Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:
Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y
cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no
hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas, difíciles de llevar, y las ponen sobre
los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera
con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los
flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y
los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse
llamar "mi maestro" por la gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar "maestro", porque no
tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo
llamen "padre", porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se
dejen llamar tampoco "doctores", porque sólo tienen un Doctor, que es
el Mesías.
El mayor entre ustedes será el que los sirve, porque el que se eleva
será humillado, y el que se humilla será elevado.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir,
Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
Pueden ayudar estas ideas:
Jesús no fue
primero un sí y luego un no; Él es siempre un sí que se pronuncia con gran amor
hacia su Padre y hacia nosotros.
Él siempre pasó
haciendo el bien; Él es el que primero hizo y después enseñó. Por eso es para
nosotros el Maestro que nos ha precedido con su cruz.
A nosotros nos
invita a tomar nuestra cruz de cada día y a seguirlo.
Nosotros no somos
el punto de referencia hacia el Padre. Nuestra vida apunta siempre hacia
Cristo; Él es quien nos conduce al Padre para que, unidos a Él, lleguemos a
donde Él ya ha llegado. La Iglesia de Cristo no puede conformarse con hacer
conciencia sobre la necesidad de tomar la cruz; todos debemos llevarla y no cargar
el fardo sobre los hombros de los demás, mientras nosotros nos conformamos con
hablar y después llevar una vida en contra de lo que anunciamos.
Convertidos en
siervos del Evangelio, no hemos de buscar sino el honor de ser los primeros en
amar sirviendo, sin querer buscar lugares de honor ni títulos que enaltezcan
nuestro orgullo.
Cristo, el Siervo
de Dios, nos ha enseñado a vivir como el último, como el siervo de todos,
capaz, incluso, de lavar los pies de los más débiles y marginados.
Hay que ceñirse la túnica
y ponerse la toalla sin jamás quitársela, para caminar continuamente en ese
amor servicial.
A partir de ese
amor debemos dar la vida por los demás convirtiéndonos en alimento de sus
esperanzas, en aliento de su fe, en un amor que sea capaz, si es necesario, de
derramar la propia sangre para que los pecados propios y de los demás sean
perdonados, y se lleve a efecto una alianza que haga que la persona entre en
comunión de vida con el Señor, alianza que nada ni nadie pueda romper, pues el
amor que Él nos ha manifestado no ha sido un juego hipócrita, sino la decisión
más firme de un amor entregado hasta el extremo.
En esta Eucaristía
experimentamos el amor de Dios, que cargó sobre sí nuestras miserias y nos
enseñó la forma de cómo hemos de vivir no sólo ante el anuncio, sino ante el
testimonio personal del Evangelio que proclamamos tanto con las palabras como
con la vida misma.
Amén
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