Jesús tomó la palabra y dijo:
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y Yo los
aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y
humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi
carga liviana.
Palabra del Señor
¿Qué
me quieres decir, Señor?
¿Cómo
puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Orar no sólo es hablar con Jesús, orar es estar con
Él. Estar con Él y descansar de las fatigas, de los agobios, del cansancio.
Orar es presentar a Dios nuestra vida y, en silencio, dejar que Él sea alivio y
consuelo.
A veces tenemos la impresión de que ser cristiano es
una carga pesada, difícilmente aguantable. Sin embargo, Jesús hoy nos dice lo
contrario: “mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. Es cierto, cualquier dios
al que nos acerquemos nos exigirá más y nos dará menos. Pensemos por un momento
qué ofrece y que pide el dios-placer, el dios-poder, el dios-dinero...
“Señor, sólo tú tienes palabras de vida eterna”
“Danos sabiduría para cargar sólo con tu yugo y tu
carga”
A veces creemos que Dios sólo nos pide COMPROMISO,
pero en muchas ocasiones nos ofrece también DESCANSO:
Sólo en Dios descansa mi
alma, porque de él viene mi salvación; sólo él es mi roca y mi salvación, mi
alcázar: no vacilaré.
Descansa sólo en Dios,
alma mía, porque él es mi esperanza; sólo él es mi roca y mi salvación, mi
alcázar: no vacilaré.
Pueblo suyo, confiad en
él, desahogad ante él vuestro corazón, que Dios es nuestro refugio.
Gloria al Padre y al Hijo
y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos
de los siglos. Amén.
Los que estáis
arruinados, los que habéis fracasado ante los demás y ante vosotros, los que
sólo portáis miseria, los que no valéis para quienes seleccionan ni contáis para quienes mandan, los olvidados fuera de las campañas, los que
sólo recibís golpes, los últimos, los parias, los nadie de la historia... venid
a mí, que quiero cobijaros a la sombra de mis alas.
Los marginados de todo lo
bueno, los humillados por uno u otro motivo, los sin recursos humanos y
económicos, los que os tenéis que vender cualquier precio y sois moneda devaluada en todo momento, los que os habéis quedado sin techo y dormís en la calle entre cartones, los que solo tenéis deudas y desahucios, los cansados y agotados de vivir y de escuchar siempre lo mismo... venid a mí,
que soy vuestro refugio, y me complace vuestro descanso.
Niños de la calle y de
nadie, inmigrantes a la deriva, parados al sol, cabizbajos, enfermos sin tratamiento, ancianos apartados, jóvenes a la deriva, los no
reconocidos como ciudadanos, los tristes y agobiados, personas que sufrís
violencia, todos los que no sois queridos ni echados en falta... venid a mí,
que soy vuestra libertad, y recobrad vuestra dignidad.
Hambrientos de pan y de
justicia, de dignidad y de respeto, de salud y de ternura, de paz y de buenas noticias, de vida y de felicidad... sedientos de ternura y
caricias, de roce y compañía, de abrazos y protestas, de vino y fiesta, de casa y mesa, de la dignidad vuestra... venid a mí, y saciad vuestra hambre y
sed sin miedo y sin falsos respetos.
Todos lo que sentís la
vida, día a día, como una pesada carga: los rechazados, los perseguidos, los olvidados, los excluidos, los extranjeros, los sin
papeles, los que sólo tenéis seguro que sois pobres, gente sin voz, sin prestigio, sin
nombre... venid a mí, descargad vuestros fardos, comed, bebed y descansad.
¡Todo lo que soy y tengo es vuestro!
¡Todo lo que soy y tengo es vuestro!
Amén
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