viernes, 20 de marzo de 2015

TODAVÍA NO HABÍA LLEGADO SU HORA



Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo.

Se acercaba la fiesta judía de las Chozas. Cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también Él subió, pero en secreto, sin hacerse ver. Promediaba ya la celebración de la fiesta, cuando Jesús subió al Templo y comenzó a enseñar.

Algunos de Jerusalén decían: -“¿No es éste Aquél a quien querían matar? ¡Y miren como habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde es éste; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es”-

¡Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó:

-“¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde soy? Sin embargo, Yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco, porque vengo de Él y es Él el que me envió”-

Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre Él, porque todavía no había llegado su hora.

Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Pueden ayudar estas ideas:

Jesús sabe que muchos judíos tratan de matarlo en Jerusalén. Por eso anda cauteloso. No quiere provocar la reacción violenta de sus enemigos. Pero la cautela, no le lleva a decir lo contrario de lo que piensa y sigue dando testimonio de aquél que lo ha enviado. No se deja llevar ni siquiera por el miedo a la muerte. Su voluntad es insobornable.

Tampoco los cristianos deberíamos provocar la reacción contraria de nuestros “enemigos”. No podemos provocar, pero tampoco podemos quedarnos callados. No podemos traicionar a Dios. Es difícil este equilibrio, pero es necesario.

Pedimos perdón por las veces en las que provocamos reacciones violentas.

Pedimos perdón porque a veces nos callamos cobardemente o no decimos lo que pensamos por miedo.

Damos gracias porque Dios nos enseña a ser cautelosos y valientes a la vez. Pedimos luz y fuerza.

Quiero tener una mirada como la tuya, Señor.

A no dejarme llevar por mis juicios, interesados, duros y excesivamente crueles.

A observar, no tanto los aspectos negativos, cuanto la bondad y lo noble de los que me rodean.

Ayúdame a mirar como Tú, Señor.

A no conspirar ni levantar castillos en las ruinas sufrientes de tantos hermanos.

A no señalar defectos e historias pasadas que, entre otras cosas, sólo sirven para causar sensación o daño.

Ayúdame a mirar como Tú, Señor.

A ser prudente, como Tú lo fuiste con aquella mujer, que adulterada en su vida, comenzó otra vida nueva ante tu forma de mirarle y corregirle.

Ayúdame a mirar como Tu, Señor.

A ver el lado bueno de las personas.

A no recrearme con el sufrimiento ajeno.

A no ser altavoz de calumnias y mentiras.

A ser persona y no jugar a ser juez.

Ayúdame a mirar como Tú, Señor.

A no manipular ni airear las cruces de las personas que las soportan.

A no enjuiciar ni condenar los defectos de tantos próximos a mi vida.

A no hacer estandarte ni burla de los que están hundidos en sus miserias.

Ayúdame a mirar como Tú, Señor.

Para que, frente a la mentira, reine la verdad.

Para que, frente a la condena, brille tu misericordia.

Para que, frente a la burla, salga la comprensión.

Para que, frente a la humillación, despunte la bondad.

Amén

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