viernes, 24 de julio de 2015

PARÁBOLA DEL SEMBRADOR



Jesús dijo a sus discípulos:


Escuchen lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: éste es el que recibió la semilla al borde del camino.


El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta enseguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.


El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.


Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno.


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?



¿En qué grupo nos situamos nosotros? Seguramente que en todos un poco, aunque quizá nos identifiquemos más con alguno:

      ¿Se ha endurecido nuestro corazón como un camino, de tal manera que no podemos ni siquiera acoger la palabra de Dios?

      ¿Somos de los que empezamos con alegría muchos proyectos y no acabamos ninguno?

      ¿Qué domina más en nuestra vida real, el amor a Jesucristo o los afanes de este mundo?

      Seguro que también estamos dando frutos. Es necesario reconocerlo para dar gracias a Dios y para animar la esperanza.


Después de hacer tu radiografía personal, piensa delante de Dios: cómo puede roturar tus zonas más duras y cerradas, que significa para ti quitar piedras y zarzas.

¿Qué te dice Dios?

Son semillas del Reino plantadas en la historia.

Son buenas y tiernas, llenas de vida.

Los tengo en mi mano, los acuno y quiero, y por eso los lanzo al mundo:

¡Piérdanse! No tengan miedo a tormentas ni sequías, a pisadas ni espinos.

Beban de los pobres y empápense de mi rocío.



Fecúndense, revienten, no se queden enterradas.

Florezcan y den fruto.

Déjense mecer por el viento.

Que todo viajero que ande por sendas y caminos, buscando o perdido, al verlos, sienta un vuelco y pueda amarlos.

¡Son semillas de mi Reino!

¡Somos semillas de tu Reino!

Amén

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