jueves, 19 de junio de 2014

CUANDO TE DIRIJAS A DIOS, DILE...



CUANDO TE DIRIJAS AL PADRE, DILE ASI:

 PADRE NUESTRO… QUE ESTAS EN LOS CIELOS

Para nuestra vida personal y comunitaria es de suma importancia el concepto que tengamos de Dios. A pesar de la íntima familiaridad que supone para los bautizados la aclamación "Abbá" -"Querido Padre"- nunca hemos de perder el respeto que debemos a Dios de gloria y majestad, al Dios que es el dueño de la viña de mi alma, al Dios que me exigirá cuentas de como he administrado los talentos recibidos. Los designios del Padre son inescrutables. Algunos rezan a Dios con un concepto infantil, nunca profundizan, porque su doctrina quedó al nivel de la Primera Comunión. Tal como es el hombre, así es su idea de Dios. Algunos parecen creyentes y no lo son.
Jesús, el único que conoce bien al Padre, nos advierte que hay dos peligros principales para falsificar la imagen del Aquel que está en los cielos. De un lado es el paganismo. No debemos rezar como los paganos, quienes por el esfuerzo de muchas palabras irrespetuosas quieren bajar a Dios del cielo al nivel de su miserable inteligencia egoísta y tratar con él como con un negociante.
De otro lado están los fariseos, que rezan con los labios según las leyes prescritas, pero su corazón está lejos de Dios, a tal grado que crucificaron a Jesús, "porque llamaba a Dios su Padre" Jn 5,18. De ellos dice Jesús: "Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí. Vuestro Padre es el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este fue homicida desde el principio... es mentiroso y padre de la mentira" Jn 8,44.
Con qué reverencia debemos levantar el corazón al Padre en los cielos nos explica el obispo San Cipriano que murió en Cartago en el 258 como mártir.
Cuando nos ponemos en su presencia para orar, lo llamamos con el nombre de Padre, ninguno de nosotros se hubiera nunca atrevido a pronunciar este nombre en la oración, si él no nos lo hubiese permitido. Por tanto. Hermanos muy amados debemos recordar y saber, que pues llamamos Padre a Dios, tenemos que obrar como hijos suyos, a fin de que él se complazca en nosotros...
Sea nuestra conducta cual conviene a nuestra condición de templos de Dios, para que se vea de verdad que Dios habita en nosotros. Que nuestras acciones no desdigan del Espíritu: hemos comenzado a ser espirituales y celestiales y, por consiguiente, hemos de pensar y obrar cosas espirituales y celestiales.

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE
 Dios mismo es el Arcano, es el Impenetrable. En el "Magníficat", María exclama "Santo es su nombre". El es totalmente diferente a cada criatura. Delante de su gloria y santidad el hombre pecador sólo puede exclamar: "¡Ay de mí, que estoy perdido! Pues soy un hombre de labios impuros'" Ts 6,5.
Oigamos de nuevo una meditación de San Cipriano sobre el Padrenuestro:
¿Por quién podría Dios ser santificado, si es El mismo quien santifica? Más, como sea que El ha dicho: Sed santos, porque yo soy santo, por esto pedimos y rogamos que nosotros, que fuimos 'santificados' en el bautismo, perseveremos en esta santificación inicial. Y esto lo pedimos cada día. Necesitamos, en efecto, de esta santificación cotidiana ya que todos los días delinquimos, y por esto necesitamos ser purificados' mediante esta continua y renovada santificación"  
Cuando Moisés era ya como de cuarenta años, pastor del rebaño de su suegro Jetro, llegó una vez hasta la montaña de Dios, Horeb. Después de la visión de la zarza ardiente recibió del Dios personal, del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, la misión de sacar al pueblo de Dios de la esclavitud de los egipcios. Moisés contestó a Dios: Si voy a los hijos de Israel y les digo: "El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros;" cuando me pregunten: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Dijo Dios a Moisés: "YO SOY EL QUE SOY". Así dirás a los hijos de Israel: "YO SOY" me ha enviado a vosotros Ex 3, 14. Es la revelación más importante de Dios en el Antiguo Testamento. Dios no se queda en el anonimato, se compromete con su pueblo, lo libera, lo protege, camina con él, es el Dios de la alianza de la vida, de una amistad fiel.
Pero exige también de nosotros compromiso de fidelidad. En la antigua alianza Dios manifestó: "A vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mi un reino de sacerdotes y una nación santa" Ex 19,4-6
Dios exige a los judíos la santificación. Deben guardar los diez mandamientos, no deben abusar del nombre divino, no deben profanarlo, deben guardar los días sagrados, las fiestas religiosas, los ritos sagrados, deben obedecer al pastor instituido por Dios.
Jesús nos revela que no solo nos llamamos hijos de Dios sino que lo somos realmente.
Por el bautismo hemos sido santificados y llamados a santificar toda nuestra vida, nuestros trabajos, sufrimientos y nuestro tiempo libre con sus alegrías legítimas. Sin la gracia santificante somos malos y no santificamos nada. Profanamos nuestra vida y hasta la vida de otros. Algunos jóvenes alegan, que ya no participan en la Santa Misa porque se aburren, porque no sienten nada atractivo, porque la Misa ya no les da nada.
Lógico, si no pedimos el Espíritu Santo, si no vivimos nuestra consagración bautismal si no captamos que cada uno de nosotros es llamado con un nombre personal a esta alianza de amor, quedamos como los ciegos, los sordos y los mudos.
Cristo nos ha manifestado el nombre del Padre. "Yo les he dado a conocer tu Nombre" Jn 17,26. El es la mano extendida del Padre misericordioso. En el nombre de Jesucristo el Nazareno, el primer Papa, San Pedro realiza el milagro de curar a un hombre tullido e inactivo junto a la puerta Hermosa del Templo. Delante de las Autoridades hostiles hace la confesión solemne: "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debemos salvamos" Hech 4, 12.
Celebrando en el nombre de Jesús la Eucaristía nos salvamos y nos santificamos.
"¡Oh Dios!, Señor nuestro, qué glorioso es tu nombre por toda la tierra" Salmo 8,2.



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