Algunos escribas y fariseos
dijeron a Jesús: «Maestro, queremos que nos hagas ver un signo».
Él les respondió: «Esta
generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el
del profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el
vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres
días y tres noches.
El día del Juicio, los hombres
de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se
convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay Alguien que es más que
Jonás.
El día del Juicio, la Reina
del Sur se levantará contra esta generación y la condenará, porque ella vino de
los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay
Alguien que es más que Salomón».
Palabra del
Señor
"De
alguna forma Jonás es conducido a ser obediente a los designios de Dios; por
eso se le permite salir de su enclaustramiento, y se le pone como profeta de
Dios que llama a la conversión a los pecadores; los cuales, una vez
convertidos, reciben el perdón y la vida, como dones venidos de Dios. Y todo
esto sucedió porque los Ninivitas creyeron en Dios y en su enviado, que había
llegado a ellos saliendo del vientre de un enorme pez. Jesús, es el Enviado del
Padre. Él dará una señal de que realmente viene de Dios, pues el Padre Dios lo
resucitará de entre los muertos por su filial obediencia; quien quiera verse
libre del pecado y de la muerte no tiene otro camino de salvación que el mismo
Cristo. Creer en el Enviado del Padre es unir nuestra vida a Él y participar de
su victoria sobre el autor del pecado y de la muerte. Así, sólo creyendo en
Cristo y unidos a Él, recibiremos no sólo el perdón de nuestros pecados, sino
la Vida eterna.
El
Señor nos reúne para celebrar el punto culminante de su obra de salvación por
nosotros. Él ha muerto para el perdón de nuestros pecados; pero también ha
resucitado para darnos nueva vida. Éste, su Misterio Pascual, es la prueba más
grande del amor que nos tiene. Dios, así, nos manifiesta que Jesús es su Hijo
amado, en quien Él se complace. Quien crea en Cristo no sólo encontrará en Él
el camino que le conduce a Dios, sino que encontrará el camino para
identificarse con Dios, pues quien se una a Cristo hará realidad en sí aquello
que nos anunció el Señor: Así como el Padre está en mí y yo en el Padre, así yo
estoy en ustedes y ustedes en mí. Esta comunión de vida Dios la hace realidad
en nosotros de un modo especial en esta Eucaristía que estamos celebrando, pues
no venimos sólo a darle culto a Dios, sino además a unirnos a Él y a
comprometernos en el trabajo a favor de su Reino, y esto no sólo como expertos
del Evangelio conforme a la ciencia humana, sino conforme a nuestra experiencia
del Señor y a la inspiración del Espíritu Santo, que nos convierte en Testigos
del Buena Nueva de salvación.
A
nosotros corresponde continuar con la Obra de Salvación que ha llevado a efecto
el Enviado del Padre, Cristo Jesús. Él ha constituido a su Iglesia como signo
de salvación para la humanidad entera, en todos los lugares y tiempos de la
historia del mundo. Para que seamos realmente ese signo de salvación no vamos a
tratar de convencer a la gente con cosas espectaculares, sino a través del
servicio al hombre en medio de su problemática, angustias y esperanzas. Así
como Cristo nos dio el mayor signo de su divinidad entregando su vida por
nosotros, así, quienes hablamos de Dios y de la fe en Él como el único camino
de salvación para todos, hemos de aprender a dar nuestra vida, día a día, por
aquellos que buscan a Dios, pero que no lo encontrarán sino a través de la
entrega amorosa de su Iglesia a favor del bien, de la santidad, de la justicia,
de la solidaridad, de la fraternidad entre todos los pueblos y naciones, hasta
que todos alcancemos la unidad en Cristo Jesús. ¿Realmente damos este signo de
nuestra fe y trabajamos para que sea haga realidad entre nosotros? Mientras
nuestras obras y actitudes, a la par que nuestras palabras, no sirvan para
solicitar la conversión interior y la fe de aquellos con quienes tratamos y a
quienes les anunciamos a Cristo, tendríamos que examinar no sólo la forma en
que hablamos, sino nuestro compromiso personal con Cristo y su Evangelio, pues
no llegamos a ellos a título personal sino como enviados del Señor para
conducirlos a Él, siendo para ellos un signo del amor de Cristo mediante la
entrega, incluso, de nuestra propia vida por ellos."
Amén
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