jueves, 31 de diciembre de 2015

LA PALABRA DE DIOS



Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

Al principio estaba junto a Dios.

Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.

En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.

Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

Él no era la luz, sino el testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.

Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.

Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.

Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.

Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.

Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.

Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de Él, al declarar: «Éste es Aquél del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo».

De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.

Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre.

Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Jesucristo es la Palabra. Dios es Palabra, es comunicación, es relación. Las personas, creadas a su imagen y semejanza, estamos llamadas a relacionarnos, a comunicarnos con Él y con los hermanos. No podemos crecer como personas y como cristianos aislados. ¿Cómo cultivo las relaciones con Dios y con el prójimo? ¿Son verdaderas, constructivas, sinceras? ¿Qué le dices a Dios?

Vino a su casa y los suyos no la recibieron. El mundo es la casa de Dios. Tu corazón y el de cada persona es la casa de Dios. La casa que Él ha hecho y en la que ha querido vivir para llenarla de luz y calor. En estos días de Navidad, en este año que acaba ¿Cómo has acogido a Jesús? ¿Qué le dices?

A cuantos recibieron la Palabra, les da poder para ser hijos de Dios. El Hijo de Dios se ha hecho nuestro hermano, para que todos seamos hijos de Dios. No estamos llamados solamente a saber que somos hijos de Dios, estamos llamados a sentirlo y a vivirlo. Dios es tu Padre, tu Madre, te ama entrañablemente. Dios susurra a tu corazón continuamente: "Tú eres mi hijo". Ojalá que tus labios, tu corazón y tu vida susurren a Dios "Tú eres mi Padre, mi Madre". Contempla a Jesús recién nacido y silencia tu corazón para escuchar el susurro de Dios. Dile lo que sientes.

La Palabra se hizo carne, para hablar en gestos y profetizar amores.

Se hizo frágil, para romper certidumbres y derribar fortalezas.

Se hizo niño para crecer aprendiendo y enseñar viviendo.

Se hizo voz, en el llanto de un crío y en las promesas de un hombre.

Se hizo brote que en el suelo seco apuntaba hacia la Vida.

Se hizo amigo para anular soledades y trenzar afectos.

Se hizo de los nuestros para enseñarnos a ser de Dios.

Se hizo mortal, y atravesando el tiempo nos volvió eternos.

Antes de comenzar el nuevo año, podemos dar gracias por todas las personas y acontecimientos positivos del año viejo, para cargarnos de energía; y pedir perdón por lo que no hicimos bien u ofrecerlo a quienes nos hicieron daño, para liberarnos de pesos muertos: Señor, Dios, dueño del tiempo y de la eternidad, tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro.

Al terminar este año quiero darte gracias por todo aquello que recibí de TI. Gracias por la vida y el amor, por las flores, el aire y el sol, por la alegría y el dolor, por cuanto fue posible y por lo que no pudo ser. Te ofrezco cuanto hice en este año, el trabajo que pude realizar y las cosas que pasaron por mis manos y lo que con ellas pude construir. Te presento a las personas que a lo largo de estos meses amé, las amistades nuevas y los antiguos amores, los más cercanos a mí y los que estén más lejos, los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar, con los que compartí la vida, el trabajo, el dolor y la alegría.

Pero también, Señor hoy quiero pedirte perdón, perdón por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado, por la palabra inútil y el amor desperdiciado. Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho, y perdón por vivir sin entusiasmo. También perdón por no corresponder a tu amor, por la oración que poco a poco fui aplazando. Por todos mis olvidos, descuidos y silencios nuevamente te pido perdón.

Amén

miércoles, 30 de diciembre de 2015

ACERCÁNDOSE AL NIÑO, DIO GRACIAS A DIOS



En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Jesús es todavía un niño, un niño débil, indefenso, amenazado... pero Ana, hija de Fanuel, comienza a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a cuantos esperaban la liberación de Israel. La oración y los ayunos habían afinado tanto la sensibilidad de esta mujer que es capaz de darse cuenta de que aquel niño es el Enviado de Dios para liberar a su pueblo.

Si rezásemos más y ayunemos de todo aquello que nos aleja de Dios, también nosotros sabríamos descubrir la presencia de Dios en nuestro mundo, en nuestra vida.

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

La gracia de Dios acompañaba a Jesús. La gracia de Dios te acompaña a ti para que crezcas cada día más en entrega, en felicidad, en esperanza, en sabiduría, en fe...

“Señor, acompáñame, aunque a veces te olvide”

“Ayúdanos a descubrir tu cercanía”

“Enséñanos a ser buenos acompañantes”

Donde acaba la ciudad y empieza el miedo, donde terminan los caminos
y empiezan las preguntas, cerca de los pastores y lejos de los dueños, en el calor de María y en el frío del invierno, viniendo de la eternidad y gestándose en el tiempo, salvación poderosa para todos en una fragilidad recién nacida, liberador de todos los yugos atado a un edicto del imperio, rebajado hasta un pesebre de animales el que a todos nos sube hasta los cielos, nació el Hijo del Padre,
Jesús, el hijo de María.

Sólo abajo está el Señor del mundo que nosotros soñamos en lo alto.

Aquí se ve la grandeza de Dios contemplando la humildad de este pequeño.

Aquí está la lógica de Dios, rompiendo el discurso de los sabios.

Aquí ya está toda la salvación de Dios que llenará todos los pueblos y los siglos.

Amén

martes, 29 de diciembre de 2015

LA PRESENTACIÓN AL TEMPLO



Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor». También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel»

Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos»


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Simeón aguardaba el Consuelo de Israel. Llevaba esperando muchos años, quizá toda su vida. Esperaba en Dios, esperaba en las promesas que Dios había hecho al pueblo, esperaba al Mesías, esperaba...  Y nosotros ¿esperamos? ¿O queremos las cosas ya, en el momento en el que las deseamos? Tenemos demasiada prisa. Sin embargo, el crecimiento personal y la relación con Dios y con los hermanos requieren tiempo, crecen en la espera.

Hay deseos y deseos... Simeón esperaba ver al Mesías. Y a ti ¿qué te gustaría ver? ¿Qué esperas con todo el corazón? A veces, nuestros deseos son mezquinos. Pedimos a Dios que purifique y ensanche nuestros deseos.

"Luz para alumbrar a las naciones". Jesús es la luz. Y nosotros cristianos queremos vernos y ver la realidad con la luz de Jesús, desde su evangelio. Sin embargo, en muchas ocasiones utilizamos luces bien distintas...

Señor, dame un corazón humilde y confiado, como el de Simeón y Ana, como el de María.

Ellos no tenían nada y, precisamente por eso, se acercaban a Ti, ponían en Ti toda su confianza, cumplían tu voluntad, observaban la ley.

Señor, líbrame de la idolatría de las riquezas, no dejes que tenga otro Dios fuera de Ti y ayúdame a vivir siempre atento a Ti y a tu palabra.

No permitas que confíe demasiado en las personas, ni siquiera en mis propias fuerzas.

Qué sólo confíe plenamente en Ti.

Ayúdame  a estar siempre disponible para caminar hacia Ti, para compartir todo lo que tengo con total generosidad, sin dejarme atar por ninguna propiedad.

Dame sabiduría y fuerza para ser libre de verdad, para renunciar a todo lo que me aparte de Ti, para estar abierto del todo a la plenitud de tu Amor.

Amén

lunes, 28 de diciembre de 2015

DESDE EGIPTO LLAMÉ A MI HIJO



Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».

José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.

Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta:

«Desde Egipto llamé a mi hijo».

Al verse engañado por los magos, Herodes se enfureció y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, de acuerdo con la fecha que los magos le habían indicado. Así se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Jeremías:

«En Ramá se oyó una voz,
hubo lágrimas y gemidos:
es Raquel, que llora a sus hijos
y no quiere que la consuelen,
porque ya no existen».

Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Jesús, María y José también fueron emigrantes, refugiados…

Cuando acabaste la creación dicen que dijiste firmemente a los cuatro puntos cardinales:

Que todo el mundo viva feliz, en paz, libremente y con dignidad,
en la tierra que le vio nacer.

Que si alguien abandona su país no sea porque muere de injusticia y hambre,
sino por conocer otros paraísos terrenales.

Que siempre, y en todo lugar, se respeten los derechos de las personas,
sean del color y condición que sean.

Que nadie esclavice a su semejante y nadie se haga esclavo de nadie,
pues yo os he creado hermanos y libres.

Que nadie se arrogue el derecho de ser ciudadano y dar a otros papeles,
pues todos sois iguales y muy diferentes.

Y dicen que, como casi siempre, muchos jugamos a ser dioses o, simplemente, señores prepotentes.

Y otros muchos tuvieron que salir, y ser emigrantes sin papeles, con mucha injusticia y hambre.

Y dicen que dijiste más firmemente:

Pues no me voy de esta tierra, y seré uno más entre los emigrantes.

Padre/Madre, que estás en esta tierra: rompe nuestros miedos e imágenes tuyas
para que tu proyecto siga adelante.

Amén

sábado, 19 de diciembre de 2015

NO TEMAS ZACARÍAS, TU ESPOSA TE DARÁ UN HIJO AL QUE LLAMARÁS JUAN



En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la clase sacerdotal de Abías. Su mujer, llamada Isabel, era descendiente de Aarón. Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; y los dos eran de edad avanzada.

Un día en que su clase estaba de turno y Zacarías ejercía la función sacerdotal delante de Dios, le tocó en suerte, según la costumbre litúrgica, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la asamblea del pueblo permanecía afuera, en oración, mientras se ofrecía el incienso.

Entonces se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías quedó desconcertado y tuvo miedo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan. Él será para ti un motivo de gozo y de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque será grande a los ojos del Señor. No beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, y hará que muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios. Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto».

Pero Zacarías dijo al Ángel: «¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada».

El Ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. Te quedarás mudo, sin poder hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo».

Mientras tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, extrañado de que permaneciera tanto tiempo en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y todos comprendieron que había tenido alguna visión en el Santuario. Él se expresaba por señas, porque se había quedado mudo.

Al cumplirse el tiempo de su servicio en el Templo, regresó a su casa. Poco después, su esposa Isabel concibió un hijo y permaneció oculta durante cinco meses. Ella pensaba: «Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres».

Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


"Tu ruego ha sido escuchado". Dios siempre escucha nuestras oraciones y cumple sus promesas, aunque sea en edad avanzada. Nos da en cada momento lo que necesitamos. Pero muchas veces creemos que nadie nos oye, que se ha olvidado de nosotros, que nos castiga... En el fondo nos falta confianza en Dios, creemos que Dios no sabe hacer su oficio, que nosotros lo haríamos mejor.

¿Cómo estaré seguro de eso? Queremos estar seguros, demasiado seguros…

¿Te fías de Dios? ¿Qué le dices?

"Tu ruego ha sido escuchado" nos dices.

Sin embargo, muchas veces creemos que nadie nos oye, que te has olvidado de nosotros, que nos castigas...

Nosotros, como Zacarías, también te decimos: "¿Cómo estaré seguro de eso?"

Queremos estar seguros, seguros del todo.

Aunque presumamos de aventureros, lo cierto es que nos cuesta el riesgo.

Danos sabiduría para aceptar que en las decisiones más importantes de la vida
  nunca tenemos plena seguridad

Cuando Tú nos llamas, nunca podemos tener todo controlado.
Para poder vivir, para poder avanzar en la vida, como personas y como cristianos,
 
necesitamos confianza.

Sin confianza, sin riesgo, no puede haber avances.

Señor, nos falta confianza en Ti, creemos que no sabes hacer tu oficio de Dios.

Perdona y cura nuestras impaciencias y desconfianzas.

Aumenta nuestra fe en Ti, porque sólo Tú escuchas siempre nuestras oraciones,
cumples todas tus promesas y nos das en cada momento lo que más nos conviene.

Amén

viernes, 18 de diciembre de 2015

JOSÉ, HIJO DE DAVID, NO TEMAS RECIBIR A MARÍA



Éste fue el origen de Jesucristo:

María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque Él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:

“La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel", que traducido significa: "Dios con nosotros".

Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa.

Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Antes de vivir juntos María esperaba un hijo. ¡Cómo son los planes de Dios! Nos descoloca continuamente. "no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos". Nos cuesta comprender su voluntad y cumplirla. Queremos domesticar los planes de Dios, suavizar las cuestas y curvas de su camino, controlar sus sorpresas...

Calma nuestras impaciencias; que aprendamos, como José, a dejar que las cosas sucedan sin perder el equilibrio, sin bloquearnos por la protesta, sin rechazar al diferente, sin juzgar con dureza.

Danos la sabiduría de José, para pensar bien de la gente, para dejar obrar a Dios, y para apostar por la bondad del otro. Haznos generosos como María, para darte el sí, para estar disponibles siempre aunque no entendamos.

Ayúdanos a cuidar nuestra familia, a mantener viva la comunicación, a generar ternuras y detalles y a estar atentos a lo que necesita el otro.

Amén