Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos
decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo ?»
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los
escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde
estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las
palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que
no creen».
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no
creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre
no se lo concede».
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron
de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?»
Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de
Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios».
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
En ocasiones se nos hace
inaguantable continuar con un compromiso; parece que ser cristiano y ser
miembro activo de la Iglesia no merece la pena. A veces hasta creer en Dios nos
resulta una ilusión inútil. Entonces Jesús se acerca a nosotros en la
oración, a través de un amigo o de cualquier otro modo... y nos dice ¿también
vosotros queréis marcharos?
¿Qué te dice
Dios? ¿Qué le dices?
Jesús nos
anima a creer, a amar, a permanecer en su Iglesia. Y nos pide que también
nosotros hagamos lo mismo: “fortaleced las manos débiles, robusteced las
rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis”
Un día decidimos
subir a tu barca, confiarte el timón.
Desde entonces navegamos por la vida y escuchamos
sonidos diversos, el ruido del trueno que anuncia la tormenta, los cantos de
sirena que prometen paraísos imposibles, el bramido de un mar poderoso que nos
recuerda nuestra fragilidad, las conversaciones al atardecer con distintos compañeros de viaje, los nombres
de lugares que aún no hemos visitado, y los de aquellos sitios a los que no
volveremos.
A veces nos sentimos tentados de abandonar el
barco, de cambiar de ruta, de refugiarnos en la seguridad de la tierra firme.
Pero, Señor, ¿a quién iremos… si solo tú puedes
ayudarnos a poner proa hacia la tierra del amor y la justicia?
Amén
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