lunes, 29 de febrero de 2016

PERO JESÚS, PASANDO EN MEDIO DE ELLOS, CONTINUÓ SU CAMINO



Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga:

«Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.

También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio»

Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Jesús ensalza a dos extranjeros, A los judíos les duele, les duele mucho, tanto que pretenden despeñarlo. A veces el amor a lo nuestro, a la raza nos cierra a la verdad.

“Señor, abre nuestros ojos a la verdad, esté donde esté”

“Perdona y cura nuestra ceguera”

La cruz del viernes santo se va preparando con mucho tiempo. Jesús se va “ganando” el rechazo de las personas que se sienten aludidas por sus palabras. Ésta es también la historia de los profetas del Antiguo Testamento y de los cristianos que viven su fe con coherencia.

“Señor, danos una fe a prueba de rechazos”

“Ayúdanos a acoger con humildad la voz de los profetas”

Los paisanos de Jesús están ciegos. No reconocen que Él es el Mesías, el Hijo de Dios. También nosotros podemos estar ciegos o, al menos, con problemas de vista.

Señor, cura mi mirada apresurada y superficial y ayúdame a contemplar con serenidad y a descubrir la profundidad de lo que acontece.

Transforma mi mirada pesimista y ayúdame a ver signos de bondad y esperanza en  mi vida, en mi comunidad, en el mundo.

No dejes que mire por encima del hombro y ayúdame a ver desde abajo, al lado de los más pequeños.

Ensancha mi mirada, tantas veces interesada, y ayúdame a ver el sufrimiento de los hermanos y mis posibilidades de ayudar.

Purifica mi mirada implacable y ayúdame a mirarme y a mirar con misericordia cuando me equivoco, cuando alguien no hace lo que debe.

Dame una mirada creyente, para descubrirte en mí, en la vida de los que me ayudan y me necesitan, en la belleza de la creación, en los acontecimientos más grandes y más sencillos, más alegres y más duros de la vida.

En fin, Jesús, ayúdame a mirarme, a mirar al Padre, a las personas y al mundo, con el mismo amor con que tú miras a todo y a todos.

Amén

sábado, 27 de febrero de 2016

MI HIJO ESTABA MUERTO Y A VUELTO A LA VIDA



Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo entonces esta parábola:

«Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes.

Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.

Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.

Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros".

Entonces partió y volvió a la casa de su padre.

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.

El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo".

Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.

El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso.

Él le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo.

Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!"

Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado ».


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Somos muy parecidos al hijo mayor: creemos que somos los mejores, el orgullo cerca nuestro corazón, trabajamos para que Dios nos ame, no nos damos cuenta de que todo lo suyo es nuestro, nos indigna el pecado del hermano y la bondad de Dios. 

A veces somos como el hijo pequeño: exigimos lo que no nos corresponde, nos cansamos de lo bueno, nos alejamos de Dios, de nuestra familia, de la Iglesia, despilfarramos lo que no hemos ganado, somos infelices...
 

Pero la historia no acaba aquí: pensamos, volvemos, pedimos perdón; Y Dios nos ve... se conmueve... corre... nos abraza... nos llena de besos... nos reviste con el traje, las sandalias y el anillo de hijos... y hace una fiesta, una gran fiesta.

Señor, a veces me parezco al hijo pequeño de la parábola: soy exigente y egoísta, no encuentro la felicidad en la sencillez de la oración y el trabajo de cada día, en el cariño de la familia y amigos. Y me alejo.

En otros momentos soy como el hijo mayor: orgulloso y envidioso. Me creo mejor que los demás y mejor que Dios. Pierdo la capacidad de alegrarme con el éxito de los humanos. Soy hijo, pero me siento esclavo.

Señor, gracias, porque me buscas siempre, porque me ayudas a sentirme hijo tuyo y hermano de cuantos me rodean. Gracias, porque en la Comunión contigo, me enseñas y das fuerza para perdonar, como tú me perdonas.

Me levantaré e iré, sé a dónde y a quién.

No es la primera vez que vuelvo a la casa que un día dejé arrogante y sin mirarte poniendo a prueba tu corazón de Padre.

Y tú me sorprenderás, nuevamente, con tu acogida, como siempre.

Aquí estoy otra vez, Padre.

Te dejaré ser Padre, reconoceré mis veleidades, renunciaré a la excusa, lanzaré silencios que griten; aceptaré abrazos y besos, permitiré que me laves como a un niño, que hagas fiesta en mi nombre, que me regales anillo y traje...

Aquí estoy otra vez, Padre no vuelvo a tientas, vuelve el hijo; el que se marchó de casa y malgastó tu hacienda, el que te hirió el corazón y rompió tus planes, el que quiso olvidarte con juergas y fiestas, el de siempre...

Aquí estoy otra vez, Padre.

Vengo como me ves, como ya sabes; por necesidad, herido y con hambre, porque sólo en ti halla paz mi pobre y vacío ser que ha fracasado en su huida y en sus veleidades.


Amén

viernes, 26 de febrero de 2016

EL REINO SERÁ ENTREGADO A UN PUEBLO QUE LE HARÁ PRODUCIR SUS FRUTOS



Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.

Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.

Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo". Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Éste es el heredero: vamos a matarlo para quedamos con su herencia". Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.

Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?»

Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo».

Jesús agregó:

«¿No han leído nunca en las Escrituras:

"La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular:
ésta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?"

El que caiga sobre esta piedra quedará destrozado, y aquél sobre quien ella caiga será aplastado.

Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos».

Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Los sumos sacerdotes y los fariseos comprendieron que hablaba de ellos. Ojalá comprendiéramos que esta Palabra, su Palabra, está dirigida a cada uno de nosotros “Habla, Señor, que tu hijo escucha”
“Tu Palabra, Señor, es luz en sendero”

“Sólo Tú, Señor, tienes palabras de vida eterna”

Dios es el amo de la viña, una viña bien plantada, bien cuidada... Tenía hasta lagar y casa para el guardia. Esa viña es el mundo, es nuestra propia vida. Los labradores querían ser dueños de la viña, sin dar cuentas a nadie. Algo semejante nos ocurre a nosotros. Olvidamos que el mundo y la vida son regalo de Dios, no queremos dar cuentas a nadie... Por este camino, la viña se echa a perder, no damos fruto, somos infelices...

“Gracias Señor, por el regalo de la vida, del mundo”

“Enséñanos a ser buenos administradores”

Nos molestan las personas que nos recuerdan la verdad de nuestra vida, la verdad de nuestro mundo. Y tratamos de apartarlas, de hacerlas callar, de suprimir su voz.

“Señor, que sepamos acoger a tus profetas”

“Haznos mensajeros de la verdad, de tu amor”

Señor de la existencia: ¡Quién supiera hacer de su entera vida una acción de gracias, y de todos los latidos de su corazón una alabanza a tu nombre!

Anunciar, lo mismo en las horas felices que en la desgracia, la fidelidad de tu amor que nunca disminuye.

Señor de la existencia: Tus acciones son la fuente de mi alegría y en tus obras, se sacia mi corazón, siempre insatisfecho.

¡Qué sabio es tu proceder con los humanos!

¡Qué profundos los caminos que abres al que llamas para ti! Los necios quieren guiarse por su propia razón, ¡y todos sus pasos conducen al atolladero!

Cuando parece que el triunfo va a coronar sus esfuerzos, el gusano de la amargura o el fuego de la incertidumbre ponen fin a su orgulloso florecer.

Porque todo el que no siembra contigo, desparrama; y la vida que no se nutre de ti enflaquece sin gracia y sin destino.

Señor de la existencia: Tú viertes en mis venas aromas de esperanza y templas mis nervios con las armonías del más virtuoso instrumentista.

Por eso, el conjunto de mis años será una gozosa melodía, una cantata de los más gloriosos acordes, que hará enmudecer de asombro a todos los que negaron tu necesidad y tu presencia.

El que confía en ti, Señor, escapa a los juicios mezquinos de la historia, y sus raíces, bien regadas, dan fruto más allá de los cambios de ideologías, modas y poderes.

¡No hay frustración para quien se abandona a tus destinos, ni vejez o enfermedad que no lleven sus frutos de madurez!

Señor de mi existencia: ¡Ojalá fueses Tú el único músico de mi vida; y yo, únicamente, cantor de tus verdades!


Amén

jueves, 25 de febrero de 2016

A SU PUERTA, CUBIERTO DE LLAGAS YACÍA UN POBRE HOMBRE



Jesús dijo a los fariseos:

Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.

El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.

En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: «Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan».

«Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí».

El rico contestó: «Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento».

Abraham respondió: «Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen».

«No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán».

Pero Abraham respondió: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán».


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Para descubrir qué me dice Dios a través de su palabra hay un método muy sencillo: ponerse en el lugar de cada uno de los personajes:

A veces nos sentimos como Lázaro: pobres, olvidados, hambrientos... Y Dios sale a nuestro encuentro y nos da mucho más de lo que podríamos siquiera soñar. El Señor es para nosotros riqueza, cercanía, pan de vida. Damos gracias.

Pero no podemos negar que en muchísimas ocasiones nos parecemos más al rico Epulón: satisfechos, egoístas, insensibles... Y Dios nos advierte cuál es la meta de este camino: el sufrimiento, la angustia, la soledad... Dios nos llama a la conversión, porque quiere la salvación, la felicidad de todos. ¿Cómo voy a convertirme? ¿Qué le digo a Dios? Pídele fuerza.

Damos un paso más. Estamos llamados a ser transparencia de Dios. Él consuela a los pobres e invita a los ricos a abrir su corazón a los necesitados.

Los lázaros, los hijos de la calle, los parias de siempre, los sin techo, los sin trabajo, los desarraigados, los apátridas, los sin papeles, los mendigos, los pelagatos, los andrajosos, los pobres de solemnidad, los llenos de llagas, los sin derechos, los espaldas mojadas, los estómagos vacíos, los que no cuentan, los marginados, los fracasados, los santos inocentes, los dueños de nada, los perdedores, los que no tienen nombre, los nadie...

Los lázaros, que no son aunque sean, que no leen sino deletrean, que no hablan idiomas sino dialectos, que no cantan sino que desentonan, que no profesan religiones sino supersticiones, que no tienen lírica sino tragedia, que no acumulan capital sino deudas, que no hacen arte sino artesanía, que no practican cultura sino costumbrismo, que no llegan a ser jugadores sino espectadores, que no son reconocidos ciudadanos sino extranjeros, que no llegan a protagonistas sino a figurantes, que no pisan alfombras sino tierra, que no logran créditos sino desahucios, que no innovan sino que reciclan, que no suben a yates sino a pateras, que no son profesionales sino peones, que no llegan a la universidad sino a la enseñanza elemental, que no se sientan a la mesa sino en el suelo, que no reciben medicinas sino lamidas de perros, que no se quejan sino que se resignan, que no tienen nombre sino número, que no son seres humanos sino recursos humanos...

Los lázaros, los que se avergüenzan y nos avergüenzan, pueblan nuestra historia, fueron tus predilectos y están muy presentes en tu evangelio.

Los lázaros pertenecen a nuestra familia aunque no aparezcan en la fotografía, y serán ellos quienes nos devuelvan la identidad y la dignidad perdidas.

Amén

miércoles, 24 de febrero de 2016

MANDA QUE MI DOS HIJOS SE SIENTEN EN TU REINO



Mientras Jesús subía a Jerusalén, llevó consigo a los Doce, y en el camino les dijo: «Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que se burlen de Él, lo azoten y lo crucifiquen, pero al tercer día resucitará».

Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante Él para pedirle algo.

«¿Qué quieres?», le preguntó Jesús.

Ella le dijo: «Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».

«No saben lo que piden», respondió Jesús. «¿Pueden beber el cáliz que Yo beberé?»

«Podemos», le respondieron.

«Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre».

Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».



Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Somos cristianos, queremos seguir a Jesús, sin embargo a veces estamos tan lejos de sus pensamientos y proyectos como los Zebedeos. Sabemos que tenemos que coger la cruz, pero pensamos siempre cómo podemos pasarlo mejor. Hemos oído hablar mil veces de las excelencias del servicio, sin embargo, buscamos privilegios, puestos de honor, que se nos enaltezca entre nuestros compañeros de trabajo, entre nuestros amigos, en la familia.

“Señor, convierte nuestro corazón a ti”

“Contágianos tu modo de sentir, de pensar, de vivir”.

Los otros diez apóstoles se indignaron al escuchar a los Zebedeos. También están lejos de los pensamientos del maestro. Ante los errores de las personas, Jesús siente compasión, y nosotros nos indignamos.

“Señor, que nuestros pecados y fallos nos ayuden a comprender al que se equivoca”

El que quiera ser grande, que sea el servidor de todos. Es fácil de entender, pero hay que plantearse cómo vamos a ser servidores. Y pedir la ayuda de Dios para serlo de verdad.

Del anhelo de ser considerado, del deseo de ser alabado, del ansia de ser honrado, del afán de ser consultado, del empeño en ser aprobado, de la aspiración a ser perfecto... líbrame Jesús.

Del afán de almacenar bienes, del anhelo de ser rico, del empeño en caer bien, del deseo de sobresalir, del ansia de darme a la buena vida, de la aspiración a no fallar... líbrame, Jesús.

Del temor a ser despreciado, del temor a ser calumniado, del temor a ser olvidado, del miedo a ser ofendido, del miedo a ser ridiculizado, del miedo a ser acusado...
líbrame, Jesús.

Del temor a lo desconocido, del temor a ser amado, del temor a salir perdiendo, del miedo a vivir en pobreza, del miedo a renunciar a lo necesario, del miedo a fracasar en la vida... líbrame, Jesús.

Amén