sábado, 30 de enero de 2016

¿QUIEN ES ÉSTE, QUE HASTA EL VIENTO Y EL MAR LE OBEDECEN?



Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a la otra orilla». Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron en la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.

Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.

Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?»

Despertándose, Él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!» El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.

Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?»

Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?»


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


El Evangelio de hoy es un reflejo de nuestra propia vida. ¿Cuántas veces hemos sufrido problemas que nos han turbado y quitado la paz mientras parecía que Dios estaba dormido? No pocas veces hemos gritado a Dios porque creíamos hundirnos. Pero miremos la reacción de Jesús: reprocha nuestra falta de fe. Lo contrario de la fe y del amor no es el odio, sino nuestra cobardía.

“Jesús, tengo fe pero dudo, ayuda a mi pobre fe”

Jesús no nos deja de la mano, pero a veces parece que está dormido. Esto nos hace ser más fuertes, nos provoca para que andemos por nosotros mismos a la luz de la fe. Si no sentimos consuelo en la oración creemos que Dios está lejos de nosotros y nos echamos atrás. Sin embargo, Jesús es nuestro tesoro, y los tesoros están ocultos. Hay que pasar por los desiertos de la sequedad y monotonía en la oración. Hay que ser valientes en esas noches en las que no vemos ni sentimos nada. Muchos se desesperan y se cansan. Los valientes llegan hasta el final y Dios premia sus ansias y su amor, su fidelidad.

¿Me canso en la oración y creo que en vez de caminar hacia Dios estoy retrocediendo? Si es así es que vas en la barca con Jesús, que no tenga que reprochar nuestra cobardía. Da gracias porque viene con nosotros en medio de la tempestad y de la noche.

Señor, tanto si me respondes como si no, quiero seguir invocándote,
invocándote sin cesar, bajo las bóvedas de la asidua oración.

Tanto si vienes como si no vienes, quiero seguir confiando en Ti: sabiendo que entras en mi interior a poco que abra el corazón a ti y al hermano.

Tanto si me hablas como si no,  no permitas que me canse de invocarte.

Aunque no me des la respuesta que espero, que no dude de que, de un modo u otro, discretamente, te dirigirás a mí.

En la oscuridad de mis oraciones más profundas, sé que estás cerca, aunque no te sienta.

En medio de la danza de la vida, de la enfermedad y de la muerte, ayúdame a invocarte sin descanso,  sin caer en la desconfianza por tu aparente silencio, Dame una fe recia para esperar tu palabra, tu presencia, tu paz.

Amén

viernes, 29 de enero de 2016

EL REINO DE DIOS ES COMO UN HOMBRE QUE ECHA LA SEMILLA EN LA TIERRA



Jesús decía a sus discípulos:

«El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha».

También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra».

Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba, sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Jesús nos enseña la importancia de lo pequeño. Hay que ser fieles en lo poco. En lo cotidiano estamos haciendo crecer la dinámica del amor que es el Reino de Dios. Nadie conoce las buenas consecuencias de una sonrisa, de una palabra de aliento, de un compromiso cuidado y constante. Se siembra una semilla pequeña, pero queda ahí y crece. ¿Qué siembro yo, inconstancias y discordias o ilusión por Jesucristo?

Tenemos la experiencia contraria: una mentira tiene repercusiones que quedan y crecen cada día sin que sepamos cómo. En cambio nos falta confianza en esta Palabra: el bien es difusivo, imparable.

También nosotros somos pequeños, como el grano de mostaza. Si te dejas cuidar y provocar por Dios, si dejas que él pruebe tu amor en la fragua de su Amor, entonces serás como un árbol frondoso en el que todos encontremos sombra, frescura, aliento y descanso.

Señor, tengo en el cuenco de mi mano un grano de trigo

Es pequeño. Parece insignificante.

Pudo caer del remolque en un bache del camino, o perderse en el rastrojo.

Nadie habría hecho problema.

Nadie se habría enterado.

Es pequeño. Parece insignificante.

Descubierto en el suelo, es más fácil pisarlo que admirarse, más fácil despreciarlo que recogerlo como un pequeño tesoro.

Es pequeño. Parece insignificante.

Aquí está, en mi mano. Solo.

Sin embargo, bajo su piel tostada encierra un secreto de vida.

En él hay espigas dormidas.

Si cada uno sembramos nuestro grano, junto al del hermano… tendremos muchas espigas, despertará una nueva cosecha.

Señor, ¿Y si este grano fuera el último que queda en el planeta, y yo el único responsable de cuidarlo? ¿Y si éste fuese el último grano de trigo que yo podré sembrar? ¿Qué voy a hacer con este grano? ¿Qué esperas de mí, Señor? ¡Di!

¿Lo encerraré en la urna de un empolvado museo, etiquetado con su nombre científico? ¿Lo ofreceré como alimento a un pájaro o a una hormiga? ¿Lo enterraré, mientras mi corazón reza por su futuro? ¿Lo sembraré?

Sí. Lo importante es sembrar.

Y confiar en la tierra que lo acoge y en Ti, Señor.

Sin que yo sepa cómo, tu fuerza lo convertirá en una espiga.

Señor, el grano de trigo que acojo en el cuenco de mi mano es mi vida, mi amor, mi trabajo, mi alegría, mi fe.

Señor, dame generosidad para sembrar, para sembrarme.

Dame fuerza para quitar las zarzas y las piedras, las situaciones personales pueden ahogar mi siembra.

Dame paciencia, confianza y fe, para esperar los mejores frutos.

Amén

jueves, 28 de enero de 2016

¿ACASO SE TRAE UNA LÁMPARA PARA PONERLA DEBAJO DE LA CAMA?



Jesús decía a la multitud:

«¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero? Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!»

Y les decía: «¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía. Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene».


Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Quien acoge su Palabra se convierte en luz para los demás. ¿Qué podrían decir los demás de mi testimonio? ¿Salgo de casa y hago algo por los demás o vivo mi cristianismo en privado, ayudando sólo a los de casa y ocultando la luz que he recibido?

Nos pusiste, Señor, en esta tierra como luz, como hoguera abrasadora,
a nosotros que apenas mantenemos encendida la fe de nuestras almas.

Nos dejaste, Señor, como testigos, como anuncio brillante entre las gentes,
a nosotros, tus amigos vacilantes.

No te oirán si nosotros nos callamos, si tus hijos te apartan de sus labios.

No verán el fulgor de tu presencia si tus fieles te ocultan con sus obras.

¡Ay de aquel que no siembre a manos llenas, el que guarda en su pecho tus regalos, el que deja a los ciegos con su noche y no da de comer a los hambrientos!

¡Ay de aquel que no grita tu evangelio, el que calla detrás de sus temores, los que buscan tan solo los negocios olvidando dar la vida a tu mensaje!

Fortalece, Señor, nuestra flaqueza.

Que tus siervos anuncien tu palabra.

Que resuene tu voz en nuestra boca.

Que tu luz resplandezca en nuestras vidas.

Tú serás fortaleza de tu pueblo, la victoria del hombre desvalido.

Con tu ayuda serán irresistibles tus testigos dispersos por la tierra.

«La medida que uséis la usarán con vosotros»: ¿cómo te gustaría que te trataran? El testimonio ha de ser respetuoso y ha de hablar a todos de la misericordia de Dios. Esta es la Buena Noticia del Evangelio: Dios no ha venido a juzgar el mundo, sino a perdonarlo, a amarlo profundamente con entrañas de misericordia. ¿Eres testigo del amor de Dios a todos? ¿Te gustaría que usaran contigo la medida de la misericordia o la crítica y el desamor?

Amén

miércoles, 27 de enero de 2016

MIENTRAS SEMBRABA, PARTE DE LA SEMILLA CAYÓ AL BORDE DEL CAMINO



Jesús comenzó a enseñar a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a Él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla. Él les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba:

«¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar. Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no había mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó. Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto. Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno».

Y decía: «¡El que tenga oídos para oír, que oiga!»

Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de Él junto con los Doce le preguntaban por el sentido de las parábolas. Y Jesús les decía: «A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola, a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón».

Jesús les dijo: «¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás?

El sembrador siembra la Palabra. Los que están al borde del camino son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos.

Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría; pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben.

Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa.

Y los que reciben la semilla en tierra buena son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno».


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


También el Sembrador sale hoy a sembrar, pero ¿soy yo tierra buena en la que la semilla de la Palabra da sus frutos? ¿En qué aspectos he sido un pedregal y me sigo resistiendo a comprometerme, a llevar una economía más solidaria o a perdonar a esa persona que me hizo daño? ¿En qué aspectos sigo sin quitar las zarzas que impiden que el Evangelio crezca en mi vida? Recuerda que la tierra que acepta la semilla de la Palabra da siempre frutos.

“Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero” 

Jesús me invita a sembrar con él. El tiempo de sembrar es el tiempo de la Iglesia, de la misión de todos los cristianos. ¿Soy consciente de que en la educación de mis hijos, en mi trabajo, en mi compromiso parroquial, en el trato con los vecinos debo sembrar la Palabra?

Jesús garantiza el éxito: al final el Reino dará el ciento por uno. ¿Siembro con alegría y optimismo? ¿Hablo de Dios sin complejos, como quien ha descubierto un tesoro y da una buena noticia?

“Dime Jesús, ¿qué debo cambiar en mi vida?”

“¿Cómo te puedo ayudar a sembrar?

Señor, Jesús, Tú eres el sembrador.

Y yo la tierra en la que esparces la semilla de tu Palabra.

Gracias, Señor, por “perder tu tiempo” conmigo; gracias por darme la oportunidad de acoger tu semilla, de ser feliz, dando fruto abundante.

No permitas que mi corazón se endurezca, como un camino.

No dejes que la vida me petrifique, Señor.

Que no me gane la partida la desconfianza y el escepticismo.

Señor, en ocasiones soy como terreno pedregoso, acojo con ilusión tu Palabra, pero no soy constante. Me gusta probarlo todo, pero no doy la vida por nada.

Ayúdame a sacar las piedras de mi corazón, para ser tierra buena, con hondura, que dé fruto.

Señor, te doy gracias, por ser tierra buena, tierra que sería fecunda...
si no estuviera llena de espinas. Acojo la semilla de tu Palabra en un rincón del corazón, pero a veces recibo y dedico más tiempo a otras plantas que asfixian los brotes que nacen de tu semilla.

Señor, dame valor para renunciar a todo lo que me separe de Ti.

Señor, gracias por todas las personas que son buena tierra, en las que tu palabra crece y fructifica, ahonda y se multiplica.

Gracias por los santos, que producen el ciento por uno.

Gracias porque también yo, con tu ayuda, doy fruto abundante, frutos de ternura y solidaridad, de justicia y paz.

Señor, gracias por elegirme para ser sembrador.

Gracias por enseñarme que, a pesar de los obstáculos, todas las semillas, tarde o temprano, producen su fruto.

Ayúdame a sembrar con una mano y ayudar, con la otra, a que las tierras se conviertan en fecundas.

Dame generosidad para ser como el grano de trigo, dispuesto a enterrarse y a morir, para que la tierra del mundo dé los mejores frutos.

Amén

martes, 26 de enero de 2016

EL REINO DE DIOS SE PARECE A UN GRANO DE MOSTAZA



Jesús decía a sus discípulos:

«El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha».

También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra».

Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba, sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Celebramos la fiesta de los santos Timoteo Y Tito, colaboradores de San Pablo y continuadores de su obra evangelizadora. Un día sintieron la llamada de Jesús, que quería confiarles una misión. Puedo recordar las llamadas que a lo largo de la vida he recibido y dar gracias por ellas. Y preguntarme: ¿a qué me llamas ahora Señor?

Para Jesús el mundo no es un negocio que explotar, ni un espectáculo que contemplar, ni un peligro que destruir. Para Jesús, el mundo es una mies, un campo necesitado de trabajadores. ¿Cómo miro el mundo? ¿Cómo miro a las personas?

"Transforma mi mirada egoísta, Señor"

"Gracias Señor por compadecerte de mis miserias"

"Señor, enséñame a mirar como tú me miras"

Pedid al dueño de la mies que envíe trabajadores a su mies. Pedid a Dios que envíe laicos que transformen el mundo, sacerdotes que sirvan a las comunidades cristianas, religiosos y religiosas que nos recuerden la absoluta grandeza de Dios. Pedid y escuchad la llamada de Dios. Escuchad y llamad a otras personas.

Poneos en camino. Id de dos en dos...

Estas palabras están dichas para mí.

Soy continuador de tu obra, Señor.

Soy tu compañero en la misión.

Gracias, Jesús.

Me encuentro emocionado por tu confianza.

La mies es mucha y los braceros pocos.

Quiero ser uno de ellos.

Muchas personas están caídas y pasamos de largo.

Quiero ser el buen samaritano.

Conviérteme primero a mí, para que yo pueda anunciar a  otros la Buena Noticia.

Dame AUDACIA. En este mundo escéptico y autosuficiente, tengo vergüenza y miedo.

Dame ESPERANZA. En esta sociedad recelosa y cerrada, yo también tengo poca confianza en las personas.

Dame AMOR. Es esta tierra insolidaria y fría, yo también siento poco amor.

Dame CONSTANCIA. En este ambiente cómodo y superficial, yo también me canso fácilmente.

Conviérteme primero a mí, para que yo pueda anunciar a otros la Buena Noticia.

Gracias, Jesús. Me encuentro emocionado por tu confianza.


Amén


lunes, 25 de enero de 2016

VAYAN POR TODO EL MUNDO Y ANUNCIÉN LA BUENA NOTICIA



Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo:

«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.

Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán»

Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Hoy celebramos la fiesta de una conversión: la de San Pablo, un hombre que cambio radicalmente su vida. El perseguidor de cristianos se convierte en uno de los mejores servidores de Cristo. Todo lo que había vivido hasta entonces lo consideró basura, en comparación con el conocimiento de Jesús.

“Señor, concédeme el don de la conversión”

“Gracias por las personas que se dejan convertir por ti”

“Perdona y cura mi dureza de corazón”

San Pablo se dejó seducir por Jesucristo. En todo momento sabía de quien se había fiado. Su vida tenía sentido en la medida de que Cristo vivía en Él. La fuerza de Dios se mostró perfecta en su debilidad. Le bastó la gracia de Dios para ser feliz.

“Señor, seduce nuestro corazón”

“Gracias por tu amor, por tu gracia”

“Muestra tu fuerza, Señor, en nuestra debilidad”

San Pablo entendió enseguida que ser cristiano es ser evangelizador: fue al mundo entero y proclamó el Evangelio. Llevó el mensaje de Jesucristo más allá de las fronteras de Jerusalén, de Israel. ¿Evangelizas? ¿Cómo lo haces? ¿Con qué palabras y con qué gestos? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Te doy gracias, Señor, porque cuentas conmigo, a pesar de mi pequeñez y mi pecado.

Cuentas conmigo y me llamas, como llamaste a Pablo, un fariseo inteligente, fanático, intransigente, que quería acabar con los que no pensaban como él.

Gracias a tu cercanía, Pablo se cayó del caballo de sus prejuicios y descubrió que donde abundó el pecado, sobreabundó tu amor; que tu grandeza se muestra en nuestra debilidad; que nos podemos fiar de Ti completamente; que Tú lo habías elegido para anunciar el Evangelio.

También a mí me has cambiado, Señor. Gracias.

Que sepa acercarme cada día a Ti, para que puedas acabar la obra que has comenzado en mí y yo sepa contagiar mejor la luz, la alegría y la esperanza de nacen de la fe.

Amén