viernes, 29 de enero de 2016

EL REINO DE DIOS ES COMO UN HOMBRE QUE ECHA LA SEMILLA EN LA TIERRA



Jesús decía a sus discípulos:

«El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha».

También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra».

Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba, sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Jesús nos enseña la importancia de lo pequeño. Hay que ser fieles en lo poco. En lo cotidiano estamos haciendo crecer la dinámica del amor que es el Reino de Dios. Nadie conoce las buenas consecuencias de una sonrisa, de una palabra de aliento, de un compromiso cuidado y constante. Se siembra una semilla pequeña, pero queda ahí y crece. ¿Qué siembro yo, inconstancias y discordias o ilusión por Jesucristo?

Tenemos la experiencia contraria: una mentira tiene repercusiones que quedan y crecen cada día sin que sepamos cómo. En cambio nos falta confianza en esta Palabra: el bien es difusivo, imparable.

También nosotros somos pequeños, como el grano de mostaza. Si te dejas cuidar y provocar por Dios, si dejas que él pruebe tu amor en la fragua de su Amor, entonces serás como un árbol frondoso en el que todos encontremos sombra, frescura, aliento y descanso.

Señor, tengo en el cuenco de mi mano un grano de trigo

Es pequeño. Parece insignificante.

Pudo caer del remolque en un bache del camino, o perderse en el rastrojo.

Nadie habría hecho problema.

Nadie se habría enterado.

Es pequeño. Parece insignificante.

Descubierto en el suelo, es más fácil pisarlo que admirarse, más fácil despreciarlo que recogerlo como un pequeño tesoro.

Es pequeño. Parece insignificante.

Aquí está, en mi mano. Solo.

Sin embargo, bajo su piel tostada encierra un secreto de vida.

En él hay espigas dormidas.

Si cada uno sembramos nuestro grano, junto al del hermano… tendremos muchas espigas, despertará una nueva cosecha.

Señor, ¿Y si este grano fuera el último que queda en el planeta, y yo el único responsable de cuidarlo? ¿Y si éste fuese el último grano de trigo que yo podré sembrar? ¿Qué voy a hacer con este grano? ¿Qué esperas de mí, Señor? ¡Di!

¿Lo encerraré en la urna de un empolvado museo, etiquetado con su nombre científico? ¿Lo ofreceré como alimento a un pájaro o a una hormiga? ¿Lo enterraré, mientras mi corazón reza por su futuro? ¿Lo sembraré?

Sí. Lo importante es sembrar.

Y confiar en la tierra que lo acoge y en Ti, Señor.

Sin que yo sepa cómo, tu fuerza lo convertirá en una espiga.

Señor, el grano de trigo que acojo en el cuenco de mi mano es mi vida, mi amor, mi trabajo, mi alegría, mi fe.

Señor, dame generosidad para sembrar, para sembrarme.

Dame fuerza para quitar las zarzas y las piedras, las situaciones personales pueden ahogar mi siembra.

Dame paciencia, confianza y fe, para esperar los mejores frutos.

Amén

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