Jesús vio a un hombre llamado
Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo:
«Sígueme». Él se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo
en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con
Él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por
qué su Maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús, que había oído,
respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los
enfermos. Vayan y aprendan qué significa: "Yo quiero misericordia y no
sacrificios". Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores»
Palabra del
Señor
¿Qué
me quieres decir, Señor?
¿Cómo
puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Dicen los
refranes: “El que va con un rengo, renguea” y “Dime con quien vas y te diré
quien eres”. Detrás de estas expresiones hay mucha verdad, pero también se
esconde mucha injusticia: el que va con un rengo, puede ayudarle a caminar
mejor, el que está con “mala gente” puede animarles a cambiar de vida... En
Jesús encontramos el ejemplo más claro. Se acerca a los pecadores, no por ser
pecador, sino para ayudarles a salir del pecado, para que sean más felices.
“Señor, gracias por acercarte a mí,
pobre pecador”
“Perdona
mis juicios apresurados e injustos”
Jesús se
acercó a los pecadores, a los más pecadores. Y nosotros, como cristianos,
tenemos que seguir su ejemplo. Pero no podemos ser ingenuos; hay peligros,
muchos peligros. ¡Cuantas personas han entrado de buena fe en ambientes
difíciles y, además de no cambiar nada, han cambiado ellos a peor. Necesitamos
conocer los peligros, no para encerrarnos entre los que se consideran buenos,
sino para cumplir la misión de Jesús con las debidas ayudas: el apoyo de un
grupo, el acompañamiento de un sacerdote o de una persona de confianza...
¿Cómo lo vives? ¿Qué te dice Dios?
¿Qué le dices?
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque nos
amas, tú el pobre.
Porque nos
sanas, tú herido de amor.
Porque nos
iluminas, aun oculto, cuando tu
ternura enciende el mundo.
Porque nos
guías, siempre delante, siempre
esperando.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque nos
miras desde la congoja y nos sonríes desde la inocencia.
Porque nos ruegas desde la angustia de tus hijos
golpeados, nos abrazas en el abrazo que damos y en la vida que compartimos.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque me perdonas más que yo mismo, porque me
llamas, con grito y susurro
y me envías, nunca solo.
y me envías, nunca solo.
Porque confías en mí, tú que conoces mi debilidad.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque me colmas
y me inquietas.
Porque me abres los ojos y en mi horizonte pones tu
evangelio. Porque cuando entras en ella, mi vida es plena.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia. y te
pido que me ayudes a ser misericordioso.
Amén
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