martes, 20 de octubre de 2015

ESTÉN CON LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS



Jesús dijo a sus discípulos:

Estén preparados, ceñidas las vestiduras y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.

¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!

Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Estamos dormidos cuando no nos enteramos de lo que ocurre a nuestro alrededor, cuando nos descubrimos la presencia de Dios en nuestra vida, en los hermanos, en la sociedad, en la comunidad…

Y cuando dormimos, el Señor pasa de largo, no podemos sentarnos a su mesa, no podremos disfrutar de su amor.

Dios llega de madrugada, por la noche y al mediodía. A cualquier hora, en cualquier lugar, a cualquier edad.

¿Estoy dormido? ¿En qué momentos? ¿En qué lugares?

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Despierta, Señor, nuestros corazones, que se han dormido en cosas triviales
y ya no tienen fuerza para amar con pasión.

Despierta, Señor, nuestra ilusión, que se ha apagado con pobres ilusiones
y ya no tiene razones para esperar.

Despierta, Señor, nuestra sed de ti, porque bebemos aguas de sabor amargo
que no sacian nuestros anhelos diarios.

Despierta, Señor, nuestra hambre de ti, porque comemos manjares que nos dejan hambrientos y sin fuerzas para seguir caminando.

Despierta, Señor, nuestras ansias de felicidad, porque nos perdemos en diversiones fatuas y no abrimos los secretos escondidos de tus promesas.

Despierta, Señor, nuestro silencio hueco, porque necesitamos palabras de vida para vivir y sólo escuchamos reclamos de la moda y el consumo.

Despierta, Señor, nuestro anhelo de verte, pues tantas preocupaciones nos rinden
y preferimos descansar a estar vigilantes.

Despierta, Señor, esa amistad gratuita, pues nos hemos instalado en los laureles
y sólo apreciamos las cosas que cuestan. Despierta, señor, nuestra fe dormida,
para que deje de tener pesadillas y podamos vivir todos los días como fiesta.

Despierta, señor, tu palabra nueva, que nos libre de tantos anuncios y promesas
y nos traiga tu claridad evangélica. Despierta, señor, nuestro espíritu, porque hay caminos que sólo se hacen con los ojos abiertos para reconocerte.

Despierta, Señor, tu fuego vivo. Acrisólanos por fuera y por dentro, y enséñanos a vivir despiertos.

Amén

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