jueves, 14 de julio de 2016

VENGAN A MÍ, TODOS LOS AGOBIADOS Y AFLIGIDOS



Jesús tomó la palabra y dijo:

Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y Yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?


¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


Orar no sólo es hablar con Jesús, orar es estar con Él. Estar con Él y descansar de las fatigas, de los agobios, del cansancio. Orar es presentar a Dios nuestra vida y, en silencio, dejar que Él sea alivio y consuelo.

A veces tenemos la impresión de que ser cristiano es una carga pesada, difícilmente aguantable. Sin embargo, Jesús hoy nos dice lo contrario: “mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. Es cierto, cualquier dios al que nos acerquemos nos exigirá más y nos dará menos. Pensemos por un momento qué ofrece y que pide el dios-placer, el dios-poder, el dios-dinero...

“Señor, sólo tú tienes palabras de vida eterna”

“Danos sabiduría para cargar sólo con tu yugo y tu carga”

A veces creemos que Dios sólo nos pide COMPROMISO, pero en muchas ocasiones nos ofrece también DESCANSO:

Sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré.

Descansa sólo en Dios, alma mía, porque él es mi esperanza; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré.

Pueblo suyo, confiad en él, desahogad ante él vuestro corazón, que Dios es nuestro refugio.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Los que estáis arruinados, los que habéis fracasado ante los demás y ante vosotros, los que sólo portáis miseria, los que no valéis para quienes seleccionan ni contáis para quienes mandan, los olvidados fuera de las campañas, los que sólo recibís golpes, los últimos, los parias, los nadie de la historia... venid a mí, que quiero cobijaros a la sombra de mis alas.

Los marginados de todo lo bueno, los humillados por uno u otro motivo, los sin recursos humanos y económicos, los que os tenéis que vender cualquier precio y sois moneda devaluada en todo momento, los que os habéis quedado sin techo y dormís en la calle entre cartones, los que solo tenéis deudas y desahucios, los cansados y agotados de vivir y de escuchar siempre lo mismo... venid a mí, que soy vuestro refugio, y me complace vuestro descanso.

Niños de la calle y de nadie, inmigrantes a la deriva, parados al sol, cabizbajos, enfermos sin tratamiento, ancianos apartados, jóvenes a la deriva, los no reconocidos como ciudadanos, los tristes y agobiados, personas que sufrís violencia, todos los que no sois queridos ni echados en falta... venid a mí, que soy vuestra libertad, y recobrad vuestra dignidad.

Hambrientos de pan y de justicia, de dignidad y de respeto, de salud y de ternura, de paz y de buenas noticias, de vida y de felicidad... sedientos de ternura y caricias, de roce y compañía, de abrazos y protestas, de vino y fiesta, de casa y mesa, de la dignidad vuestra... venid a mí, y saciad vuestra hambre y sed sin miedo y sin falsos respetos.

Todos lo que sentís la vida, día a día, como una pesada carga: los rechazados, los perseguidos, los olvidados, los excluidos, los extranjeros, los sin papeles, los que sólo tenéis seguro que sois pobres, gente sin voz, sin prestigio, sin nombre... venid a mí, descargad vuestros fardos, comed, bebed y descansad.

¡Todo lo que soy y tengo es vuestro!

Amén

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