Jesús habló diciendo:
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros
blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y
de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de
los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los
sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los justos, diciendo: «Si
hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a
ellos para derramar la sangre de los profetas»! De esa manera atestiguan contra
ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmen
entonces la medida de sus padres!
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Sepulcros blanqueados. Muy bonitos por fuera y
llenos de podredumbre por dentro. Parecéis justos, pero estáis repletos de
hipocresía y crímenes. Estas palabras también están dirigidas a cada uno de
nosotros, que dedicamos mucho tiempo a cuidar nuestro aspecto y poco nuestro
corazón, que buscamos más la belleza del cuerpo que la bondad del alma.
“Señor, ayúdanos a reconocer nuestra hipocresía a descubrir
la verdad de nosotros mismos. Perdónanos y cúranos.”
Asesinos de los profetas. Los profetas son testigos
de la verdad, de una verdad que en muchas ocasiones nos resulta incómoda. Los
profetas denuncian nuestro pecado. Resultan insoportables para nuestro orgullo.
Hay muchas formas de matar a los profetas. Se les
puede condenar al silencio, se les puede acusar de reaccionarios o de revolucionarios,
según convenga...
Nos jactamos de una ética personal intachable, nos consideramos
justos; pero algo falla, pues no acabamos de estar satisfechos y buscamos
justificarnos ante los demás, ante ti, Señor, y ante nosotros mismos.
Ya no subimos al templo a orar, ni creemos en
el destino, ni tememos tu brazo extendido, y pasamos de los oráculos
eclesiásticos; pero aunque, a veces, busquemos el silencio, la serenidad,
la paz, la interioridad, no nos atrevemos a entrar en nosotros mismos
ni a cruzarnos con los demás siendo compañeros de camino.
Buscamos, como siempre, los primeros puestos, triunfo y
éxito en lo nuestro, estar en el centro, tener todo bien sujeto, no perder
lo ya adquirido y disponer de una respuesta que justifique nuestro
status; pero no encontramos lo que necesitamos, y nos rebelamos.
Nuestra súplica, aunque exprese verdad, sigue siendo
una farsa, la farsa del que se esconde al exponerse, pues busca
lucirse y oculta su debilidad.
De nada sirve renovar gestos, palabra y piel, si nuestro
corazón se resiste y se queda al margen.
¡Tú nos quieres como somos, débiles y
pecadores, antes que fariseos arrogantes!
Amén
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