Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los
espíritus impuros y de sanar cualquier enfermedad o dolencia.
Los
nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre
Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano
Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo,
y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones:
«No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los
samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por
el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Sanen a los
enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los
demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente».
Palabra del Señor
¿Qué
me quieres decir, Señor?
¿Cómo
puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Los llamó. Y el Evangelio nos da el nombre de los
doce. Hoy Jesús te llama, te llama por el nombre, a ti personalmente. Te
llama porque te ama, porque quiere hacerte feliz, porque confía en ti, porque
quiere llevar su Evangelio, su consuelo a todas las gentes...
“Habla Señor, que tu siervo escucha”
“Señor ¿qué quieres de mí?”
“Hágase en mí según tu palabra”
“Estoy dispuesto. Envíame”
Les dio autoridad. A ti te da su misma fuerza, la
fuerza de su Espíritu. No vamos a convencer con nuestra sabiduría ni a hacer
obras maravillosas con nuestra fuerza.
El Señor mostrará su grandeza en la debilidad de los
enviados.
“Señor, gracias por la fuerza de tu Espíritu”
“Señor, en tu nombre y con tu fuerza iré a donde
quieras”
“Perdona Señor y cura nuestra prepotencia”
Jesús quiere que comiencen la misión en su propia
tierra, y que se preocupen especialmente de las ovejas descarriadas. Los conoce
y nos conoce bien: a veces nos parece que no se puede hacer nada en nuestra
familia, con nuestro grupo de amigos, en los ambientes más cercanos. Sin
embargo, el que no evangeliza, el que no da testimonio entre los suyos ¡qué
difícil será que lo haga entre que están muy lejos!
¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
Si
nadie acaricia los ojos del paria, ¿cómo dejará de serlo?
Si
nadie cura las heridas del hombre quebrado, ¿en qué soledad sanarán?
Si
nadie derriba los cimientos de una ley implacable, ¿hasta cuándo seguirá cerrando puertas y poniendo cadenas?
Si
nadie profetiza contra los perversos, ¿cuándo cambiará algo?
Si
nadie se deja guiar por la sed, ¿quién hallará la fuente de agua viva?
Si nadie
se entrega a tumba abierta, ¿cómo saber que es posible el Amor?
Hace
falta Alguien, alguien como tú, o tú de nuevo, en espíritu y verdad.
Alguien
que acaricie los abandonos; que alivie sufrimientos; que taladre certidumbres y denuncie inconsistencias.
Alguien
que nos ponga en camino hacia un manantial en el que nuestro deseo de Vida quedará colmado.
Amén
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