, de crecer, de ser yo mismo, de cumplir lo que Tú has soñado para mí, de ser plenamente feliz.

Señor, que no me pase la vida sin aprovechar las oportunidades que tu paciencia me brinda, para ser cada día menos cizaña y más trigo.

Amén

lunes, 27 de julio de 2015

MI REINO ES COMO UN GRANO DE MOSTAZA



Jesús propuso a la gente esta parábola:


«El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, ésta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas».


Después les dijo esta otra parábola:


«El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa».


Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin ellas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta:


"Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo".


Palabra del Señor



¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Mucha gente cree que para cambiar el mundo se necesita dinero y poder. Jesús nos presenta otro camino en este evangelio, un camino más humilde, pero a la larga más eficaz:
   
     Jesús confía en los pequeños compromisos, en los pequeños gestos para que el mundo cambie.
    
     Tenemos que sembrar el campo del mundo, de la familia, de la Iglesia, de la economía, del mundo laboral... sin olvidar el campo de nuestro corazón
     
     Pero no se puede sembrar cualquier semilla, no se puede echar cualquier  sustancia en la        masa. Nuestra semilla es el Evangelio, nuestra levadura es el  amor.
     
     Hay que tener paciencia. Hay que esperar. La pequeña semilla de mostaza no se convierte en un gran arbusto en un día. La levadura no fermenta la masa en un minuto.

¿Qué tipo de semillas siembras o podrías sembrar en los ambientes en los que se desarrolla tu vida? ¿Qué te dice Dios ¿Qué le dices?

Señor, tengo entre mis dedos un grano de mostaza

Es pequeño, como una cabeza de alfiler. Parece insignificante. Si se hubiese perdido, nadie habría hecho problema. Nadie se habría enterado.

Es pequeño. Parece insignificante. Descubierto en el suelo, es más fácil pisarlo que admirarse, más fácil despreciarlo  que recogerlo como un pequeño tesoro.

Es pequeño. Parece insignificante.

Aquí está, en mi mano. Solo. Sin embargo, bajo su piel tostada encierra un secreto de vida.

En él hay un gran árbol dormido, en el que las aves podrán anidar y cuidar a sus polluelos.

Si cada uno sembramos nuestro grano, junto al del hermano… tendremos muchos árboles, un gran bosque que acogerá a una multitud de animales.

Señor,

¿Y si este grano fuera el último que queda en el planeta, y yo el único responsable de cuidarlo?

¿Y si éste fuese el último grano de mostaza que yo podré sembrar?

¿Qué voy a hacer con este grano? ¿Qué esperas de mí, Señor? ¡Di!

¿Lo encerraré en la urna de un empolvado museo, etiquetado con su nombre científico?

¿Lo ofreceré como alimento a un pájaro o a una hormiga? ¿Lo enterraré, mientras mi corazón reza por su futuro? ¿Lo sembraré?

Sí. Lo importante es sembrar. Y confiar en la tierra que lo acoge y en Ti, Señor, que lo harás crecer. Sin que yo sepa cómo, tu fuerza lo convertirá en un árbol precioso.

Señor, el grano de mostaza que acojo en el cuenco de mi mano es mi sonrisa, mi tiempo, mi trabajo, mi alegría, mi fe, mi vida, mi amor.

Señor, dame generosidad para sembrar, para sembrarme.

Dame paciencia, confianza y fe, para esperar los mejores frutos.

Amén

viernes, 24 de julio de 2015

PARÁBOLA DEL SEMBRADOR



Jesús dijo a sus discípulos:


Escuchen lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: éste es el que recibió la semilla al borde del camino.


El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta enseguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.


El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.


Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno.


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?



¿En qué grupo nos situamos nosotros? Seguramente que en todos un poco, aunque quizá nos identifiquemos más con alguno:

      ¿Se ha endurecido nuestro corazón como un camino, de tal manera que no podemos ni siquiera acoger la palabra de Dios?

      ¿Somos de los que empezamos con alegría muchos proyectos y no acabamos ninguno?

      ¿Qué domina más en nuestra vida real, el amor a Jesucristo o los afanes de este mundo?

      Seguro que también estamos dando frutos. Es necesario reconocerlo para dar gracias a Dios y para animar la esperanza.


Después de hacer tu radiografía personal, piensa delante de Dios: cómo puede roturar tus zonas más duras y cerradas, que significa para ti quitar piedras y zarzas.

¿Qué te dice Dios?

Son semillas del Reino plantadas en la historia.

Son buenas y tiernas, llenas de vida.

Los tengo en mi mano, los acuno y quiero, y por eso los lanzo al mundo:

¡Piérdanse! No tengan miedo a tormentas ni sequías, a pisadas ni espinos.

Beban de los pobres y empápense de mi rocío.



Fecúndense, revienten, no se queden enterradas.

Florezcan y den fruto.

Déjense mecer por el viento.

Que todo viajero que ande por sendas y caminos, buscando o perdido, al verlos, sienta un vuelco y pueda amarlos.

¡Son semillas de mi Reino!

¡Somos semillas de tu Reino!

Amén