viernes, 3 de julio de 2015

AHORA CREES, PORQUÉ ME HAS VISTO



Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!»


Él les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré».


Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»


Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe».


Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!»


Jesús le dijo:


«Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!»

Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Las dificultades de Santo Tomás para creer por un lado nos sorprenden y por otro nos animan. Nos sorprenden: parece increíble que estuviera tan cerrado después de haber visto a Jesús, después de escuchar de sus labios que lo matarían y que a los tres días resucitaría. Pero sobre todo nos animan: ¿Quién no ha dudado alguna vez?

“Señor, gracias por aceptar con paciencia nuestras dudas”

“Perdona y cura nuestra falta de fe”

Sin embargo, lo más importante de Santo Tomás no son sus dificultades para creer, sino su confesión de fe: ¡Señor mío y Dios mío! También nosotros estamos llamados a experimentar la presencia de Jesús resucitado y a confesar nuestra fe en Él.

“Señor, ayúdame a sentir tu presencia en mi vida”

“Señor Jesús, Tú eres el Señor de mi vida”

“Señor mío y Dios mío, ten piedad de nosotros”

Jesús te dice: “Dichoso tú, que crees sin haberme visto” ¿Qué le dices tú?

Como Tomás… también dudo y pido pruebas.

También creo en lo que veo. Quiero gestos. Tengo miedo. Solicito garantías.

Pongo mucha cabeza y poco corazón.

Pregunto, aunque el corazón me dice: “Él vive”

No me lanzo al camino sin saber a dónde va.

Quítame el miedo y el cálculo. Quítame la zozobra y la lógica. Quítame el gesto y la exigencia.

Dame tu espíritu, y que al descubrirte, en el rostro y el hermano, susurre, ya convertido:

“Señor mío y Dios mío”

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