Cuando
Jesús llegó a la otra orilla del lago, a la región de los gadarenos, fueron a
su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces,
que nadie podía pasar por ese camino. Y comenzaron a gritar: «¿Qué quieres de
nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentamos antes de tiempo?»
A
cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo. Los demonios
suplicaron a Jesús: «Si vas a expulsamos, envíanos a esa piara». Él les dijo:
«Vayan». Ellos salieron y entraron en los cerdos: éstos se precipitaron al mar
desde lo alto del acantilado, y se ahogaron.
Los
cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que
había sucedido con los endemoniados. Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús
y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.
Palabra
del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Jesús
pone en el nivel más alto de importancia a las personas. Por eso, no duda en
curar a aquellos endemoniados, aunque a cambio tenga que morir una piara de cerdos.
“Gracias Señor por querernos y valorarnos tanto”
Sin
embargo, para los habitantes de aquel pueblo, los cerdos eran más importantes
que aquellos pobres desgraciados. Los cerdos están por encima de las personas;
en el fondo, el dinero es superior a Dios y a su Reino.
En la
vida hay momentos en los que ayudar a los demás es una gozada. Nadie sale
perdiendo. Todos ganan. Pero en otras ocasiones, ayudar a los demás pasa por
privarme de caprichos, perder dinero, dejar de ejercer mis derechos... Y
entonces surge la duda ¿vale la pena o no? ¿La gente merece que me
sacrifique? ¿No es mejor vivir la vida sin complicármela?
¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
Jesús,
Tú no eres un Dios comodón, que se encierra en sus cielos azules y no sale de
templos preciosos.
Tú has
plantado tu tienda entre nosotros, en los barrios más pobres de nuestro mundo, junto
a las personas y los pueblos que más sufren.
Señor,
haz que también yo siga este camino, que me acerca a la realidad del mundo, a
las personas que me necesitan.
Señor,
Tú luchaste contra el mal, contra todos los espíritus que atormentan a la gente.
No empleaste
otra arma que tu amor, amor hasta el extremo, amor que da la vida.
Señor,
ayúdame a descubrir los malos espíritus, que hoy no dejan a tus hijos vivir con
dignidad: la injusticia, la mentira, el consumismo, la superficialidad; la
soledad, la desesperanza, el individualismo, la prisa...
Dame la
luz y la fuerza del Espíritu Santo, para luchar contra estos espíritus
inmundos, para liberarme de ellos y liberar a otras personas.
Señor,
Tú fuiste expulsado de Gerasa porque sus habitantes querían más a sus cerdos que
al hombre al que Tú liberaste.
Así
fueron los gerasenos y así somos, Señor.
Nos
preocupa más el dinero que las personas.
Nos
dedicamos a nuestros intereses y caprichos y aplazamos para mañana el amor a
los que sufren.
Libéranos,
Señor, del espíritu inmundo del egoísmo, para que podamos experimentar la
alegría que sólo brota del amor, del servicio y la entrega.
Amén
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