jueves, 16 de julio de 2015

EL HIJO DEL HOMBRE ES DUEÑO DEL SÁBADO



Jesús atravesaba unos sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron a arrancar y a comer las espigas.


Al ver esto, los fariseos le dijeron: «Mira que tus discípulos hacen lo que no esta permitido en sábado».


Pero Él les respondió: «¿No han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes?


¿Y no han leído también en la Ley, que los sacerdotes, en el Templo, violan el descanso del sábado, sin incurrir en falta?


Ahora bien, Yo les digo que aquí hay alguien más grande que el Templo. Si hubieran comprendido lo que significa "prefiero la misericordia al sacrificio", no condenarían a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es dueño del sábado».


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


No podemos pensar que somos gratos a Dios únicamente cuando cumplimos la Ley, sus mandatos, su Palabra lo más exactamente posible. Ni siquiera lo somos cuando acudimos a la celebración litúrgica con la debida frecuencia o en los días que nos ha pedido la Iglesia.

Católicos con una fe rancia por su fidelidad tradicional, pero faltos de proyección en la vida diaria. Pensar ser gratos a Dios por el culto y olvidarse de la misericordia, del testimonio de amor hacia el prójimo en la vida diaria; eso no puede recibir el nombre de una fe auténtica.

Muchos hay que, incluso en el día del Señor deben trabajar para tener un mendrugo de pan para ellos y para sus hijos ¿los condenaremos como personas no gratas a Dios? ¿No serán más bien personas no gratas a Dios aquellos que compran al pobre por un par de sandalias y que son los causantes de millones de hambrientos en el mundo, aun cuando después acudan puntuales al templo?

La misericordia que quiere el Señor es que le demos una solución real al sufrimiento, al hambre, a la desnudez de nuestro prójimo. Ojalá y no seamos sordos a la voz del Señor que clama a nosotros desde los pobres.

En esta Eucaristía reconocemos al Señor como hermano y amigo nuestro porque, sin distinción de razas ni condiciones sociales, parte su pan para nosotros. Este es el gesto que nos hace contemplarlo como el Dios misericordioso cercano a nosotros. A partir de nuestro encuentro con Él nosotros hacemos nuestro el compromiso de continuar haciéndolo presente en medio de nuestros hermanos, que sufren a causa de infinidad de situaciones que les han complicado la vida y que los han puesto al borde de la desesperación.

Si nuestra Iglesia no da una respuesta de fe, de esperanza y de amor hacia nuestros hermanos que sufren, quiere decir que no ha crecido en torno a la Eucaristía como un serio compromiso de amor que se traduce en servicio, en partir el pan con el hambriento como el Señor lo hace con nosotros; una Eucaristía vivida sólo como un cumplimiento arrastrado por una tradición que no nos dice nada respecto a una fe que necesita traducirse en obras no puede llamarse un verdadero acto de amor al Señor.

Por eso meditemos en aquellas palabras que Dios nos dirige por medio del profeta Isaías: Lo que yo quiero es esto: que sueltes las cadenas injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los oprimidos, que acabes con todas las opresiones, que compartas tu pan con el hambriento, que hospedes a los pobres sin techo, que proporciones ropas al desnudo y que no te desentiendas de tus semejantes. Entonces brillará tu luz como la aurora y tus heridas sanarán en seguida, tu recto proceder caminará ante ti y te seguirá la gloria del Señor. Entonces invocarás al Señor y Él te responderá, pedirás auxilio y te dirá: Aquí estoy.

Nosotros, como los Israelitas celebraron la Pascua, participamos del Misterio Pascual de Cristo, prefigurado en aquel Memorial del Pueblo de la Primera Alianza. En esta Cena, Memorial del Misterio Pascual de Cristo, en que se ofrece el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, debemos estar prontos a caminar para dar testimonio de que en verdad hemos sido liberados de la esclavitud de la maldad y que, hechos criaturas nuevas en Cristo, somos portadores de la bondad y de la misericordia divinas en favor de todos nuestros hermanos.

Amén 

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