Jesús dijo a sus discípulos:
Escuchen lo que significa la parábola del
sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el
Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: éste es el que
recibió la semilla al borde del camino.
El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la
Palabra, la acepta enseguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque
es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa
de la Palabra, inmediatamente sucumbe.
El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la
Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la
ahogan, y no puede dar fruto.
Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra
y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por
uno.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
¿En qué
grupo nos situamos nosotros? Seguramente que en todos un poco, aunque quizá nos
identifiquemos más con alguno:
¿Se ha
endurecido nuestro corazón como un camino, de tal manera que no podemos ni
siquiera acoger la palabra de Dios?
¿Somos
de los que empezamos con alegría muchos proyectos y no acabamos ninguno?
¿Qué
domina más en nuestra vida real, el amor a Jesucristo o los afanes de este
mundo?
Seguro
que también estamos dando frutos. Es necesario reconocerlo para dar gracias a
Dios y para animar la esperanza.
Después
de hacer tu radiografía personal, piensa delante de Dios: cómo puede roturar
tus zonas más duras y cerradas, que significa para ti quitar piedras y zarzas.
¿Qué te
dice Dios?
Son
semillas del Reino plantadas en la historia.
Son
buenas y tiernas, llenas de vida.
Los tengo
en mi mano, los acuno y quiero, y por eso los lanzo al mundo:
¡Piérdanse!
No tengan miedo a tormentas ni sequías, a pisadas ni espinos.
Beban de
los pobres y empápense de mi rocío.
Fecúndense,
revienten, no se queden enterradas.
Florezcan
y den fruto.
Déjense
mecer por el viento.
Que todo
viajero que ande por sendas y caminos, buscando o perdido, al verlos,
sienta un vuelco y pueda amarlos.
¡Son
semillas de mi Reino!
¡Somos
semillas de tu Reino!
Amén
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