sábado, 30 de julio de 2016

TRÁEME AQUÍ LA CABEZA DE JUAN EL BUTISTA



La fama de Jesús llegó a oídos del tetrarca Herodes, y él dijo a sus allegados: «Éste es Juan el Bautista; ha resucitado de entre los muertos, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos».

Herodes, en efecto, había hecho arrestar, encadenar y encarcelar a Juan, a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla». Herodes quería matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que consideraba a Juan un profeta.

El día en que Herodes festejaba su cumpleaños, su hija, también llamada Herodías, bailó en público, y le agradó tanto a Herodes que prometió bajo juramento darle lo que pidiera.

Instigada por su madre, ella dijo: «Tráeme aquí sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».

El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por los convidados, ordenó que se la dieran y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue llevada sobre una bandeja y entregada a la joven, y ésta la presentó a su madre. Los discípulos de Juan recogieron el cadáver, lo sepultaron y después fueron a informar a Jesús.


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?


¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


Frente al “cada uno que haga lo que quiera”, Juan Bautista denuncia el pecado: Herodes estaba conviviendo con Herodías, esposa de su hermano Felipe. Y el profeta no se calla, aunque sea peligroso para él. Un pecado grave no sólo hace daño a los que lo cometen, perjudica a toda la comunidad.

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Herodías tenía a Juan entre ceja y ceja. Aprovecharía cualquier ocasión para acabar con él. ¿No hacemos a veces nosotros cosas semejantes? Si alguien nos dice algo que nos sienta mal, aunque sea verdad, nos duele y a veces esperamos la ocasión para vengarnos.

Herodes jura un despropósito y después no es capaz de rectificar, por miedo a quedar mal. 

¡Cuantas veces somos esclavos de nuestros errores!

Pedimos perdón y fuerza para superarnos.

Damos gracias por saber perdonar y rectificar.

Señor, enséñanos a encajar la cruz de cada día; la cruz que exige el amor a los que más sufren y a todas las personas; la cruz que conlleva la lucha por la verdad, por la justicia, por la paz; la cruz que nos viene cuando somos fieles a Ti y a tu Evangelio.

Estas cruces nos resultan pesadas, Señor, pero sufrimos más cuando nos encerramos en nosotros mismos, cuando somos testarudos, egoístas y nos dejamos llevar por la envidia o el rencor.

Señor, danos sabiduría para tener siempre presente que la cruz por amor merece la pena, nos hace más humanos, nos acerca a Ti y da vida a cuantos nos rodean. En cambio, el sufrimiento que nos trae el pecado es más grande y enteramente inútil.

Señor, enséñame a sufrir como tú y contigo.

Amén

viernes, 29 de julio de 2016

YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA



En aquel tiempo:

Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas».

Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».

Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día».

Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?»

Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo».


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?


¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


Marta está rota por el dolor. La muerte de su hermano Lázaro le pesaba como una losa. 

Pero cuando se entera de que Jesús está llegando, sale para acogerlo.

En sus primeras palabras se mezclan la fe y el reproche: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”.

Señor: demasiados interrogantes, dudas y oscuridades; a veces, demasiados golpes, heridas y fracasos, como para no protestar y plantearte pleito.

Me enfado y quejo, te reprocho, te increpo y levanto la voz, te acuso de ambiguo y tramposo y me enfrento a ti sin autocensura, mantengo el pleito.

Y Tú, no te incomodas ni te impacientas, ni rompes los lazos de seducción y amor que un día forjaste; toleras nuestras impertinencias aunque se repitan.

Pero no sé si te ríes o eres todo misericordia rompiendo nuestros esquemas.

Quizá te agrade nuestra libertad, frescura y rebeldía, y temas más el silencio y la incomunicación de tus hijos que nuestros cuestionamientos y salidas de tono.

Sabes que este pulso sucede, aunque no lo parezca, en nuestro huerto y bodega; y que es reflejo de nuestra trayectoria vital que se asemeja a un arco de tiro que, al tensarse, une los dos extremos con los que juega y se manifiesta.

Cuanto más nos tensamos, más juntos están en nosotros la rebeldía y la confianza, la protesta y la obediencia, el grito y el abrazo, el no y el amén; y más veloz sale la flecha con los anhelos más cálidos y vivos, dejando las cañadas oscuras, hacia la tierra prometida y el regazo de quien le da acogida.

Y después de tantas quejas y protestas, o en medio de ellas, la única respuesta que descubrimos está ya tatuada en la historia y en la Buena Noticia: Si tenéis fe, ¡cómo no voy a hacer justicia!

En la conversación con Jesús, la fe va ganado la partida al reproche hasta que desaparece el reproche y brilla con toda su fuerza la fe: “Sé que resucitará en la resurrección del último día... Señor, yo creo que Tú eres el Mesías que tenía que venir.”

A veces, cuando sufrimos no queremos saber nada de Dios. Sin embargo, María nos enseña a acercarnos a Dios, aunque sea para quejarnos. Tenemos que dar la oportunidad a Dios para que poco a poco transforme nuestro dolor en una fe más recia.

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Amén

jueves, 28 de julio de 2016

AL FIN DEL MUNDO VENDRÁN LOS ÁNGELES Y SEPARARÁN A LOS MALOS DE ENTRE LOS BUENOS



Jesús dijo a la multitud: «El Reino de los Cielos se parece a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.

Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto?»

«Sí», le respondieron.

Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo».


Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús nos anuncia una buena noticia, una noticia cargada de esperanza para todos los hombres, pero también nos advierte de las consecuencias de una existencia vivida desde el egoísmo, desde la mentira, desde el pecado. Si vivimos así, sufriremos el horno encendido del sinsentido, de la desesperanza, de la tristeza...

Dices que soy manantial y no vienes a beber.

Dices que soy vino gran reserva y no te embriagas.

Dices que soy suave brisa y no abres tus ventanas.

Dices que soy luz y sigues entre tinieblas.

Dices que soy aceite perfumado y no te unges.

Dices que soy música y no te oigo cantar.

Dices que soy fuego y sigues con frío.

Dices que soy fuerza divina y estás muy débil.

Dices que soy abogado y no me dejas defenderte.

Dices que soy consolador y no me cuentas tus penas.

Dices que soy don y no me abres tus manos.

Dices que soy paz y no escuchas el son de mi flauta.

Dices que soy viento recio y sigues sin moverte.

Dices que soy defensor de los pobres y tú te apartas de ellos.

Dices que soy libertad y no me dejas que te empuje.

Dices que soy océano y no quieres sumergirte.

Dices que soy amor y no me dejas amarte.

Dices que soy testigo y no me preguntas.

Dices que soy sabiduría y no quieres aprender.

Dices que soy seductor y no te dejas seducir.

Dices que soy médico y no me llamas para curarte.

Dices que soy huésped y no quieres que entre.

Dices que soy fresca sombra y no te cobijas bajo mis alas.

Dices que soy fruto y no me pruebas.

Un letrado que acoge el mensaje de Jesús, no desprecia todo lo anterior, ni se refugia en el pasado, temiendo cualquier novedad. Pidamos a Dios que en nuestros pueblos, en nuestras familias y en nuestra propia vida, llevemos adelante esta filosofía: valorar el pasado crítica y agradecidamente y afrontar la novedad del futuro con confianza y prudencia.


Amén

miércoles, 27 de julio de 2016

EL REINO DE LOS CIELOS SE PARECE A UN TESORO ESCONDIDO



Jesús dijo a la multitud:

El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.

El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?


¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


Cada persona tiene su forma de valorar lo que tiene y lo que no tiene: Hay cosas que no nos gustan. Otras nos parecen buenas sin más. Nos gustaría tener algunas. Hay cosas por las que estamos dispuestos a hacer un esfuerzo Finalmente, hay tesoros, por los que estaríamos a dar todo lo que tenemos.

¿Qué lugar ocupa en tu corazón y en tu vida la fe, la oración, el compromiso por los necesitados, la comunidad cristiana, la familia...? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

“Señor, hazme descubrir el valor de la amistad que me ofreces, inclina mi corazón a las cosas que de verdad son importantes no dejes que entregue mi vida a causas que no merezcan la pena. Gracias por el tesoro de la fe, de la oración, de la amistad...

Hazme capaz de darlo todo por la perla preciosa del Evangelio

Señor, la vida está llena de encrucijadas, llena de caminos que se abren a mi paso, aunque a veces no soy consciente y elijo sin pensar, sin darme cuenta, dejándome llevar por la rutina, por la pereza, por la prisa, por lo que otros esperan de mí…

Ayúdame a valorar la libertad que me diste y a utilizarla con responsabilidad; a rechazar lo malo y elegir lo bueno, a desenmascarar la mentira y buscar la verdad, a desechar el rencor y optar por el perdón, a descartar una vida cerrada a los demás y construir una vida compartida y entregada. a vencer al egoísmo y escoger el amor.

Dame luz para encontrar el tesoro escondido, y valor para renunciar a cuanto me aleje de él.

Ayúdame a escoger, entre lo bueno, lo mejor, el camino que más me ayude a crecer y ser feliz, el camino en el que sirva más y mejor, el camino que me acerque más a ti y a tu amor.

Te tengo y no te tengo porque, creyendo en tu palabra, renuncié a poseer cosas y personas en mi casa, en mi corazón y en mis entrañas.

Y ahora que vivo así, huérfano de propiedades, yermo de posesiones, sin redes, sin cadenas, sin ventosas, sin paredes, cárceles y murallas, sin presiones, sin estafas, sin trampas, es cuando más rico me encuentro y más libre me siento para agarrarte y agarrarme, para retenerte y retenerme en este espacio vacío que es mi casa, mi corazón y mis entrañas, y que Tú habitas libremente con ternura infinita, humana y divina, desde que existe.

Y así, a la contra como quien dice, la fe empieza a invadirme por todos los poros, vías y heridas; y yo me dejo llevar por tu brisa, huellas y melodía a un encuentro sorprendente.

Gracias porque es posible tenerte y retenerte, y por tenerme y retenerme a tu manera, Señor.

¡Esto es un tesoro que merece la pena!

Amén

martes, 26 de julio de 2016

DEJEN QUE CREZCAN JUNTOS HASTA LA COSECHA



Jesús propuso a la gente esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: «Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?». 

Él les respondió: «Esto lo ha hecho algún enemigo».

Los peones replicaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?» «No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero».


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?


¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

A los discípulos más cercanos les cuesta entender a Jesús. Cuando se van a casa preguntan las dudas y Jesús les explica con paciencia.

Es normal que también nosotros tengamos dudas a la hora de entender algunas páginas del Evangelio y tenemos que buscar los medios para poder aclararlas.

Jesús no mantiene con todos la misma relación. Predica a la gente, a la multitud. Comparte momentos de más intimidad con sus discípulos y ellos le preguntan en privado lo que no han entendido. Es más con Juan, Pedro y Santiago mantiene una amistad especial.

No estamos a ser discípulos del montón. Nuestra relación con Jesús ha de crecer cada día en profundidad.

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Jesús nos recuerda el efecto del pecado: la tristeza y la muerte en esta tierra y por toda la eternidad; y el destino de los que cumplen la voluntad de Dios: la vida junto a Dios.

Es una llamada a la conversión para vivir más felices, más plenamente.

Señor, me impresiona la paciencia que tienes conmigo y con todos tus hijos.

Cuando te acercas y yo me alejo, Tú esperas y alientas mi regreso.

Cuando me enfado contigo y con los hermanos, Tú esperas y sigues ofreciéndome tu mejor sonrisa. Cuando me hablas y no te contesto, Tú esperas y sigues ofreciéndome tu palabra.
Cuando no me atrevo a elegir y a renunciar, Tú esperas y sigues dándome luz y valor.

Cuando me cuesta servir y entregarme, Tú esperas y das tu vida por mí, sin reservarte nada.

Cuando soy egoísta y no doy buenos frutos, Tú esperas, me riegas y me abonas.

Cuando me amas y yo no correspondo, Tú esperas y multiplicas tus gestos de cariño.

En tu paciencia se esconden mis posibilidades de mejorar, de crecer, de ser yo mismo, de cumplir lo que Tú has soñado para mí, de ser plenamente feliz.

Señor, que no me pase la vida sin aprovechar las oportunidades que tu paciencia me brinda, para ser cada día menos cizaña y más trigo.

Amén