miércoles, 12 de agosto de 2015

SI TU HERMANO PECA CONTRA TÍ, CORRÍGELO EN PRIVADO



Jesús dijo a sus discípulos:


Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.


Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.


También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, Yo estoy presente en medio de ellos.

Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


Ante el hermano que se equivoca, los discípulos de Jesús no pueden decir: “allá él”, o “es su libertad”, o “cada uno hace con su vida lo que quiere”. Tampoco cabe: “hay darle un escarmiento”, “no volveremos a darle el saludo”.


El camino que nos muestra el Evangelio es otro, mucho más comprometido y complicado. Jesús nos invita a reprender y a intentarlo no sólo una vez, a contar con otros hermanos y con la comunidad para poder ayudar mejor al que toma un camino erróneo.

Es el camino del amor que respeta la libertad del otro, pero a la vez quiere mostrarle la verdad. La libertad sin la verdad nos destruye. La verdad sin libertad nos esclaviza, en empequeñece.

¿Qué haces cuando algún hermano se equivoca?

¿Cómo reaccionas cuando te intentan corregir?

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?


Si se pierde un hermano, si se pierde un hijo, si se pierde el vecino, el compañero, el amigo o el enemigo...

¿Qué he de hacer, Dios mío?

Lo buscaré sin descanso, día y noche, por senderos, charcos y bosques, playas y desiertos, montañas y valles, pueblos y ciudades e inhóspitos lugares, con mis pies cansados y corazón anhelante.

Lo llamaré, con mi voz rota, por su nombre y no cejaré hasta encontrarlo y abrazarlo; y le diré con ternura y pasión de hermano: Estoy preocupado y angustiado por ti y siento que nuestras vidas necesitan dialogarse.

Y si no se detiene y me da la espalda, o hace oídos sordos a mis palabras, o me desafía con los hechos o su mirada, juntaré, antes que oscurezca, la ternura de dos o más para ahogar su resistencia con fraternidad desbordada.

Y si el fuego de tu Espíritu y de los hermanos no hace mella en sus gélidas entrañas, juntaré centenares de cálidos hogares para que alumbren su noche oscura y derritan sus hielos invernales.


Y si tal torrente de ternura, gracia y respeto no doblega su tronco altivo y yermo, lo cubriré con mi ropa para protegerlo y lo lavaré sin descanso con mis lágrimas hasta cicatrizar sus heridas y devolverle la alegría.

Y si a pesar de ello no sigue tu camino, le perdonaré como tú nos enseñaste; y si es preciso me convertiré en rodrigón de su vida, historia y suerte, renunciando a otros proyectos personales.


Y así ganaré a mi hermano y la vida que nos prometiste.

¡Bendito seas, Señor, que nos haces fuertes para curar y ser curados, hoy y siempre, para amar al hermano y ser por él amados!

¡Bendito seas, Señor, por invitarnos a crear, vivir, salvar y cultivar la fraternidad!

Amén

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