jueves, 14 de enero de 2016

LO QUIERO, QUEDA PURIFICADO



Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme». Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». En seguida la lepra desapareció y quedó purificado. 

Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio».

Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a Él de todas partes.

Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


En tiempos de Jesús, los leprosos eran marginados sociales que debían vivir fuera de lugares habitados y no podían acercarse a los caminos. El contagio acarreaba también la impureza religiosa, por lo que eran excluidos en el sentido pleno de la palabra. Pues bien, un leproso se acercó a Jesús pidiendo su curación con gran fe y confianza: «si quieres, puedes limpiarme». Todo es obra de Dios, nosotros debemos dejarnos hacer por su voluntad: «quiero: queda limpio». ¿Qué sentimiento domina tu relación con Dios? ¿Se dan la confianza, la gratitud, la alabanza, el abandono o tal vez existe aún el miedo, la superstición, la desconfianza, la incredulidad? ¿Es tu oración un poner tu vida confiadamente en manos del Señor?

Jesús amaba también a aquel leproso y lo curó. Hoy sigue habiendo marginados sociales: drogadictos, discapacitados, presidiarios, mendigos, inmigrantes, etc. A veces lo mismos creyentes son/somos ridiculizados. También nosotros podemos excluir a quienes no piensan como nosotros, a los que vemos diferentes. Sin embargo, el amor no margina a nadie: «ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés». Jesús siente lástima y extiende la mano a todos, como a aquel leproso. Cuando nosotros tendemos la mano a los demás ayudamos a que se integren mejor y salgan de su marginación. ¿A quién podría yo tender la mano personalmente? ¿A qué excluidos podríamos dirigir la mirada como parroquia, como comunidad de creyentes?

De rodillas solo ante ti, Señor de la vida.

No ante fugaces promesas o imposibles tesoros.

No ante los dioses de barro.

De rodillas, sin aspavientos ni exigencias.

No hay mérito ni medalla que garantice respuesta.

No hay contrato o regateo para atraparte.

Es más fácil pedirte ayuda, abrir los brazos, y murmurar, confiado, “si quieres, puedes…”

Amén

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