martes, 13 de diciembre de 2016

ERES BENDITA ENTRE LAS MUJRES Y BENDITO ES EL FRUTO DE TU VIENTRE



Durante su embarazo, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:

«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?

Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor».

María dijo entonces:

«Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de su servidora».


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?


¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


Dios ha irrumpido en la historia del hombre haciéndose uno de nosotros. Por obra y gracia de Dios se han logrado las aspiraciones de todo hombre: llegar a ser como Dios. El Hijo de Dios, encarnado en María, lleva a su pleno cumplimiento las promesas hechas a nuestros antiguos padres, desde aquella primera Buena Noticia dada en el paraíso terrenal.

María, la Madre del Hijo de Dios Encarnado, se convierte en la portadora de esa salvación para Isabel que queda llena del Espíritu Santo, el cual es el único que nos hace participar de la Vida y Salvación que Dios nos ofrece en Jesús; y Juan el Bautista queda santificado y da brincos de gozo en el vientre de su madre.

Esa salvación será salvación nuestra en la medida en que no la rechacemos, sino que la hagamos nuestra.

María, además de Madre de Jesús, es para nosotros figura y prototipo de la Iglesia que se convierte en misionera, en portadora de la salvación, en engendradora del Salvador en el corazón de todos los hombres por la Fuerza del Espíritu Santo que habita en ella.

Ojalá y también nosotros, como Iglesia, seamos capaces de ir hasta los lugares más apartados y escarpados del mundo para que Cristo sea conocido, amado, anunciado y testificado.

María viene como un signo de la manera en que nosotros nos hemos de encontrar y comprometer con su Hijo para que sea luz, guía y fortaleza en nuestro camino hacia la perfección en Dios, a la que todos hemos sido convocados.

En esta Eucaristía el Señor sale a nuestro encuentro mediante estos signos sencillos y humildes del Pan y del Vino que se convierten para nosotros en el Cuerpo y Sangre del Señor, Pan de Vida para su Iglesia.

Pero Él también se ha dirigido a nosotros para recordarnos que somos hijos de Dios. Que nuestra dignidad es la misma que Él posee como Hijo unigénito del Padre.

Él nos invita a entrar con Él en comunión de vida. Ojalá y no nos quedemos sólo en adorarlo, en elevarle alabanzas, sino que aceptemos nuestro compromiso de ser para los demás un signo creíble de su amor.


Amén

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