viernes, 8 de mayo de 2015

MUJER, AQUÍ TIENES A TU HIJO



Junto a la cruz de Jesús, estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquella Hora, el discípulo la recibió como suya.



Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Pueden ayudar estas ideas:


Tan cierto es que por Voluntad de Dios vino Jesús trayéndonos la Salvación, como que esta no hubiera llegado si la Virgen María no hubiera aceptado el Plan de Dios, por el cual ella se convertiría en Madre de Cristo, por lo tanto Madre de Dios y Madre de la Iglesia. No es pues un papel secundario el que le tocó jugar a María, como para que podamos prescindir de ella, como para que algunos creyentes, incluso católicos, pretendan desconocer el lugar que ocupa en la Historia de la Salvación. No es Dios, ni lo desplaza, ni jamás podrá ocupar Su lugar, pero es el primero de los nuestros, el primer ser de la creación, el primero entre los humanos, porque es al único al que le ha cabido la distinción de ser Madre de Cristo, nuestro Salvador. Si alguna vez, medio en serio y medio en broma, los cristianos solemos recordar que fue por una mujer, Eva, que entró el pecado y la perdición en el mundo, nuestra reflexión estará incompleta, sino recordamos que fue también por una mujer que entro la Salvación. Es a la Santísima Virgen María que le cupo tal privilegio, tal servicio, tal Gracia y tal Don. Jesús le dijo: Mujer, aquí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: Aquí tienes a tu madre.

¿Cómo no habríamos de tener a la Virgen María en un sitial especial? ¿Cómo no saludarla con reverencia, si nuestro Padre Dios puso sus ojos en ella para que fuera Madre de Cristo? Y si es la Madre de Cristo, como de hecho estamos recordando, como no oír a Cristo cuando en este último trance de la cruz nos la entrega a través de Juan, al mismo tiempo que nos pone bajo su manto. Jesús ha querido que la recibamos como nuestra madre y al mismo tiempo le ha pedido a ella que nos tome como a sus hijos, de allí tan especial y filial afecto. La Virgen María es nuestra Madre y como tal, es nuestra principal intercesora ante el Señor Jesucristo y ante nuestro Dios Padre. Y es que es obvio que a nadie mejor que a ella escuchará con mucho gusto y ternura Jesús, su hijo amado. Ella es la mediadora de todas las gracias. Es por intermedio de ella que debemos dirigirnos al Señor, porque todo lo que ella le pida será tratado con mayor premura y benevolencia. Si logramos convencer a nuestra Madre, no habrá forma que Jesús deje de prestar atención a nuestros ruegos. María sabrá cómo interceder por nosotros. No confundamos, ni nos dejemos confundir por quienes sin entender esta relación y el papel que juega María en nuestras vidas y en la Salvación, se permiten juzgarnos, acusándonos de adorar imágenes o de tener otros dioses, como si este fuera el lugar de María. Están totalmente confundidos. María, siendo Madre de Cristo, es Madre de la Iglesia y por lo tanto, Madre nuestra. Jesús le dijo: Mujer, aquí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: Aquí tienes a tu madre.

Siendo la Fe necesaria para la Salvación, y siendo la Salvación –la Vida Eterna- la mayor Gracia que podemos recibir, solo a nuestro alcance por Voluntad de Dios, ¿cómo podríamos dejar de venerar a la Virgen María y su gesto ejemplar, de entrega y amor total a la Voluntad de Dios, que hizo posible nuestra Salvación? María, con su Sí incondicional, lo hizo posible, por eso María es la más grande entre nosotros. Es ejemplo de fe ciega y entrega absoluta a la Voluntad de Dios. Su figura se agiganta, sabiéndola mortal como nosotros y sin embargo de una humildad y pureza sin igual. Hoy la Iglesia recuerda precisamente a la Dolorosa, es decir a esta extraordinaria mujer que como Madre de Cristo supo acompañarlo hasta la cruz, donde solo estuvo con Juan, el discípulo amado. La Virgen María, conociendo la Misión de Jesús, aunque tal vez no siempre la llegara a comprender, supo estar con Él desde el comienzo, huyendo cuando fue necesario y acompañándolo hasta el final. Jesús le dijo: Mujer, aquí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: Aquí tienes a tu madre.

Sabemos que todo esto tenía que pasar para que se cumplieran las Escrituras y porque Dios Padre en Su Sabiduría anticipó que ello sería necesario para nuestra Salvación. Nos resulta difícil entender que el Camino de la Salvación es el Camino de la Cruz, es decir el de la negación de uno mismo, hasta el extremo de dar la vida por los demás -la mayor muestra de amor-, de la cual Cristo mismo nos dio ejemplo. Así, Jesucristo, la Cruz y la Virgen María ocupan un lugar muy especial en el corazón de los cristianos y todo cuanto los simboliza, en tanto nos recuerda aquel gesto ejemplar, merece nuestro mayor respeto y consideración.

Amén 

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