Jesús dijo:
«Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del
hombre que está en el cielo.
De la misma manera, que Moisés levantó en alto la serpiente en el
desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para
que todos los que creen en Él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo
el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por Él».
Palabra del Señor
¿Qué me quieres
decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
Los cristianos cuando contemplamos la cruz de
Jesucristo no vemos principalmente un instrumento de tortura, para nosotros la
cruz es el signo más claro del amor más profundo, del amor de Dios, manifestado
en la entrega de su Hijo Jesucristo. Muere en la cruz, para darnos vida,
vida eterna. ¡Qué paradoja! Desde la muerte, Jesús da vida.
Contemplamos la cruz de Cristo y damos gracias a
Dios porque su amor a la humanidad, a cada uno de nosotros no tiene medida.
Dios sigue amando al mundo, sigue compadeciéndose
de todos, especialmente de los que más sufren, y sigue enviando al mundo a sus
hijos, a ti y a mí, para salvarlo de la desesperanza, de la injusticia, de la
soledad. ¿Estás dispuesto a ser enviado? ¿Asumes el riesgo de la cruz? ¿Qué te
dice Dios? ¿Qué le dices?
No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo
que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar
por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en
una cruz y escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muéveme tus
afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque
no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque
lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.
A veces, Señor, a veces la historia es tan
opaca, la vida tan ambigua, y el horizonte tan monótono y triste, que de
nada sirve tu mensaje porque tu presencia se nos esconde.
Y entonces, Señor, entonces el corazón sufre y
sangra, las entrañas, cansadas, se agotan, el espíritu se desorienta y los
sentidos se rebelan porque no encuentran brotes de esperanza.
A veces, Señor, a veces se me rompen los
esquemas, me encuentro perdido noche y día, camino sin saber dónde te hallas,
y espero contra toda esperanza anhelando el roce de tu brisa.
Y entonces, Señor, entonces, si no pasas
susurrando y moviendo los cristales de mis ventanas, mi anhelo se
desata, en pasión o ira, queriendo que seas huracán, fuego, tormenta que zarandee
mi cuerpo y espíritu.
A veces, Señor, a veces sólo anhelo que Tú me
llames, pronunciando mi nombre como otras veces, para despertarme y
pacificarme, y poder compartir heridas, deseos y tareas a la vera del
camino de la vida.
Y entonces, Señor, entonces, aunque haya
bandidos y ladrones, sé que Tú vas cerca y delante abriendo caminos y horizontes, silbando alegres
canciones y dándonos a todos vida abundante.
A veces, Señor, a veces reconozco tu presencia
y voz, y entonces, Señor, entonces te sigo y salgo al mundo con
ilusión.
Amén
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