jueves, 13 de agosto de 2015

HAY QUE PERDONAR HASTA SETENTA VECES SIETE



Se acercó Pedro y le preguntó a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?».


Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.


Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Dame un plazo y te pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.


Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes". El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda". Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.


Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Éste lo mandó llamar y le dijo: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?" E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.


Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos».


Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, dejó la Galilea y fue al territorio de Judea, más allá del Jordán.


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?



¿Podremos calcular algún día cuanto debemos a Dios? ¿Sabremos medir todo lo que Dios nos perdona? Damos gracias.



Normalmente, tratamos a los demás como ellos nos tratan a nosotros. Pero Dios nos pide que tratemos a Dios como ÉL nos trata a nosotros.



Dios perdona para que nosotros perdonemos. A veces no nos cuesta perdonar, pero en otras ocasiones nos sentimos tan heridos que el perdón nos parece un camino imposible de recorrer. No olvidemos que perdonar es un don de Dios, un don que debemos pedir.


El rey de la parábola se irrita contra el empleado aprovechado, que recibe el perdón y no perdona. Nunca nos sentiremos perdonados si no perdonamos de corazón.


No te cansas de mí, aunque a ratos ni yo mismo me soporto.


No te rindes, aunque tanto me alejo, te ignoro, me pierdo.


No desistes, que yo soy necio, pero tú eres tenaz.


No te desentiendes de mí, porque tu amor puede más que los motivos.


Tenme paciencia, tú que no desesperas, que al creer en mí me abres los ojos y las alas…

Amén

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