Los discípulos se acercaron a Jesús para
preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?»
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Les aseguro
que si ustedes no cambian y no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de
los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más
grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi
Nombre me recibe a mí mismo.
Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les
aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi
Padre celestial.
¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se
pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar
la que se extravió? y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más
por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera,
el Padre de ustedes que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de
estos pequeños».
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Si No volvéis a ser como niños, no entraréis en el
Reino de los cielos. Los niños se saben necesitados, saben pedir con humildad,
disfrutan de las pequeñas alegrías, inspiran ternura...
¿Qué te
dice Dios? ¿Qué le dices?
Dios
cuida de todos, pero ya desde el antiguo Testamento, Dios manifiesta su
especial predilección por los más pequeños y necesitados. Los cristianos
tendríamos que tener esta misma sensibilidad de Dios: Hemos de defender la vida
de todos y en especial de los más pobres y amenazados.
¿Quiénes
son hoy y en tu ambiente los pequeños y necesitados?
¿Qué te
dice Dios? ¿Qué le dices?
Señor,
delante de ti yo quiero ser sólo un pobre, quiero despojarme,
Señor, de mis pretensiones y vanidades; también,
Señor, quiero traspasar mi propia culpa y entrar
a tu casa desnudo, meterme en tu corazón como un niño.
Quiero
mirarte a los ojos suplicándote confiadamente.
Quiero,
Señor, y deseo apoyarme sólo en tu amor, descansar en
tu amor como un niño en el regazo de su madre, y llenarme
de la alegría de haber hallado tu amor.
Tu amor
es la casa que me tienes preparada; he sentido tu
invitación y entro en ella sin que me avergüence mi pecado; sólo deseo habitar en tu casa todos los días de mi vida.
Tú
nunca me vas a echar, sólo me pides que
crea en tu amor, que me atreva a vivir en tu amor,
Que
nunca me falten la humildad y la confianza de los niños; para que el orgullo y los desengaños nunca me separen de ti y pueda amarte con todo el corazón y compartir
tu amor con los más pequeños.
Amén
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