Jesús exclamó:
El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en Aquél que me envió. y el que me ve, ve al que
me envió.
Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas.
Al que escucha mis palabras y
no las cumple, Yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo.
El que me rechaza y no recibe
mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que Yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día.
Porque Yo no hablé por mí
mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y Yo sé que su mandato es Vida eterna.
Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó.
Palabra del
Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Jesús insiste: “El que cree en
mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado... Y el que me ve a mí, ve al
que me ha enviado”. Viendo a Jesús, vemos al Padre; escuchando a Jesús,
escuchamos al Padre. Por eso, cuando leemos el Evangelio, no sólo encontramos
el modelo a seguir, estamos llamados a descubrir cuáles son los sentimientos de
Dios respecto a las personas.
“Gracias Padre por desnudar tu
corazón lleno de ternura”
“Gracias Jesús por darnos todo
lo que el Padre te dio”
“Perdona y cura nuestra falta
de fe”
Cada cristiano está llamado a
decir con verdad: “El que me ve a mí, ve al que me ha enviado”: Sólo con la
fuerza del Espíritu, nuestra vida podrá ser el espejo donde se refleje la vida
de Dios.
¿Qué te dice Dios? ¿Qué le
dices?
Quien
te ve a ti, Jesús, ha visto a Dios Padre.
Tus
palabras son las palabras creadoras del Padre.
Tus
milagros reflejan el poder salvador del Padre.
Tus
lágrimas brotan de los ojos compasivos del Padre.
Tu
perdón nace del corazón misericordioso del Padre.
Tu
muerte en la cruz revela el amor generoso del Padre, que no se reserva lo más
querido, que se entrega del todo.
Tu
resurrección es un soplo de la vida del Padre, que renueva a cada persona y al
universo entero.
Gracias,
Jesús, por derribar nuestras ideas de Dios, tan cortas como nuestros miedos y
deseos.
Gracias
por revelarnos el verdadero rostro de Dios. Gracias por salvarnos del miedo a
Dios y al futuro.
Señor,
transforma mis sentimientos, pensamientos y comportamientos; a fin de que, unido
a ti, mi vida sea también transparencia de las palabras, la fuerza, el perdón y el amor del Padre.
Amén
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