Dejando a la multitud, Jesús regresó a la
casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la
cizaña en el campo».
Él les respondió: «El que siembra la buena
semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los
que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el
enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los
cosechadores son los ángeles.
Así como se arranca la cizaña y se la quema
en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre
enviará a sus ángeles, y éstos quitarán de su Reino todos los escándalos y a
los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá
llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en
el Reino de su Padre.
¡El que tenga oídos, que oiga!»
Palabra
del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi
vida?
A los discípulos más cercanos les cuesta entender a
Jesús. Cuando se van a casa preguntan las dudas y Jesús les explica con
paciencia.
Es normal que también nosotros tengamos dudas a la
hora de entender algunas páginas del Evangelio y tenemos que buscar los medios
para poder aclararlas.
Jesús no mantiene con todos la misma relación.
Predica a la gente, a la multitud. Comparte momentos de más intimidad con sus
discípulos y ellos le preguntan en privado lo que no han entendido. Es más con
Juan, Pedro y Santiago mantiene una amistad especial.
No estamos a ser discípulos del montón. Nuestra
relación con Jesús ha de crecer cada día en profundidad.
¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
Jesús
nos recuerda el efecto del pecado: la tristeza y la muerte en esta tierra y por
toda la eternidad; y el destino de los que cumplen la voluntad de Dios: la vida
junto a Dios.
Es una
llamada a la conversión para vivir más felices, más plenamente.
Señor,
me impresiona la paciencia que tienes conmigo y con
todos tus hijos.
Cuando
te acercas y yo me alejo, Tú esperas y alientas mi
regreso.
Cuando
me enfado contigo y con los hermanos, Tú
esperas y sigues ofreciéndome tu mejor sonrisa.
Cuando
me hablas y no te contesto, Tú esperas y sigues
ofreciéndome tu palabra.
Cuando
no me atrevo a elegir y a renunciar, Tú esperas y sigues
dándome luz y valor.
Cuando
me cuesta servir y entregarme, Tú esperas y das tu vida
por mi, sin reservarte nada.
Cuando
soy egoísta y no doy buenos frutos, Tú esperas, me riegas y
me abonas.
Cuando
me amas y yo no correspondo, Tú esperas y multiplicas
tus gestos de cariño.
En tu
paciencia se esconden mis posibilidades de mejorar, de crecer, de ser yo mismo, de cumplir lo que Tú has soñado para mí, de ser
plenamente feliz.
Señor,
que no me pase la vida sin aprovechar las oportunidades que tu paciencia me
brinda, para ser cada día menos cizaña y más trigo.
Amén
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