Los escribas y los fariseos dijeron a Jesús: «Los discípulos de Juan
ayunan frecuentemente y hacen oración, lo mismo que los discípulos de los
fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben».
Jesús les contestó: «¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del
esposo mientras él está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será
quitado; entonces tendrán que ayunar».
Les hizo además esta comparación: «Nadie corta un pedazo de un vestido
nuevo para remendar uno viejo, porque se romperá el nuevo, y el pedazo sacado a
éste no quedará bien en el vestido viejo. Tampoco se pone vino nuevo en odres
viejos, porque hará reventar los odres; entonces el vino se derramará y los
odres ya no servirán más. El vino nuevo se pone en odres nuevos. Nadie, después
de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: el añejo es
mejor».
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Los fariseos no comprenden a Jesús. Su Evangelio es
el vino bueno, la pieza nueva. Los corazones de los fariseos son los odres
viejos, el manto viejo. Para acoger a Jesús tenemos que cambiar el corazón, la
forma de pensar, nuestro estilo de vida. Si no nos vamos convirtiendo a la
Palabra de Jesús, nunca descubriremos su novedad.
Para comprender a Jesús hay que nacer de nuevo;
mejor dicho, tenemos que dejar que Dios nos dé a luz de nuevo. En la oración,
en la celebración de los sacramentos, en la vida de cada día Dios nos va
transformando... si lo dejamos.
Señor, la novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos
sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los
que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros
esquemas, seguridades, gustos....
Y esto nos sucede también contigo.
Con frecuencia te seguimos, te acogemos, pero hasta
un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Ti con total
confianza, dejando que el Espíritu Santo anime y guíe nuestra vida, en
todas las decisiones; tenemos miedo a que nos lleves por caminos nuevos y nos
saques de nuestros horizontes, con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos
a los tuyos.
Tú eres novedad y haces nuevas a las personas que,
con confianza, se dejan tocar por Ti: Noé, del que todos se ríen, construye un
arca y se salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa;
Moisés se enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles,
de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el
Evangelio.
Y nosotros, ¿estamos abiertos a las sorpresas
que nos preparas o nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu
Santo?
¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos
que Tú nos presentas o nos atrincheramos en estructuras y costumbres
caducas, que han perdido la capacidad darnos y dar al mundo la alegría más
grande?
Danos un corazón abierto para acogerte, para
abrirnos a tu novedad, con la seguridad de que Tú nos amas y siempre
quieres nuestro bien.
Amén
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