Se acercaron a Jesús algunos
fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: «¿Es lícito al hombre
divorciarse de su mujer por cualquier motivo?»
Él respondió: «¿No han leído
ustedes que el Creador, desde el principio, "los hizo varón y mujer";
y que dijo: "Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse
a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne"? De manera que ya no
son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido».
Le replicaron: «Entonces, ¿por
qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se
separa?»
Él les dijo: «Moisés les
permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes,
pero al principio no era así. Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de
su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete
adulterio».
Sus discípulos le dijeron: «Si
esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse».
Y Él les respondió: «No todos entienden este lenguaje, sino sólo
aquellos a quienes se les ha concedido. En efecto, algunos no se casan, porque
nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por
los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los
Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!»
Palabra del
Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
En esta
sociedad del usar y tirar, la fidelidad no está de moda, cuesta creer en el
amor eterno, en el matrimonio “hasta que la muerte nos separe”, parece
imposible consagrarse por entero al sacerdocio o tomar el camino de la vida
religiosa por el Reino de los cielos.
La fidelidad
es importante en las relaciones con los amigos, con la familia, con los
compañeros de trabajo... La fidelidad se aprende ejercitándola en los pequeños
compromisos de cada día. Quien no lucha por ser fiel en lo poco, no lo será en
lo mucho.
La fidelidad
es un don del Espíritu Santo, un don que tenemos que agradecer y pedir para los
matrimonios y para los sacerdotes, especialmente para aquellas personas que
tienen dificultades para ser fieles a su vocación.
Sin el
Espíritu Santo, Dios está
lejos, Cristo
permanece en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia una simple
organización la autoridad
sería dominación, la misión
una propaganda, el culto
una evocación y el
actuar cristiano una moral de esclavos.
Pero con la
presencia del Espíritu, el cosmos se eleva y gime en el parto del Reino, Cristo
resucitado está presente, el Evangelio es potencia
de vida, la Iglesia
significa la comunión trinitaria. la autoridad es un
servicio de liberación, la misión es un Pentecostés, la liturgia una memoria y
anticipación, el actuar
humano se deifica.
Amén
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