Jesús dijo a sus apóstoles:
El discípulo no es más que el maestro ni el
servidor más que su dueño. Al discípulo le basta ser como su maestro y al
servidor como su dueño. Si al dueño de casa lo llamaron Belcebú, ¡cuánto más a
los de su casa! No los teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y
nada secreto que no deba ser conocido. Lo que Yo les digo en la oscuridad,
repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de
las casas.
No teman a los que matan el
cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquél que puede arrojar
el alma y el cuerpo al infierno.
¿Acaso no
se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos
cae en tierra, sin el consentimiento del Padre de ustedes. También ustedes
tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que
muchos pájaros.
Al que me
reconozca abiertamente ante los hombres, Yo lo reconoceré ante mi Padre que
está en el cielo. Pero Yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquél
que reniegue de mí ante los hombres.
Palabra del
Señor
¿Qué me quieres decir,
Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
Por más que muchas
veces la muerte y los signos de muerte, como la persecución, los insultos, los
falsos testimonios, nos afecten de una u otra forma, jamás debemos pensar que
eso tiene la última palabra. Desde el acontecimiento Pascual de Cristo sabemos
que la última palabra la tiene la vida.
Por eso nuestros
esfuerzos se encaminan siempre en esa línea. Tiene sentido dar vida; hacer que
esa vida sea más digna en quienes la han deteriorado a causa del pecado
personal; que sea más digna en quienes viven en condiciones infrahumanas.
El mensaje de amor
no puede ocultarse timoratamente; debemos proclamarlo desde las azoteas; y no
sólo con palabras y bellos discursos, sino con la vida que, por dar vida, se ha
de entregar en favor de los demás, dándole así toda su plenitud por nuestra
unión con Cristo.
Dios nos ama y vela
por nuestros intereses; no sólo es el creador que hizo todo con amor; es
nuestro Padre que vela por nosotros y nos defiende del mal para que, quienes no
lo neguemos en esta vida, lleguemos sanos y salvos a la posesión definitiva,
plena, de la vida que, ya desde, ahora nos ofrece.
Efectivamente, la
Eucaristía es el signo más grande del amor de Dios por nosotros. Él continúa,
en la historia, mediante este Memorial Pascual, manifestándonos cuánto nos ama.
Él sabe que fue necesario padecer todo esto para entrar así en su Gloria.
Participar y entrar
en comunión con Cristo mediante la Celebración Eucarística, no puede ser para
nosotros un acto intrascendente, sino el máximo compromiso de reconocerlo no
sólo en el Templo, sino ante todas las gentes, testificando así nuestra fe por
medio de nuestras buenas obras.
No podemos conocer
al Señor para que después su vida quede oculta en nosotros. Esa Luz que Él ha
encendido en nosotros, debe iluminar a todos los que nos rodean.
La vida que se hace
testimonio de amor, de trabajo por la justicia y por la paz, de preocupación
por solucionar la problemática de la repartición injusta de los bienes que ha
fabricado millones de pobres; el amar con lealtad a nuestros semejantes siendo
capaces de perdonarlos como nosotros hemos sido perdonados; el no vivir
esclavos de lo pasajero sino saber administrar todo para que haya una mayor justicia
social; todo este trabajo que podría acarrearnos enemigos, persecución y
muerte, es el trabajo de la persona cuya fe que no se encerró en el recinto
sagrado, sino que se proyectó en el servicio comprometido para que todos
logren, tanto la salvación eterna, como el amor fraterno que nos haga ya desde
ahora ser, para nuestros hermanos, testigos del Dios Amor que habita en
nosotros.
Amén
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