martes, 29 de noviembre de 2016

FELICES LOS OJOS QUE VEN LO QUE USTEDES VEN



Al regresar los setenta y dos discípulos de su misión, Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo:

«Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos:

«¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron».


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?


¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


Has escondido a los sabios... has revelado a la gente sencilla. Dios se quiere revelar a todos, pero no todos están abiertos. Sólo podemos vivir el Adviento, sólo podemos ser cristianos desde la sencillez, desde la humildad. Si creemos que lo podemos todo ¿qué vamos a pedir? Si pensamos que lo sabemos todo ¿qué puede enseñarnos Dios? El Adviento nos invita a ser como niños, que no tienen nada propio, que tienen que aprenderlo todo.

Hasta ayer, como quien dice, he jugado intensamente a ganar en todos los campos considerados importantes: la vida, la fe, la verdad, la política, la comunidad, la ideología, el trabajo, la solidaridad, el crear referencias, el ejercicio del poder... y otros que ya ni recuerdo o han cambiado de catálogo.

Y he peleado a fondo en encuentros, asambleas, reuniones y debates; en propuestas, documentos, discernimientos, votaciones y elecciones; con personas, grupos, reglas y costumbres presentes y ausentes.

Ahora ya no. Ahora sólo me preocupa, Señor, Respetar y seguir viviendo; dialogar y, si es posible, entendernos; y convencer de ello a quienes tanto se me parecen. Y si para ello hay que salir de uno mismo e ir hasta los confines del mundo, lo haré con gusto, aunque las amenazas pueblen el horizonte y el presente que nos toca vivir si queremos seguirte.

Quizá así te escuche, quizá así guste tu mensaje y me descubra discípulo tuyo en todas partes.

Nadie conoce al Padre si no aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar. Hasta que llegó Jesús, la humanidad imaginó a Dios de muchas formas: con cara de juez sin misericordia, de relojero que pone en marcha el universo, de ser inmutable sin sentimientos... A partir de Jesús sabemos que la entraña de Dios es el Amor, la Misericordia, el Perdón, la Entrega... Es verdad que nunca conoceremos a Dios completamente, pero el conocimiento que ahora tenemos es mucho más ajustado.

¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Nosotros, aunque no vemos a Jesucristo con los ojos de carne, como los apóstoles, también tenemos motivos para sentirnos dichosos, para dar gracias a Dios. Sabemos y sentimos que Dios nos quiere con todo su corazón. Sabemos y sentimos que Dios nos libera de todo lo que nos hace infelices... Demos gracias a Dios rezando y compartiendo esta experiencia con los que no la tienen.

Haznos saber, Padre compasivo, que nuestra vida es don recibido: gratuidad, misterio y bendición; que somos alianza de amor.

Enséñanos a ser agradecidos como Jesús, que salía del camino y elevaba los ojos a ti.

Haznos conscientes, Padre amoroso, de lo mucho recibido en nuestra existencia cotidiana: de las manos que nos cuidaron, de los hombros que soportaron nuestro peso y nos rescataron de nuestros abismos.

Muéstranos también, Padre de huérfanos y solos, el don que hemos sido para tantos y tantas que acudieron a nosotros en busca de refugio.


Amén

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