jueves, 6 de agosto de 2015

LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS



Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.


Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.


Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Éste es mi Hijo muy querido, escúchenlo».


De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.


Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría «resucitar de entre los muertos».


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?



Camino de Jerusalén, Jesús va preparando a sus discípulos, les advierte repetidamente que va a ser arrestado y crucificado, para resucitar al tercer día. Ante el panorama que describe Jesús, los discípulos se entristecen.  En este contexto tiene lugar la transfiguración. Es una experiencia que marcará sus vidas. La transfiguración no anula la cruz y la muerte cercanas, pero ayudará a los discípulos a vivirlas con más esperanza.



El Señor está atento a cada uno de nosotros. Y cuando ve que nuestra fe flaquea también nos regala experiencias de transfiguración: en la celebración de la Eucaristía, en un momento de oración, en la conversación con un buen amigo, de la manera más insospechada. Damos gracias a Dios por todas esas experiencias a través de las cuales Dios levanta nuestra esperanza y nos ayuda a asumir las cruces de cada día.



Señor, te damos gracias porque nos miras con amor, conoces nuestras debilidades y malos momentos, y nos ofreces siempre la luz de la esperanza.

Ilumina, Señor, nuestras tinieblas, Tú, que, antes de entregarte a la pasión, quisiste manifestar en tu cuerpo transfigurado la gloria de la resurrección futura.


Te pedimos por los cristianos que sufren: para que, en medio de las dificultades del mundo, vivan transfigurados por la esperanza de tu victoria.

Te pedimos por todas las personas que sufren, para que a nadie le falte, Señor, la luz de la esperanza.

Gracias, Señor, por todas las personas, por todos los momentos y lugares, por todas las oraciones y celebraciones que transfiguran nuestro corazón y nuestro rostro, que nos devuelven la esperanza y la paz, que dificultades y pecados nos quitan.


Señor, que también nosotros estemos atentos para descubrir a todas las personas desanimadas, para compartir con ellas el amor y la esperanza que cada día Tú nos ofreces a manos llenas.

Amén

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