Jesús dijo a sus discípulos:
Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo en
privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una
o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o
tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco
quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la
tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará
desatado en el cielo.
También les aseguro que si dos de ustedes se unen
en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá.
Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, Yo estoy presente en medio
de ellos.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Ante el
hermano que se equivoca, los discípulos de Jesús no pueden decir: “allá él”, o
“es su libertad”, o “cada uno hace con su vida lo que quiere”. Tampoco cabe:
“hay darle un escarmiento”, “no volveremos a darle el saludo”.
El
camino que nos muestra el Evangelio es otro, mucho más comprometido y
complicado. Jesús nos invita a reprender y a intentarlo no sólo una vez, a
contar con otros hermanos y con la comunidad para poder ayudar mejor al que
toma un camino erróneo.
Es el
camino del amor que respeta la libertad del otro, pero a la vez quiere
mostrarle la verdad. La libertad sin la verdad nos destruye. La verdad sin
libertad nos esclaviza, en empequeñece.
¿Qué
haces cuando algún hermano se equivoca?
¿Cómo
reaccionas cuando te intentan corregir?
¿Qué te
dice Dios? ¿Qué le dices?
Si se pierde
un hermano, si se
pierde un hijo, si se
pierde el vecino, el compañero, el amigo o el enemigo...
¿Qué he
de hacer, Dios mío?
Lo buscaré
sin descanso, día y noche, por senderos, charcos y
bosques, playas y
desiertos, montañas y valles, pueblos y ciudades e
inhóspitos lugares, con mis pies cansados y corazón anhelante.
Lo llamaré,
con mi voz rota, por su nombre y no cejaré hasta
encontrarlo y abrazarlo; y le diré con ternura y
pasión de hermano: Estoy preocupado y angustiado por ti y siento
que nuestras vidas necesitan dialogarse.
Y si no se
detiene y me da la espalda, o hace oídos sordos a mis
palabras, o me
desafía con los hechos o su mirada, juntaré, antes que oscurezca,
la ternura de dos o más para ahogar su resistencia con fraternidad desbordada.
Y si el
fuego de tu Espíritu y de los hermanos no hace mella en sus
gélidas entrañas, juntaré centenares
de cálidos hogares para que alumbren su noche oscura y derritan
sus hielos invernales.
Y si tal
torrente de ternura, gracia y respeto no doblega su tronco
altivo y yermo, lo cubriré
con mi ropa para protegerlo y lo lavaré sin descanso
con mis lágrimas hasta cicatrizar
sus heridas y devolverle la alegría.
Y si a pesar
de ello no sigue tu camino, le perdonaré como tú nos
enseñaste; y si es
preciso me convertiré en rodrigón de su vida, historia y
suerte, renunciando a
otros proyectos personales.
Y así ganaré
a mi hermano y la
vida que nos prometiste.
¡Bendito
seas, Señor, que nos haces fuertes para curar y ser curados,
hoy y siempre, para amar
al hermano y ser por él amados!
¡Bendito
seas, Señor, por invitarnos a crear, vivir, salvar y cultivar la
fraternidad!
Amén
No hay comentarios:
Publicar un comentario