sábado, 1 de octubre de 2016

FELICES LOS OJOS QUE VEN, LO QUE USTEDES VEN



Al volver los setenta y dos de su misión, dijeron a Jesús llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre».

Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo».

En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo mantenido ocultas estas cosas a los sabios y prudentes, las has revelado a los pequeños. SI, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: «¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!»


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?


¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


Has escondido a los sabios... has revelado a la gente sencilla. Dios se quiere revelar a todos, pero no todos están abiertos. Sólo podemos ser cristianos desde la sencillez, desde la humildad. Si creemos que lo podemos todo ¿qué vamos a pedir? Si pensamos que lo sabemos todo ¿qué puede enseñarnos Dios? 

"Señor, danos un espíritu de niño"

"Señor, cura nuestra prepotencia"

Nadie conoce al Padre si no aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar. Hasta que llegó Jesús, la humanidad imaginó a Dios de muchas formas: con cara de juez sin misericordia, de relojero que pone en marcha el universo, de ser inmutable sin sentimientos... A partir de Jesús sabemos que la entraña de Dios es el Amor, la Misericordia, el Perdón, la Entrega... Es verdad que nunca conoceremos a Dios completamente, pero el conocimiento que ahora tenemos es mucho más ajustado.
"Gracias Padre por darte a conocer"

"Espíritu Santo, ayúdame a conocer cada día mejor al Padre"

"Borra, Jesús, las falsas imágenes que todavía tengo de Dios"

No estén alegres porque se os someten los espíritus. Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo. No os alegréis sólo porque vuestros esfuerzos alcanzan resultados (podrían no alcanzarlos). Estad alegres sobre todo porque Dios os ama, os cuida, os perdona, os resucita... (Y Dios nunca falla). Y dad gracias a Dios porque es el da la potestad, la fuerza, el que da eficacia a nuestras acciones

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Concédenos, Señor, tu alegría insobornable.

La diversión tiene precio y propaganda y sus mercaderes son expertos.

Se alquila la evasión fugaz con sus rutas exóticas y vanas.

Se bebe el gozo con tarjetas de crédito y se estruja como un vaso desechable.

Pero tu alegría no tiene precio, ni podemos seducirla.

Es un don para ser acogido y regalado.

Concédenos, Señor, tu alegría sorprendente.

Más unida al perdón recibido que a la perfección farisaica de las leyes.

Encontrada en la persecución por el reino, más que en el aplauso de los jefes.

Crece al compartir lo mío con los otros, y se muere al acumular lo de los otros como mío.

Se ahonda al servir a los criados de la historia, más que al ser servidos como maestros y señores.

Se multiplica al bajar con Jesús al abismo humano, se diluye al trepar sobre cuerpos despojados.

Se renueva al apostar por el futuro inédito, se agota al acaparar las cosechas del pasado.

Tu alegría es humilde y paciente y camina de la mano de los pobres.

Concédenos, Señor, la “perfecta alegría”. La que mana como una resurrección fresca entre escombros de proyectos fracasados.

La que no logran desalojar de los pobres ni la cárcel de los sistemas sociales ni los edictos arbitrarios de los amos.

La decepción más honda y golpeada no puede blindarnos para siempre
contra su iniciativa inagotable.

Tu alegría es perseguida y golpeada, pero es inmortal desde tu Pascua.

Concédenos, Señor, la sencilla alegría. La que es hermana de las cosas pequeñas, de los encuentros cotidianos y de las rutinas necesarias.

La que se mueve libre entre los grandes, sin uniforme ni gestos entrenados,
como brisa sin amo ni codicia.

Tu alegría es confiada y veraz, ve la más pequeña criatura amada por ti,
con un puesto en tu corazón y en tu proyecto.


Amén

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