Jesús propuso a la gente esta parábola:
«El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre
sembró en su campo. En realidad, ésta es la más pequeña de las semillas, pero
cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto,
de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas».
Después les dijo esta otra parábola:
«El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer
mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa».
Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no
les hablaba sin ellas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta:
"Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la
creación del mundo".
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi
vida?
Mucha gente cree que para cambiar el mundo se
necesita dinero y poder. Jesús nos presenta otro camino en este evangelio, un
camino más humilde, pero a la larga más eficaz:
Jesús confía en los pequeños compromisos,
en los pequeños gestos para que el mundo cambie.
Tenemos que sembrar el campo del mundo, de
la familia, de la Iglesia, de la economía, del mundo laboral... sin olvidar el
campo de nuestro corazón
Pero no se puede sembrar cualquier
semilla, no se puede echar cualquier sustancia en la masa. Nuestra semilla es el
Evangelio, nuestra levadura es el amor.
Hay
que tener paciencia. Hay que esperar. La pequeña semilla de mostaza no se
convierte en un gran arbusto en un día. La levadura no fermenta la masa en un
minuto.
¿Qué tipo de semillas siembras o podrías sembrar en
los ambientes en los que se desarrolla tu vida? ¿Qué te dice Dios ¿Qué le
dices?
Señor, tengo entre mis dedos un grano de mostaza
Es pequeño, como una cabeza de alfiler. Parece
insignificante. Si se hubiese perdido, nadie habría hecho problema. Nadie se
habría enterado.
Es pequeño. Parece insignificante. Descubierto en
el suelo, es más fácil pisarlo que admirarse, más fácil despreciarlo que recogerlo como un pequeño tesoro.
Es pequeño. Parece insignificante.
Aquí está, en mi mano. Solo. Sin embargo, bajo su
piel tostada encierra un secreto de vida.
En él hay un gran árbol dormido, en el que las
aves podrán anidar y cuidar a sus polluelos.
Si cada uno sembramos nuestro grano, junto al
del hermano… tendremos muchos árboles, un gran bosque que acogerá a
una multitud de animales.
Señor,
¿Y si este grano fuera el último que queda en el
planeta, y yo el único responsable de cuidarlo?
¿Y si éste fuese el último grano de mostaza que yo
podré sembrar?
¿Qué voy a hacer con este grano? ¿Qué esperas de
mí, Señor? ¡Di!
¿Lo encerraré en la urna de un empolvado museo, etiquetado con
su nombre científico?
¿Lo ofreceré como alimento a un pájaro o a una
hormiga? ¿Lo enterraré, mientras mi corazón reza por su futuro? ¿Lo sembraré?
Sí. Lo importante es sembrar. Y confiar en la
tierra que lo acoge y en Ti, Señor, que lo harás crecer. Sin que yo sepa
cómo, tu fuerza lo convertirá en un árbol precioso.
Señor, el grano de mostaza que acojo en el cuenco
de mi mano es mi sonrisa, mi tiempo, mi trabajo, mi alegría, mi fe, mi
vida, mi amor.
Señor, dame generosidad para sembrar, para
sembrarme.
Dame paciencia, confianza y fe,
para esperar los mejores frutos.
Amén
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