Jesús dijo a la multitud: «El Reino de los Cielos se parece a una red
que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los
pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y
tiran lo que no sirve.
Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los
malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá
llanto y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto?»
«Sí», le respondieron.
Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los
Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo
viejo».
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Jesús
nos anuncia una buena noticia, una noticia cargada de esperanza para todos los
hombres, pero también nos advierte de las consecuencias de una existencia
vivida desde el egoísmo, desde la mentira, desde el pecado. Si vivimos así,
sufriremos el horno encendido del sinsentido, de la desesperanza, de la
tristeza...
Dices
que soy manantial y no vienes a beber.
Dices
que soy vino gran reserva y no te embriagas.
Dices
que soy suave brisa y no abres tus ventanas.
Dices
que soy luz y sigues entre tinieblas.
Dices
que soy aceite perfumado y no te unges.
Dices
que soy música y no te oigo cantar.
Dices
que soy fuego y sigues con frío.
Dices
que soy fuerza divina y estás muy débil.
Dices
que soy abogado y no me dejas defenderte.
Dices
que soy consolador y no me cuentas tus penas.
Dices
que soy don y no me abres tus manos.
Dices
que soy paz y no escuchas el son de mi flauta.
Dices
que soy viento recio y sigues sin moverte.
Dices
que soy defensor de los pobres y tú te apartas de ellos.
Dices
que soy libertad y no me dejas que te empuje.
Dices
que soy océano y no quieres sumergirte.
Dices
que soy amor y no me dejas amarte.
Dices
que soy testigo y no me preguntas.
Dices
que soy sabiduría y no quieres aprender.
Dices
que soy seductor y no te dejas seducir.
Dices
que soy médico y no me llamas para curarte.
Dices
que soy huésped y no quieres que entre.
Dices
que soy fresca sombra y no te cobijas bajo mis alas.
Dices
que soy fruto y no me pruebas.
Un
letrado que acoge el mensaje de Jesús, no desprecia todo lo anterior, ni se
refugia en el pasado, temiendo cualquier novedad. Pidamos a Dios que en
nuestros pueblos, en nuestras familias y en nuestra propia vida, llevemos
adelante esta filosofía: valorar el pasado crítica y agradecidamente y afrontar
la novedad del futuro con confianza y prudencia.
¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
Amén
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