jueves, 19 de junio de 2014

PERDONA NUESTRAS OFENSAS COMO NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN



PERDONA NUESTRAS OFENSAS COMO NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN

 


El pan necesario para cada día nos preserva de la muerte física. El perdón del Señor nos saca de la muerte eterna. Cada día de nuevo necesitamos también este perdón. Nuestra deuda delante de Dios es impagable. Ningún hombre la puede jamás pagar por "su justicia ". "No entres en juicio con tu siervo, pues no es justo ante ti ningún viviente, Salmo 143,2. La misma situación del hombre pecador describen las páginas del Nuevo Testamento: "Si decimos": 'No tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en nosotros" 1 Ju 1,8. No se trata de una u otra ofensa en lo particular, sino que el hombre pecador está en camino hacia el juicio, con la inmensa carga de sus ofensas pasadas y presentes, entre los cuales tienen un lugar importante los pecados de omisión.

Para los paganos de su tiempo y para los hombres neopaganos de nuestro mundo secularizado, que no quieren reconocer el pecado y la responsabilidad personal y social que tenemos delante de Dios, San Pablo compuso un pequeño espejo de citas bíblicas:

No hay quien sea justo, ni siquiera uno solo.
No hay un sensato,
No hay quien busque a Dios...
Sepulcro abierto es su garganta,
Con su lengua urden engaños.
Veneno de áspides bajo sus labios...
Ruina y miseria son sus caminos.
El camino de la paz no lo conocieron,
No hay temor de Dios ante sus ojos.
Rom 3, 10...

A la gente superficial; que no se quiere convertir dice Jesús: "Generación malvada y adúltera" Mt 12,39. Dios quiere celebrar alianza de fidelidad con su pueblo. La infidelidad a esta alianza es la raíz del pecado. ¿Celebramos la alianza del Nuevo y Eterno Testamento siempre con tal fidelidad?

Únicamente por los méritos de esta preciosísima sangre del Nuevo Testamento, derramada por nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados, tenemos acceso al Padre, podemos atrevernos a decir: "Perdona nuestras ofensas". La justicia divina exige: "¡Paga lo que debes!" Pero el Hijo Unigénito "canceló la nota de cargo que había contra nosotros... y la suprimió clavándola en la cruz Col 2,14.

Habéis sido comprados por un precio muy alto I Cor 6,20; 7,23, por la sangre del Cordero sin mancha 1 Pe 1,19.
         
Por el sacrificio de la cruz, sacrificio propiciatorio perpetuado en cada Santa Misa, se nos abre el cielo y podemos ver al Padre, rico en misericordia y dispuesto siempre a perdonar. "Movido a compasión el Señor... le perdonó la deuda" (Mt 18,27).

Por su infinito amor con el hijo pródigo, el padre puso algunas condiciones, para que la vuelta del hijo perdido fuera efectiva y duradera.

Primera condición: la contrición

El acto esencial de la penitencia, por parte del penitente, es la contrición, o sea, un rechazo claro y decidido del pecado cometido, junto con el propósito de no volver a cometerlo, por el amor que se tiene a Dios y que renace con el arrepentimiento. La contrición, entendida así, es', pues, el principio y el alma de la conversión, de la metanoia evangélica que vuelve al hombre a Dios', como el hijo pródigo que vuelve al padre, y que tiene en el sacramento de la Penitencia su signo visible, perfeccionador de la misma atrición. Por ello, "de ésta contrición del corazón dependen la verdad de la penitencia".
  
Segunda condición:

La Iglesia fue constituida por Cristo signo e instrumento de salvación. En íntima conexión con Cristo tiene la Iglesia la tarea central de la reconciliación del hombre: con Dios, consigo mismo, con los hermanos, con todo lo creado.

La carta del Papa Juan Pablo II "La Reconciliación y Penitencia" publicada en Adviento del 1984, dice: "Nada puede perdonar la Iglesia sin Cristo y Cristo no quiere nada perdonar sin la Iglesia. Nada puede perdonar la Iglesia sino a quien es penitente, es decir a quien Cristo ha tocado con su gracia; Cristo nada quiere considerar como perdonado a quien desprecia a la Iglesia" Sermón del Beato Isaac de la Estrella.      

Tercera condición:

Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

Con ninguna petición del Padrenuestro hay tanto peligro de pronunciarla con labios mentirosos. El que no quiere cumplir al pie de la letra con lo que Cristo nos dejó como su testamento y como condición de poder participar en el banquete eucarístico, tiene que oír la advertencia: "Si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas" Mt 6, 15.

Cristo no sólo enseñó el Padrenuestro, él es el primero que lo ha vivido. Cuando sus peores enemigos habían logrado su asesinato como "criminal", su total destrucción física y moral, y estaban en una actitud verdaderamente diabólica burlándose del Señor en su agonía, una de las últimas palabras de Cristo es: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" Lc 23, 34.

Empezando por San Esteban, muchísimos mártires de la Iglesia acabaron su vida con igual acto de perdón a sus enemigos y asesinos. Cuando llevaron al Padre Miguel Pro, S.J. al patíbulo, sus asesinos sabían que era inocente -el detective Quintana le dice al oído: "Padre, perdóneme Usted". El sacerdote mártir contesta: "No sólo te perdono, hermano, sino que te lo agradezco". Sabemos también de otros sacerdotes, sacrificados inocentes durante la persecución religiosa del 1926 al 1929 que murieron en la misma imitación del Señor crucificado.

Para nuestra propia debilidad queda un consuelo. Hasta Pedro, el primer Papa, necesitó cierto tiempo para su radical conversión en este punto. "¿Señor, cuantas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? "Dícele Jesús:

"No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete" quiere decir siempre sin límites Mt 18,21-22.

Como médico Cristo nos invita al banquete eucarístico. Somos pecadores y como tales nos reúne en su mesa sagrada. Pero si nos reunimos con el Señor como miembros de su familia, rescatados y nutridos con su sangre, debemos, precisamente por el poder de este manjar sagrado, amar como Cristo amó, debemos sentir la alegría del perdón recibido, como aquella Magdalena, que besó en el banquete los pies de Jesús y ungió su cabeza con aceite Lc 7,36-50. "Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" Mt 5,20.

Debemos producir "dignos frutos de conversión" Lc 3,8 y el perdón a los hermanos y hasta a los enemigos es la condición y el fruto más indispensable para recibir diariamente de nuevo el perdón del Padre Misericordioso.

El fruto más precioso del perdón obtenido en el sacramento de la penitencia consiste en la reconciliación con Dios, la cual tiene lugar en la intimidad del corazón del hijo pródigo, que es cada penitente. Pero hay que añadir que tal reconciliación con Dios tiene como consecuencia, otras reconciliaciones que reparan las rupturas causadas por el pecado: el penitente perdonado se reconcilia consigo mismo en el fondo más íntimo de su propio ser,... se reconcilia con los hermanos, agredidos y lesionados por él de algún modo; se reconcilia con la Iglesia; se reconcilia con toda la creación.


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