Jesús subió a la barca,
atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico
tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico:
«Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados».
Algunos escribas pensaron:
«Este hombre blasfema». Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué
piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados te son
perdonados", o "Levántate y camina"? Para que ustedes sepan que
el Hijo del, hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados, ti
-dijo al paralítico- levántate, toma tu camilla y vete a tu casa».
El se levantó y se fue a su
casa.
Al ver esto, la multitud quedó
atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.
Palabra del
Señor
¿Qué me quieres
decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
Es curioso. Jesús se encuentra con el paralítico y
lo que primero que hace es perdonarle los pecados, no curar su minusvalía. Para
Jesús era más urgente perdonar los pecados que curar la parálisis.
Normalmente, nosotros no pensamos así. Nos preocupa
poco el pecado, no valoramos cómo afecta el pecado en nosotros mismos y en los
demás. Incluso a veces creemos que el pecado da más satisfacción que una vida
ordenada. Pero si reflexionamos un poco, nos daremos cuenta que las
consecuencias del pecado son más graves que las de cualquier enfermedad:
El pecado rompe o dificulta la relación
con Dios.
El pecado te hace sentir mal contigo mismo, te
impide ser feliz.
El
pecado te separa de los hermanos.
El perdón de Dios es más grande y más poderoso que
todos nuestros pecados:
Señor, Tú eres el más grande, el más
comprensivo, el más amoroso.
Tú muestras tu poder con el perdón y la
misericordia, nunca con la venganza y la violencia.
Cierras los ojos a nuestros pecados, para que
nos arrepintamos, porque somos tuyos, nos llevas en tu corazón y quieres
que tengamos vida, vida abundante.
Gracias por salir a nuestro encuentro en las
personas que nos aman y en las necesitadas, en los acontecimientos que nos
hacen llorar y reír, en tu Palabra y en los sacramentos.
Que sepamos acogerte con alegría, para que tu
mirada nos conquiste y tu amor nos impulse a compartir.
El salmo 31 pueda ayudarnos a saborear y a acoger
mejor el bálsamo de la misericordia de Dios:
Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien
le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le
apunta el delito.
Mientras callé se consumían mis huesos, rugiendo todo
el día, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; mi savia se
había vuelto un fruto seco.
Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi
delito; propuse: "confesaré al Señor mi culpa", y tú perdonaste
mi culpa y mi pecado.
Por eso, que todo fiel te suplique en el
momento de la desgracia: la crecida de las aguas caudalosas no lo
alcanzará.
Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas
de cantos de liberación.
Me instruirás y me enseñarás el camino que he de
seguir, fijarás en mi tus ojos.
Los malvados sufren muchas penas; al que
confía en el Señor, la misericordia lo rodea.
Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo,
los de corazón sincero.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era
en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Jesús no se queda tranquilo después de perdonar los
pecados. Y cura al paralítico. Los cristianos, sus seguidores, estamos llamados
a remediar las necesidades espirituales y corporales de las personas. Buen
ejemplo podemos encontrar en los misioneros: anuncian el Evangelio y hacen
obras de caridad, alimentan el alma y el estómago. No podemos separar lo que
Dios ha unido.
¿Qué te dice Dios a través de
este Evangelio?
¿Qué le dices?
No hay comentarios:
Publicar un comentario