martes, 26 de julio de 2016

DEJEN QUE CREZCAN JUNTOS HASTA LA COSECHA



Jesús propuso a la gente esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: «Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?». 

Él les respondió: «Esto lo ha hecho algún enemigo».

Los peones replicaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?» «No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero».


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?


¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

A los discípulos más cercanos les cuesta entender a Jesús. Cuando se van a casa preguntan las dudas y Jesús les explica con paciencia.

Es normal que también nosotros tengamos dudas a la hora de entender algunas páginas del Evangelio y tenemos que buscar los medios para poder aclararlas.

Jesús no mantiene con todos la misma relación. Predica a la gente, a la multitud. Comparte momentos de más intimidad con sus discípulos y ellos le preguntan en privado lo que no han entendido. Es más con Juan, Pedro y Santiago mantiene una amistad especial.

No estamos a ser discípulos del montón. Nuestra relación con Jesús ha de crecer cada día en profundidad.

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Jesús nos recuerda el efecto del pecado: la tristeza y la muerte en esta tierra y por toda la eternidad; y el destino de los que cumplen la voluntad de Dios: la vida junto a Dios.

Es una llamada a la conversión para vivir más felices, más plenamente.

Señor, me impresiona la paciencia que tienes conmigo y con todos tus hijos.

Cuando te acercas y yo me alejo, Tú esperas y alientas mi regreso.

Cuando me enfado contigo y con los hermanos, Tú esperas y sigues ofreciéndome tu mejor sonrisa. Cuando me hablas y no te contesto, Tú esperas y sigues ofreciéndome tu palabra.
Cuando no me atrevo a elegir y a renunciar, Tú esperas y sigues dándome luz y valor.

Cuando me cuesta servir y entregarme, Tú esperas y das tu vida por mí, sin reservarte nada.

Cuando soy egoísta y no doy buenos frutos, Tú esperas, me riegas y me abonas.

Cuando me amas y yo no correspondo, Tú esperas y multiplicas tus gestos de cariño.

En tu paciencia se esconden mis posibilidades de mejorar, de crecer, de ser yo mismo, de cumplir lo que Tú has soñado para mí, de ser plenamente feliz.

Señor, que no me pase la vida sin aprovechar las oportunidades que tu paciencia me brinda, para ser cada día menos cizaña y más trigo.

Amén

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