lunes, 27 de junio de 2016

SÍGUEME Y DEJA QUE LOS MUERTOS ENTIERREN A SUS MUERTOS



Al verse rodeado por la multitud, Jesús mandó a sus discípulos que cruzaran a la otra orilla. Entonces se aproximó un escriba y le dijo: «Maestro, te seguiré adonde vayas».

Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza».

Otro de sus discípulos le dijo: «Señor, permíteme que vaya antes a enterrar a mi padre».

Pero Jesús le respondió: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos».


Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


Ser cristiano no es solamente conocer a Jesús, rezar, cumplir ciertas obligaciones, hacer cosas por los demás... Ser cristiano es fundamentalmente seguir a Jesús, seguir a Jesús por el camino que él nos vaya marcando.

¿Cómo descubrir este camino? A través de la oración, de la reflexión, del acompañamiento espiritual...

¿Estas dispuesto a seguir a Jesús por la senda que te señale? ¿Qué medios pones y podrías poner para escuchar su voz? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. Seguir a Jesús normalmente pasa por la pobreza, por la austeridad, Vivir en pobreza sólo es posible si confío en él, si tengo a Dios cómo el mejor tesoro.

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices

La majestad no está en los gestos de orgullo, en la mirada altiva o el ceño fruncido.

No está en la puerta infranqueable o en la adulación cortesana.

Tampoco en la altura de los rascacielos o la privacidad de los accesos exclusivos.

No está en las cenas de gala, la alta costura, la joyería fina o los gastos suntuosos.

La majestad poco tiene que ver con protocolos que encumbran al poderoso y ningunean al débil.

¿Dónde, entonces?

En un rey sin trono, palacio o ejércitos.

Sin cuenta corriente, sin otro techo que el cielo.

Un rey sin más ley que el amor desmedido, sin más cetro que sus manos desnudas, gastadas ya en tanta caricia, en tanta brega, por tanto tirar de los derrumbados.

Sin otra atalaya que la cruz, y en ella, el perdón por bandera, la paz por escudo,
y la justicia, inmortal, como apuesta eterna.

Amén

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