Un sábado, Jesús entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Había allí un
hombre que tenía la mano derecha paralizada. Los escribas y los fariseos
observaban atentamente a Jesús para ver si sanaba en sábado, porque querían
encontrar algo de qué acusarlo. Peto Jesús, conociendo sus intenciones, dijo al
hombre que tenía la mano paralizada: «Levántate y quédate de pie delante de
todos». Él se levantó y permaneció de pie.
Luego les dijo: «Yo les pregunto: ¿Está permitido en sábado, hacer el
bien o el mal, salvar una vida o perderla?» y dirigiendo una mirada a todos,
dijo al hombre: «Extiende tu mano». Él la extendió y su mano quedó sana.
Pero ellos se enfurecieron, y deliberaban entre sí para ver qué podían
hacer contra Jesús.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Jesús cura a las personas necesitadas de salud, sea
lunes o sábado. Los fariseos podrían alegrarse, pero les corroe la envidia, se
ponen furiosos y le acusan de no respetar la ley que prohíbe trabajar en
sábado. Para Jesús, en cambio, el bien de las personas está por encima de la
ley.
También a nosotros nos cuesta valorar lo positivo
que hacen nuestros “adversarios”, la competencia... Nos duelen los éxitos de
los compañeros si nosotros quedamos por debajo. Pedimos perdón y fuerza para
superar la envidia:
Señor, sabemos que la envidia perjudica a todos, al que
es envidiado y al que envidia; pero, a veces nos cuesta mucho evitarla.
Envidiamos un puesto de trabajo, un coche, una
casa, un buen marido o una buena mujer, el carisma, el físico, la
inteligencia, la fama...
Nos parece que si no poseemos lo que envidiamos no podemos
triunfar ni ser felices del todo.
Haznos comprender los peligros de la envidia.
"De la envidia nacen el odio y la calumnia, la alegría
causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad”
La envidia nos arma unos contra otros y debilita
desde dentro a las familias, a las comunidades y a toda la sociedad.
Danos luz y fuerza para superar la envidia, para valorar
nuestras posibilidades y capacidades; para agradecer las personas que nos
quieren, los pequeños logros que alcanzamos en la vida, las montañas
y los ríos, los animales y las plantas, las cosas que nos hacen más
agradable la vida.
Danos luz y fuerza para superar la envidia, para ver
en cada persona a un hermano, para no considerarlas competidoras ni
enemigas; para admirar, alegrarme y dar gracias de corazón con los
talentos y los éxitos de los demás, para saber pedir con humildad lo que
necesito y compartir con generosidad lo que tengo.
Jesús predica y cura. Y así manifiesta a todo
el amor misericordioso del Padre, aunque sea criticado, lo amenacen, o su
vida corra peligro. ¿Estamos dispuestos sus discípulos a correr estos riesgos,
o sólo ayudamos a los demás cuando no vamos a tener ningún problema?
Amén
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