lunes, 20 de julio de 2015

ASÍ COMO JONÁS ESTUVO TRES DÍAS EN EL VIENTRE DEL PEZ, ASÍ...



Algunos escribas y fariseos dijeron a Jesús: «Maestro, queremos que nos hagas ver un signo».


Él les respondió: «Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches.


El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay Alguien que es más que Jonás.


El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra esta generación y la condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay Alguien que es más que Salomón».

Palabra del Señor


"De alguna forma Jonás es conducido a ser obediente a los designios de Dios; por eso se le permite salir de su enclaustramiento, y se le pone como profeta de Dios que llama a la conversión a los pecadores; los cuales, una vez convertidos, reciben el perdón y la vida, como dones venidos de Dios. Y todo esto sucedió porque los Ninivitas creyeron en Dios y en su enviado, que había llegado a ellos saliendo del vientre de un enorme pez. Jesús, es el Enviado del Padre. Él dará una señal de que realmente viene de Dios, pues el Padre Dios lo resucitará de entre los muertos por su filial obediencia; quien quiera verse libre del pecado y de la muerte no tiene otro camino de salvación que el mismo Cristo. Creer en el Enviado del Padre es unir nuestra vida a Él y participar de su victoria sobre el autor del pecado y de la muerte. Así, sólo creyendo en Cristo y unidos a Él, recibiremos no sólo el perdón de nuestros pecados, sino la Vida eterna.

El Señor nos reúne para celebrar el punto culminante de su obra de salvación por nosotros. Él ha muerto para el perdón de nuestros pecados; pero también ha resucitado para darnos nueva vida. Éste, su Misterio Pascual, es la prueba más grande del amor que nos tiene. Dios, así, nos manifiesta que Jesús es su Hijo amado, en quien Él se complace. Quien crea en Cristo no sólo encontrará en Él el camino que le conduce a Dios, sino que encontrará el camino para identificarse con Dios, pues quien se una a Cristo hará realidad en sí aquello que nos anunció el Señor: Así como el Padre está en mí y yo en el Padre, así yo estoy en ustedes y ustedes en mí. Esta comunión de vida Dios la hace realidad en nosotros de un modo especial en esta Eucaristía que estamos celebrando, pues no venimos sólo a darle culto a Dios, sino además a unirnos a Él y a comprometernos en el trabajo a favor de su Reino, y esto no sólo como expertos del Evangelio conforme a la ciencia humana, sino conforme a nuestra experiencia del Señor y a la inspiración del Espíritu Santo, que nos convierte en Testigos del Buena Nueva de salvación.

A nosotros corresponde continuar con la Obra de Salvación que ha llevado a efecto el Enviado del Padre, Cristo Jesús. Él ha constituido a su Iglesia como signo de salvación para la humanidad entera, en todos los lugares y tiempos de la historia del mundo. Para que seamos realmente ese signo de salvación no vamos a tratar de convencer a la gente con cosas espectaculares, sino a través del servicio al hombre en medio de su problemática, angustias y esperanzas. Así como Cristo nos dio el mayor signo de su divinidad entregando su vida por nosotros, así, quienes hablamos de Dios y de la fe en Él como el único camino de salvación para todos, hemos de aprender a dar nuestra vida, día a día, por aquellos que buscan a Dios, pero que no lo encontrarán sino a través de la entrega amorosa de su Iglesia a favor del bien, de la santidad, de la justicia, de la solidaridad, de la fraternidad entre todos los pueblos y naciones, hasta que todos alcancemos la unidad en Cristo Jesús. ¿Realmente damos este signo de nuestra fe y trabajamos para que sea haga realidad entre nosotros? Mientras nuestras obras y actitudes, a la par que nuestras palabras, no sirvan para solicitar la conversión interior y la fe de aquellos con quienes tratamos y a quienes les anunciamos a Cristo, tendríamos que examinar no sólo la forma en que hablamos, sino nuestro compromiso personal con Cristo y su Evangelio, pues no llegamos a ellos a título personal sino como enviados del Señor para conducirlos a Él, siendo para ellos un signo del amor de Cristo mediante la entrega, incluso, de nuestra propia vida por ellos."

Amén

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