Jesús atravesaba unos
sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron
a arrancar y a comer las espigas.
Al ver esto, los fariseos le
dijeron: «Mira que tus discípulos hacen lo que no esta permitido en sábado».
Pero Él les respondió: «¿No
han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo
entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, que no les estaba
permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes?
¿Y no han leído también en la
Ley, que los sacerdotes, en el Templo, violan el descanso del sábado, sin
incurrir en falta?
Ahora bien, Yo les digo que
aquí hay alguien más grande que el Templo. Si hubieran comprendido lo que
significa "prefiero la misericordia al sacrificio", no condenarían a
los inocentes. Porque el Hijo del hombre es dueño del sábado».
Palabra del
Señor
¿Qué me quieres decir,
Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
No podemos pensar que somos
gratos a Dios únicamente cuando cumplimos la Ley, sus mandatos, su Palabra lo
más exactamente posible. Ni siquiera lo somos cuando acudimos a la celebración
litúrgica con la debida frecuencia o en los días que nos ha pedido la Iglesia.
Católicos con una fe rancia
por su fidelidad tradicional, pero faltos de proyección en la vida diaria.
Pensar ser gratos a Dios por el culto y olvidarse de la misericordia, del
testimonio de amor hacia el prójimo en la vida diaria; eso no puede recibir el
nombre de una fe auténtica.
Muchos hay que, incluso en el
día del Señor deben trabajar para tener un mendrugo de pan para ellos y para
sus hijos ¿los condenaremos como personas no gratas a Dios? ¿No serán más bien
personas no gratas a Dios aquellos que compran al pobre por un par de sandalias
y que son los causantes de millones de hambrientos en el mundo, aun cuando
después acudan puntuales al templo?
La misericordia que quiere el
Señor es que le demos una solución real al sufrimiento, al hambre, a la
desnudez de nuestro prójimo. Ojalá y no seamos sordos a la voz del Señor que
clama a nosotros desde los pobres.
En esta Eucaristía reconocemos
al Señor como hermano y amigo nuestro porque, sin distinción de razas ni
condiciones sociales, parte su pan para nosotros. Este es el gesto que nos hace
contemplarlo como el Dios misericordioso cercano a nosotros. A partir de
nuestro encuentro con Él nosotros hacemos nuestro el compromiso de continuar
haciéndolo presente en medio de nuestros hermanos, que sufren a causa de
infinidad de situaciones que les han complicado la vida y que los han puesto al
borde de la desesperación.
Si nuestra Iglesia no da una
respuesta de fe, de esperanza y de amor hacia nuestros hermanos que sufren,
quiere decir que no ha crecido en torno a la Eucaristía como un serio
compromiso de amor que se traduce en servicio, en partir el pan con el
hambriento como el Señor lo hace con nosotros; una Eucaristía vivida sólo como
un cumplimiento arrastrado por una tradición que no nos dice nada respecto a
una fe que necesita traducirse en obras no puede llamarse un verdadero acto de
amor al Señor.
Por eso meditemos en aquellas
palabras que Dios nos dirige por medio del profeta Isaías: Lo que yo quiero es
esto: que sueltes las cadenas injustas, que desates las correas del yugo, que
dejes libres a los oprimidos, que acabes con todas las opresiones, que
compartas tu pan con el hambriento, que hospedes a los pobres sin techo, que
proporciones ropas al desnudo y que no te desentiendas de tus semejantes.
Entonces brillará tu luz como la aurora y tus heridas sanarán en seguida, tu
recto proceder caminará ante ti y te seguirá la gloria del Señor. Entonces
invocarás al Señor y Él te responderá, pedirás auxilio y te dirá: Aquí estoy.
Nosotros, como los Israelitas
celebraron la Pascua, participamos del Misterio Pascual de Cristo, prefigurado
en aquel Memorial del Pueblo de la Primera Alianza. En esta Cena, Memorial del
Misterio Pascual de Cristo, en que se ofrece el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo, debemos estar prontos a caminar para dar testimonio de que en
verdad hemos sido liberados de la esclavitud de la maldad y que, hechos
criaturas nuevas en Cristo, somos portadores de la bondad y de la misericordia
divinas en favor de todos nuestros hermanos.
Amén
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