jueves, 2 de julio de 2015

LEVÁNTATE, TOMA TU CAMILLA Y VETE A TU CASA



Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados».


Algunos escribas pensaron: «Este hombre blasfema». Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo del, hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados, ti -dijo al paralítico- levántate, toma tu camilla y vete a tu casa».


El se levantó y se fue a su casa.


Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.

Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


Es curioso. Jesús se encuentra con el paralítico y lo que primero que hace es perdonarle los pecados, no curar su minusvalía. Para Jesús era más urgente perdonar los pecados que curar la parálisis.


Normalmente, nosotros no pensamos así. Nos preocupa poco el pecado, no valoramos cómo afecta el pecado en nosotros mismos y en los demás. Incluso a veces creemos que el pecado da más satisfacción que una vida ordenada. Pero si reflexionamos un poco, nos daremos cuenta que las consecuencias del pecado son más graves que las de cualquier enfermedad:

     El pecado rompe o dificulta la relación con Dios.

El pecado te hace sentir mal contigo mismo, te impide ser feliz.

     El pecado te separa de los hermanos.


El perdón de Dios es más grande y más poderoso que todos nuestros pecados:


Señor, Tú eres el más grande, el más comprensivo, el más amoroso.

Tú muestras tu poder con el perdón y la misericordia, nunca con la venganza y la violencia.

Cierras los ojos a nuestros pecados, para que nos arrepintamos, porque somos tuyos, nos llevas en tu corazón y quieres que tengamos vida, vida abundante.


Gracias por salir a nuestro encuentro en las personas que nos aman y en las necesitadas, en los acontecimientos que nos hacen llorar y reír, en tu Palabra y en los sacramentos.


Que sepamos acogerte con alegría, para que tu mirada nos conquiste y tu amor nos impulse a compartir.


El salmo 31 pueda ayudarnos a saborear y a acoger mejor el bálsamo de la misericordia de Dios:


Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.


Mientras callé se consumían mis huesos, rugiendo todo el día, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; mi savia se había vuelto un fruto seco.


Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: "confesaré al Señor mi culpa", y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.


Por eso, que todo fiel te suplique en el momento de la desgracia: la crecida de las aguas caudalosas no lo alcanzará.


Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación.


Me instruirás y me enseñarás el camino que he de seguir, fijarás en mi tus ojos.


Los malvados sufren muchas penas; al que confía en el Señor, la misericordia lo rodea.


Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.


Jesús no se queda tranquilo después de perdonar los pecados. Y cura al paralítico. Los cristianos, sus seguidores, estamos llamados a remediar las necesidades espirituales y corporales de las personas. Buen ejemplo podemos encontrar en los misioneros: anuncian el Evangelio y hacen obras de caridad, alimentan el alma y el estómago. No podemos separar lo que Dios ha unido.

¿Qué te dice Dios a través de este Evangelio?

¿Qué le dices?

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