martes, 1 de septiembre de 2015

MANDA CON AUTORIDAD Y PODER A LOS ESPÍRITUS IMPUROS, Y ELLOS SALEN



Jesús bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y enseñaba los sábados. Y todos estaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad.

En la sinagoga había un hombre que estaba poseído por el espíritu de un demonio impuro; y comenzó a gritar con fuerza: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios».

Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El demonio salió de él, arrojándolo al suelo en medio de todos, sin hacerle ningún daño. El temor se apoderó de todos, y se decían unos a otros: «¿Qué tiene su palabra? ¡Manda con autoridad y poder a los espíritus impuros, y ellos salen!»

Y su fama se extendía por todas partes en aquella región.

Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Hay muchas clases de autoridad. Hay personas que tienen autoridad porque saben mucho, otras porque tienen mucho poder y muchas posibilidades para reprimir a los adversarios. La autoridad puede nacer del poder o de la coherencia, de la autenticidad. Ésta es la autoridad de Jesús. Y ésta debería ser nuestra autoridad.


Señor, Tú hablas con autoridad, porque has sido enviado por Dios Padre, no eres un entrometido; porque hablas de lo que sabes, no hablas de oídas; porque hablas con sencillez, para que te entiendan, no para demostrar lo mucho que sabes; porque hablas con respeto, nunca con violencia; porque haces lo que dices, vives lo que hablas; porque tus palabras buscan mi bien, aunque a veces no quiera escuchar lo que me dices; porque tus palabras reflejan la verdad, sin esconder la luz ni las sombras; porque tus palabras descubren nuestros fallos para que los superemos, nunca para humillarnos; porque tus palabras nos recuerdan quiénes somos y lo mucho que valemos para ti; porque tus palabras, tu mirada, tus gestos y tu vida nos anuncian un mismo mensaje: que nos amas con todo el corazón y que tu amor nos acompañará siempre.

Señor, ayúdame a hablar como Tú, a vivir como Tú, a ser como Tú.


Jesús libera de todo lo que no nos deja crecer como personas y como cristianos. Por eso su lucha se dirige directamente contra el pecado. El pecado es nuestro peor enemigo, un enemigo que se convierte en invencible cuando no reconocemos su peligro.

“Señor, gracias por desatarnos de las cadenas que nos atan, por liberarnos de los espíritus que nos atemorizan. Concédenos reconocer el mal que retuerce a nuestros hermanos y ayudarles a disfrutar la alegría de una vida libre”

Amén

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