Se acercó un hombre a Jesús y
le preguntó: «Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida
eterna?»
Jesús le dijo: «¿Cómo me
preguntas acerca de lo que es bueno? Uno solo es el Bueno. Si quieres entrar en
la Vida eterna, cumple los Mandamientos».
«¿Cuáles?», preguntó el
hombre. Jesús le respondió: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no
darás falso testimonio, honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo
como a ti mismo».
El joven dijo: «Todo esto lo
he cumplido: ¿qué me queda por hacer?» «Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús,
ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el
cielo. Después, ven y sígueme».
Al oír estas palabras, el
joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes.
Palabra del
Señor
¿Qué
me quieres decir, Señor?
¿Cómo
puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
No sabemos
el nombre de aquel que se acercó a Jesús. Pero se acercó a Jesús con la mejor
intención. Le pregunta que tiene qué hacer para obtener la vida eterna, para
vivir de verdad, para vivir plenamente. Estaba buscando y reconoce que Jesús es
un maestro que puede ayudarle a encontrar lo que buscaba.
En este día,
también nosotros decimos: ¿qué tenemos que hacer, Jesús?
Él nos dará
la mejor respuesta.
Cumplía los
mandamientos. No es poco. Sin embargo, no acaba de encontrarse satisfecho;
busca algo más.. Jesús le propone: “vende lo que tienes y dáselo a los
pobres. Así tendrás riquezas en el cielo. Luego, ven y sígueme”. Pero no fue
capaz de dar este paso decisivo.
Se va
triste. Ha descubierto cuál es el camino de la Vida y no tiene fuerzas para
seguirlo. Le atan demasiadas riquezas. También a nosotros nos pasa: en
ocasiones vemos claro el camino, pero nos flaquea la voluntad.
“Señor,
gracias por mostrarnos el Camino de la Vida”
“Perdona y
cura nuestras dudas y vacilaciones”
“Danos luz
para descubrir el camino y fuerza para seguirlo”
Señor, hay
días en que olvidas los motivos.
El entorno
se vuelve desierto árido, monótono.
Hay días en
que lo cambiarías todo por una caricia.
Días en que
calla la voz interior, cuando ni hacer el bien parece tener sentido, cuando el
mundo resulta una causa perdida y el evangelio es un
idioma incomprensible.
Días en que
no te sientes hermano, ni amigo, ni hijo.
Días de
escepticismo, en que
el samaritano decide pasar de largo, Zaqueo no sube al árbol, y sólo
sobrevive el joven rico.
Días en que
vencen los fantasmas interiores.
Pero no des
demasiada cancha al drama.
Mira tu vida
con desnudez benévola, respeta el desaliento, sin darle el cetro y la corona, y rescata
la memoria de las causas, de la presencia, de la ilusión.
El
samaritano sigue en marcha.
Él también
tiene días grises.
Zaqueo
espera un encuentro.
El joven
rico aún piensa en el camino que no eligió.
Y en lo
profundo, más allá de fantasmas y demonios, late Dios.
Amén
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