miércoles, 26 de agosto de 2015

ESCRIBAS Y FARISEOS, PARECEN SEPULCROS BLANQUEADOS



Jesús habló diciendo:

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad.

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los justos, diciendo: «Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas»! De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmen entonces la medida de sus padres!

Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?



Sepulcros blanqueados. Muy bonitos por fuera y llenos de podredumbre por dentro. Parecéis justos, pero estáis repletos de hipocresía y crímenes. Estas palabras también están dirigidas a cada uno de nosotros, que dedicamos mucho tiempo a cuidar nuestro aspecto y poco nuestro corazón, que buscamos más la belleza del cuerpo que la bondad del alma.

“Señor, ayúdanos a reconocer nuestra hipocresía a descubrir la verdad de nosotros mismos. Perdónanos y cúranos.”

Asesinos de los profetas. Los profetas son testigos de la verdad, de una verdad que en muchas ocasiones nos resulta incómoda. Los profetas denuncian nuestro pecado. Resultan insoportables para nuestro orgullo.

Hay muchas formas de matar a los profetas. Se les puede condenar al silencio, se les puede acusar de reaccionarios o de revolucionarios, según convenga...

Nos jactamos de una ética personal intachable, nos consideramos justos; pero algo falla, pues no acabamos de estar satisfechos y buscamos justificarnos ante los demás, ante ti, Señor, y ante nosotros mismos.

Ya no subimos al templo a orar, ni creemos en el destino, ni tememos tu brazo extendido, y pasamos de los oráculos eclesiásticos; pero aunque, a veces, busquemos el silencio, la serenidad, la paz, la interioridad, no nos atrevemos a entrar en nosotros mismos ni a cruzarnos con los demás siendo compañeros de camino.

Buscamos, como siempre, los primeros puestos, triunfo y éxito en lo nuestro, estar en el centro, tener todo bien sujeto, no perder lo ya adquirido y disponer de una respuesta que justifique nuestro status; pero no encontramos lo que necesitamos, y nos rebelamos.

Nuestra súplica, aunque exprese verdad, sigue siendo una farsa, la farsa del que se esconde al exponerse, pues busca lucirse y oculta su debilidad.

De nada sirve renovar gestos, palabra y piel, si nuestro corazón se resiste y se queda al margen.

¡Tú nos quieres como somos, débiles y pecadores, antes que fariseos arrogantes!

Amén

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