martes, 28 de julio de 2015

EL QUE SIEMBRA LA BUENA SEMILLA, ES EL HIJO DEL HOMBRE



Dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo».


Él les respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles.


Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y éstos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre.


¡El que tenga oídos, que oiga!»


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

A los discípulos más cercanos les cuesta entender a Jesús. Cuando se van a casa preguntan las dudas y Jesús les explica con paciencia.

Es normal que también nosotros tengamos dudas a la hora de entender algunas páginas del Evangelio y tenemos que buscar los medios para poder aclararlas.

Jesús no mantiene con todos la misma relación. Predica a la gente, a la multitud. Comparte momentos de más intimidad con sus discípulos y ellos le preguntan en privado lo que no han entendido. Es más con Juan, Pedro y Santiago mantiene una amistad especial.

No estamos a ser discípulos del montón. Nuestra relación con Jesús ha de crecer cada día en profundidad.

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Jesús nos recuerda el efecto del pecado: la tristeza y la muerte en esta tierra y por toda la eternidad; y el destino de los que cumplen la voluntad de Dios: la vida junto a Dios.

Es una llamada a la conversión para vivir más felices, más plenamente.

Señor, me impresiona la paciencia que tienes conmigo y con todos tus hijos.

Cuando te acercas y yo me alejo, Tú esperas y alientas mi regreso.

Cuando me enfado contigo y con los hermanos, Tú esperas y sigues ofreciéndome tu mejor sonrisa.

Cuando me hablas y no te contesto, Tú esperas y sigues ofreciéndome tu palabra.

Cuando no me atrevo a elegir y a renunciar, Tú esperas y sigues dándome luz y valor.

Cuando me cuesta servir y entregarme, Tú esperas y das tu vida por mi, sin reservarte nada.

Cuando soy egoísta y no doy buenos frutos, Tú esperas, me riegas y me abonas.

Cuando me amas y yo no correspondo, Tú esperas y multiplicas tus gestos de cariño.

En tu paciencia se esconden mis posibilidades de mejorar, de crecer, de ser yo mismo, de cumplir lo que Tú has soñado para mí, de ser plenamente feliz.

Señor, que no me pase la vida sin aprovechar las oportunidades que tu paciencia me brinda, para ser cada día menos cizaña y más trigo.

Amén

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