Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos
estaban con Él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy Yo?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el
Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha
resucitado».
«Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy
Yo?» Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios».
Y Él les ordenó terminantemente que no lo
anunciaran a nadie, diciéndoles:
«El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser
rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado
a muerte y resucitar al tercer día».
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi
vida?
¿Quién es Jesús para nosotros? No podemos responder
a esa pregunta con palabras magistrales nacidas del estudio. Nuestra respuesta
debe ser muy sencilla; nacida de la vida, de lo que realmente hemos
experimentado de Él; de cómo le hemos permitido entrar en nuestra vida y darle
un cambio a nuestro ser y actuar; o, por desgracia, de cómo lo hemos ignorado
o, peor, aún, de cómo lo hemos expulsado de nuestra vida para poder llevar una
existencia conforme a nuestros caprichos e inclinaciones equivocadas.
Cuando el Señor nos dice: Es necesario que el Hijo del hombre sufra
mucho, que sea rechazado por los anciano, los sumos sacerdotes y los escribas,
que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día, nos está dando a
conocer qué somos nosotros para Él; ante Él valemos el precio de su sangre, de
su muerte, de su resurrección. Él nos ama de tal manera que ha salido a nuestro
encuentro para ofrecernos el perdón y darnos la oportunidad de participar de su
Gloria a la diestra de su Padre. El quiere, así, que seamos sus amigos y
hermanos, de su misma sangre, disfrutando de la misma herencia que le
corresponde como Hijo.
Ojalá y el Señor también signifique mucho en nuestra existencia, y
aceptando en nosotros su Vida, y dejándonos guiar por su Espíritu no sólo
digamos que Él es el Mesías, el Hijo de Dios Vivo, el Salvador, sino que esa
realidad de fe nos ayude a darle un nuevo sentido a nuestra existencia y a
convertirnos en testigos de su amor en medio de nuestros hermanos.
El Señor nos manifiesta su amor hasta el extremo en este Memorial de su
Pascua; Él sigue amándonos y confiando en nosotros; Él continúa llamándonos
para que estemos con Él en este momento de soledad, convertido en momento de
soledad sonora por estar en un diálogo de amor con Él.
Así como Jesús se retiró con sus discípulos a un lugar solitario a orar,
así ahora estamos solos con Él para que en un encuentro personal podamos
responder a su cuestionamiento sobre lo que Él significa en nuestra vida.
Amén
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