viernes, 13 de febrero de 2015

EFATÁ



Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua; Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Ábrete». Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.

Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Pueden ayudar estas ideas:

Bueno sería que en este día nos pusiéramos el traje de otorrino y nos hiciésemos un chequeo de oído, o mejor aún, un chequeo de escucha. ¿Escuchas a tu familia, a tus amigos, a tus compañeros de estudio o trabajo? ¿Y a los que no piensan como tú? ¿Y a los que te piden ayuda? Pídele a Jesús que cure tu sordera, con fe.

Y ya que estás en faena ¿Por qué no haces otro chequeo a tu oído interior? Dios habla, susurra, grita... a través de las personas, de los acontecimientos, de su Palabra, de tus sentimientos...

"Gracias Señor por tu Palabra"

"Perdona mi falta de escucha"

No te quites aún tu traje de otorrino. Hay mucha gente sorda por ahí. A algunos hay que descubrirles la sordera, a otros, hay que ayudarles a superarla. Es tan importante escuchar a las personas y a Dios. Es tan triste estar incomunicado. Dios pide tu colaboración. ¿Qué le dices?

Señor, cuando me encierro en mí, no existe nada: ni tu cielo y tus montes, tus vientos y tus mares; ni tu sol, ni la lluvia de estrellas.

Ni existen los demás ni existes Tú, ni existo yo.

A fuerza de pensarme, me destruyo.

Y una oscura soledad me envuelve, y no veo nada y no oigo nada.

Cúrame, Señor, cúrame por dentro, como a los ciegos, mudos y leprosos, que te presentaban.

Yo me presento.

Cúrame el corazón, de donde sale, lo que otros padecen y donde llevo mudo y reprimido el amor tuyo, que les debo.

Despiértame, Señor, de este coma profundo, que es amarme por encima de todo.

Que yo vuelva a ver a verte, a verles, a ver tus cosas a ver tu vida, a ver tus hijos...

Y que empiece a hablar, como los niños, -balbuceando-, las dos palabras más redondas de la vida:

¡PADRE NUESTRO!

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